Miradas Azucaradas

trece

Natalie

Me dejo caer en la banca lanzando un suspiro, mi bolso cae en el suelo. Me desparramo en el asiento. Un tipo se sienta a mi lado y se pone a dibujar cosas raras en su cuaderno.

Shawn entra junto con Harold cinco minutos antes de que inicie la clase, hace una mueca de disgusto cuando ve que no estoy sola. No obstante, se dirige hacia mi dirección y toma asiento delante de mí. Demonios, no, voy a querer estirarme toda la maldita clase para lamer su oreja.

Se gira para colocarse de lado y apoya su codo en mi pupitre. Observo con atención cómo eleva la ceja y me sonríe. Pone su otra mano cerca de la mía. Buda, dame tu poder, no puedo perder el control, aunque me mire como si fuera un pastelillo apetecible.

—Hola —murmura al tiempo que su dedo índice acaricia el mío.

¿Esta es alguna clase de juego previo? No necesito juegos, estoy más que dispuesta.

—Hola.

—Falta menos. —Apretujo los labios para no sonreír como una estúpida. Su mano voltea la mía, dejando al descubierto mi palma, con sus dedos recorre las líneas, sigue los caminos—. ¿Has tenido alguna dificultad para contestar los problemas? Puedo explicarte lo que no entiendes.

—No entiendo nada, Shawn, mi mente es mantequilla cuando veo números, todo se me resbala. —Ríe entre dientes.

—Si quieres puedo darte clases, no sé, en la biblioteca, en mi casa o en la tuya… —Abro los párpados con horror.

A mi mente se vienen un montón de ideas y todas son escalofriantes, los Oompa Loompa saltando encima de Shawn y jalándole el cabello para molestarlo. Mi casa es un desastre, mi madre lo llenaría de preguntas o le enseñaría fotos de mí desnuda cuando tenía diez. No quiero que me vea desnuda cuando mis gomitas eran inexistentes.

—En mi casa no —me apresuro a decir. Su desconcierto me hace querer golpearme la cabeza—. E-es que h-hay u-un panal… ¡Sí! ¡Hay un panal! Hay un panal en el árbol de la entrada y es peligroso, y-ya sabes, hay abejas y aguijones filosos con veneno.

Me contempla enmudecido, incluso creo que se ha convertido en estatua. Después de unos segundos de silencio, lanza una carcajada estruendosa que hace que se doble por la mitad. Algunos de nuestros compañeros nos miran con diversión.

Listo, Natalie, cruzaste la línea, eres lo que sigue de patética. Y no me gusta que se burle de mí, debo controlarme antes de hablar. Voy a quitar mi mano, sin embargo, es más rápido. La captura y la agarra con firmeza, la diversión se ha ido de su rostro, ahora es todo serio.

—Lo siento, preciosa, ¿qué te parece si vamos a una cafetería y ahí te explico todas tus dudas? —Asiento, conforme.

—¡Que alguien me ayude! ¿Podrían conseguir un maldito hotel y dejar de flirtear cuando estoy cerca? —El chico a mi costado se levanta con frustración y arrastra sus pies para alejarse. ¡Alguien necesita ser flechado con urgencia o acabará siendo el Grinch del amor!

Shawn no pierde el tiempo, se levanta con premura y se sienta en el sitio vacío justo cuando el profesor Golden entra al aula y pide atención. Toma un gis y llena el pizarrón con números y runas satánicas que quieren poseer mi mente hasta trastornarla.

Me enfrasco por completo en la tarea, copio los ejercicios, pero me detengo en seco al sentir cómo algo asciende por mi pierna desnuda. Unas patas suben y yo quiero morirme, empiezo a sudar frío.

—Oh, Dios —susurro con el timbre tembloroso, cagada de miedo.

—¿Qué pasa? —cuestiona Shawn inspeccionándome.

Mi respiración se acelera, creo que sufriré un ataque de pánico. Esto me pasa por querer poner arañas en la almohada de Cecile. ¿Cómo pude olvidar a mi mejor amiga peluda? ¡No la saqué del bolso!

—Mierda. —Lo miro con terror, esperando que entienda qué es lo que quiero decir, pero él niega con confusión—. U-una t-tarántula en m-mi p-pierna.

Se queda inmóvil, aquí es cuando me rescata con su espada para protegerme, no es momento de quedarse estupefacto.

—Haz algo —lloriqueo—. Prometo ser una niña buena a partir de ahora, incluso me comeré las verduras hervidas que mamá hace en año nuevo, pero, por favor, quítamela.

Mi estómago se revuelve con pánico, porque sus patitas no se detienen, no soporto más. Lanzo un grito que retumba en las paredes del salón y provoca que todos salten del susto.

Me levanto, empiezo a saltar y a menear el cuerpo sin dejar de gritar como una demente. Cuando se dan cuenta de qué es lo que sucede, un montón de gritos me acompañan. Creo que ya no la tengo en mi cuerpo, sin embargo, la sensación sigue ahí, no puedo detenerme. El alboroto no ayuda a disminuir lo que siento.

Quiero echarme a llorar en la cama con Mazapán, mi oso de peluche, el cual está abandonado en alguna parte de mi armario. Unos brazos me detienen, pronto me encuentro siendo abrazada por alguien.

—Tranquila, ya está todo bien —susurra. Su voz hace que me calme y detenga mis movimientos bruscos.

—¿Cómo pueden temerle a esta pequeña traviesa? —pregunta el Grinch, agarrando al animalillo como si fueran almas gemelas encontradas en medio de la playa. Parece una tarántula feliz colgada de sus dedos.

—Señor Black, saque a esa cosa de aquí, y todos los demás sigan con lo suyo a menos que quieran pasar la tarde en detención. —Me dirige una mirada mordaz. Muy a mi pesar, me suelto y me siento de nuevo.

Tengo que encontrar una venganza menos tenebrosa.

 

 

No entro a trabajar hasta las seis de la tarde, así que le pedí permiso a mamá para que un chico misterioso e inteligente me diera clases para mejorar. Claro que no mencioné la parte de que es mi amor platónico, ¿a quién le importa eso?

Acomodo mi blusa y tomo una respiración profunda antes de entrar a la cafetería en la que quedamos. Busco entre las mesas y lo localizo cuando me saluda. Aprieto los libros como si fueran mi escudo, a pesar de que es más fácil hablar con él, todavía siento que voy a desmayarme si se acerca demasiado.



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En el texto hay: comedia, amor, amistad

Editado: 16.04.2020

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