Miradas Azucaradas

ocho

Natalie

Ya casi son las nueve, veo continuamente el reloj en la pared. ¿Y si me deja plantada? Sería el arbusto más sensual del mundo, pero sería malo. Siento que me va a dar un tic en el ojo si no me calmo, mis manos sudan y no sé si es por los nervios o por estar volteando carnes en la parrilla.

—Salen las últimas del día —digo, mientras se las paso a mi compañera, quien se encarga de untar mayonesa en los panes en completo silencio. Ella es una chica silenciosa, es mejor no perturbarla.

Me quito el delantal y suspiro, estoy agotada.

—¿Qué te parece si tú y yo vamos a comer algo por ahí? Yo invito —murmura Jackson mientras empaqueta papas fritas. Vuelvo a suspirar.

—Hoy no puedo, Jack, tengo una cita —canturreo. Él se queda serio durante un instante, luego sonríe con suficiencia.

—Eso es genial, Nat, espero que lo pases bien. —Se gira y me tiende las bolsitas, las cuales deposito en una gran bolsa plástica junto con las órdenes—. Por cierto, ¿dónde está tu gorro?

Aplano los labios para no reír, pero la alegría cae cuando veo al viejo Ernest parado en el umbral con el ceño fruncido, lo jodido es que lleva mi sombrero.

¡Oh, no! ¡Lo encontró! Estúpida cosa, se parece a Chucky.

—Nat, encontré esto afuera en el bote de basura, ¿sabes cómo llegó ahí? —cuestiona, confundido.

—No tengo idea, quizá se me cayó o algo. —Sí, claro, si caer significara pisotearlo y arrojarlo a un contenedor lleno de sobras de comida. Lo tomo forzando una sonrisa, escucho la risita divertida de Jackson a mis espaldas.

Después de limpiar y dejarlo todo en orden, me despido de mis compañeros a la hora indicada. Me pongo un suéter para esconder un poco mi traje ridículo y tomo un respiro profundo. No debo hablar de más, no debo arrojarle cosas al rostro ni a la ropa, nada de hablar de unicornios y cosas raras. Dios, estoy que me cago de miedo.

La campanilla se escucha cuando abro la puerta. Al alzar la vista lo veo, está recargado en su motocicleta con una bolsa que me resulta conocida, la cual sacude para que la observe.

—Dos hamburguesas jugosas con muchas patatas, ¿te agrada la idea? —pregunta.

—Eso suena genial.

Sus hombros se relajan, sonríe de oreja a oreja y deja la bolsa en el asiento. Me ofrece su mano cuando estoy cerca, la cual tomo casi sin dudarlo. Me da un jaloncito para envolverme en un abrazo.

Huele muy bien, podría devorarlo como si fuera un delicioso helado.

Esa clase de pensamientos harán que me vaya al infierno.

Pero en serio, Shawn huele muy bien, tanto que me encuentro olfateándolo en secreto. Un cosquilleo se extiende por todo mi cuerpo, como diminutas hormigas picándome. Refugia un instante su nariz en mi cabello y luego deposita un beso en mi mejilla.

—Hola, preciosa, debemos irnos ya para llevarte temprano a casa.

Me dan ganas de decirle que si quiere nos escapemos a las Vegas para casarnos, pero prometí no decir incoherencias. ¡Muérdete la lengua, Natalie! ¡Aborta la misión! ¡No pienses en eso!

Trago saliva cuando se aproxima y me coloca el casco protector. Se monta en la moto después de guardar nuestra cena y me hace una señal. Lleva puestos unos pantalones de mezclilla, y eso no me ayuda en absoluto porque su trasero se ve genial en ellos; son como pompas de jabón que quiero reventar.

Voy a sentarme en el espacio del otro día, pero no me lo permite. Lo miro con una ceja alzada, ¿quiere que vaya volando o qué demonios?

—Esta vez te toca ir adelante, vas a ayudarme a manejar. —Me quedo estática en el suelo, como una estaca clavada en el césped. Eso, definitivamente, es mala idea. No, es la reina de las malas ideas.

Es decir, Shawn estará a mis espaldas poniéndome de los nervios, su sonrisa de diversión me lo dice; y voy a estar entre sus piernas. Entre. Sus. Piernas. De. Atleta.

Voy a hacer combustión. Ve mi indecisión, así que me obliga a subirme jalándome del codo. Me siento demasiado tensa, mi espalda parece una roca. Me relajo un poco al sentir su barbilla en mi hombro, creo que soy demasiado pequeña en comparación suya, es como si estuviera dentro de una cueva.

—Tranquila, Nat, dijiste que uno de tus sueños era subirte a una moto, debes disfrutar de la experiencia completa. No es lo mismo ir atrás a sentir cómo el aire choca en tu cara.

—¿Y si tenemos un accidente? —pregunto porque mi mala suerte podría estar acechándome de cerca.

—Estoy aquí —susurra en mi oído, causándome un estremecimiento—. Yo voy a manejar, preciosa, solo quiero que disfrutes. ¿De acuerdo?

Asiento.

—Muy bien, vas a agarrar el manubrio y mirarás siempre al frente. —Una vez dicho eso, enciende el motor y acelera para calentarlo. Estoy temblando por dentro, pero también estoy muy emocionada. Jamás he hecho algo así, si mi madre me viera, seguramente me mandaría al convento para purificar mi alma. Pone sus manos encima de las mías.

Me pregunto si le gusto, aunque sea un poco, no quiero entrar en la zona de amigos porque he escuchado que es una mierda. Arranca, primero despacio, pero después aumenta la velocidad.

Sus manos son cálidas, de verdad me muero por sentir su pecho en mi espalda y su respiración en mi nuca. Sin embargo, mi corazón se acelera por otros motivos, siento la adrenalina recorriendo mis venas. Jamás me he sentido tan libre como un pájaro.

Mis cabellos vuelan y yo lamento no haberme hecho una coleta, estorban en mi campo de visión. Quiero gritar de euforia, no contengo el gritito cuando Shawn esquiva un coche.

Voy a atesorar este momento para siempre, y siempre se lo agradeceré a él por regalármelo.

Se estaciona en un parque, me ayuda a bajar y a quitarme la protección. Todavía estoy alucinando.

—¿Y bien? ¿Te gustó? —Suelto un grito de alegría y salto para abrazarlo, así es como contesto su duda. Justo ahora no me importa si quiere a Hannah, fue a mí a la que llevó en su motocicleta. Se le escapa una risita y me regresa en abrazo con fuerza. Sus brazos aprisionan mi cintura y me acercan a él—. Eres increíble.



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En el texto hay: comedia, amor, amistad

Editado: 16.04.2020

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