El amor es algo que todos deseamos, pero no todos sabemos encontrar. Algunos aman, pero no saben demostrarlo; en cambio, otros fingen amar sin realmente sentirlo. Creo que todos recordamos la primera vez que nos enamoramos. Éramos tan inocentes que solo con una mirada de la persona que amábamos sentíamos que nuestro mundo giraba más rápido de lo normal. El primer amor nunca se olvida. Algunos tienen la suerte de solo tener un amor en su vida, a diferencia de otros, cuyo amor no es correspondido y deben buscar hasta encontrar el verdadero. En resumen, todos alguna vez nos hemos enamorado y nuestro protagonista estaba pasando por ese lindo momento de tener una cita con la persona de la que estaba enamorado.
La Acacia era un lugar magnífico y muy lindo. Había un gran lago y alrededor de este había árboles que embellecían el lugar con su presencia. Debajo de los árboles, todos los fines de semana se reunían familias, amigos, enamorados e incluso personas con sus mascotas a admirar el lindo paisaje. El lugar se llamaba así porque antes había un gran árbol de Acacia, el cual fue cortado por error, causando dolor en los pobladores del lugar, pues este árbol significaba mucho para ellos, ya que fue fundamental en la historia del pueblo en un momento dado. Algunos árboles de los que estaban cerca del lago no tenían bancos debajo de su sombra, pues tenían raíces muy grandes y, para no dañarlos, no se pusieron bancos cerca de ellos.
Emely tenía un lugar secreto al cual corría cada vez que se sentía mal. Era un viejo árbol de grandes raíces desde donde se podía ver todo el lago y casi nadie iba hasta él, pues no había bancos para sentarse, solo sus viejas raíces. Este lugar significaba mucho para ella, pues cuando era pequeña, su padre la traía a mirar el lago desde ese lugar, ya que era el mejor lugar de todos. Ella amaba mucho a su padre y este también a ella. Juntos jugaban, cantaban y conversaban mucho debajo del viejo árbol junto al lago. Un día, el padre de Emely se enfermó y terminó muriendo. Esto le dolió mucho y más de una vez fue al viejo árbol a llorar porque extrañaba a su papá. El viejo árbol se convirtió en su refugio y su lugar favorito, pues este lugar traía paz a su corazón.
Suena el despertador: son las 8:15 a.m. de la mañana del sábado. Justin se levanta y comienza a vestirse para ir a la iglesia a la que iba su amigo Juan, pues este le había hecho una invitación desde hace tiempo atrás y él había aceptado. Durante el tiempo en que Justin está en la iglesia, mira su reloj y cada vez que pasa un minuto calcula el tiempo para ver a Emely. Cuando termina el culto, alrededor del mediodía, fue invitado a almorzar con los hermanos, pero rechazó la invitación porque debía ir a prepararse. Corrió hasta su casa y se bañó dos veces. Se paró frente al espejo y buscó una libreta que tenía guardada en una gaveta; repasó unas cuantas líneas para decírselas a Emely. Se miró al espejo y se dio cuenta de que debía peinarse. Cuando terminó, se dio cuenta de que solo le quedaban 30 minutos y aún no sabía qué ponerse, pues el look que le habían aconsejado sus amigos no le convencía. Comenzó a valorar ropa por ropa y cuando se dio cuenta de que solo le quedaban 15 minutos, se puso lo primero que encontró; salió a la calle y vio que el vecino iba a salir en su carro:
—¡Miguel! —gritó fuerte.
El vecino se da cuenta, lo mira y le dice:
—¿Justin, qué pasa?—
—¿Me puedes adelantar hasta la Acacia? Es que estoy un poco atrasado y tengo una cita —le dijo rápidamente mientras miraba su reloj.
—Claro que sí, yo voy para allá mismo. En 5 minutos estaremos allí—
Justin se monta en el asiento del copiloto y Miguel arranca el carro. Comienza la travesía y Justin está un tin de nervios, mirando su reloj cada dos segundos y calculando el tiempo que le falta. No quería llegar tarde; no quería ser impuntual; no le gustaba serlo y menos para ver a Emely.
Las palabras de Miguel fueron ciertas y en 5 minutos llegaron. Justin se bajó rápidamente, le dio las gracias a Miguel y comenzó a buscar a Emely. Miró su reloj; solo faltaba un minuto para las 3 de la tarde.
—¿Dónde estás, Emely? —se preguntaba en su mente.
En ese momento siente un olor en el aire que le trae buenos recuerdos. Una mano delicada y dulce lo toca. Entonces voltea y ve que es Emely.
Ella le sonríe y le dice:
—Veo que eres bien puntual, eso es muy bueno—
Justin sonríe también, pero el nudo en su garganta y las aves que siente dentro de su estómago parecen que le van a impedir hablar. Sin embargo, decide hablar.
Tartamudeando y con la boca temblorosa, le dice:
—Hola. Tú también eres muy puntual—
Emely sonríe porque se da cuenta de su timidez. Entonces, para hacer que se sintiera confiado, lo invita a su lugar secreto.
—Ven, sígueme, quiero mostrarte algo—
Emely lo guía hasta un viejo árbol en la orilla del lago, donde solo había una vieja raíz para sentarse. Ella se sienta y Justin, lleno de timidez, no sabe qué hacer. Entonces, Emely lo mira y, con una señal, le dice que se siente a su lado.
Era una tarde de otoño; el cielo era azul y el reflejo de los árboles en el lago creaba una linda postal digna de admirar.
—¿No te parece hermosa la vista desde aquí? —pregunta Emely, admirando el paisaje.
Justin asiente con la cabeza. Ella sonríe y se da cuenta de que aún Justin sigue cohibido. Intenta sacarlo de su zona de confort para poder conversar.
—Justin es tu nombre. ¿Quién te lo puso?—
Justin quiere hablar, pero el nudo en la garganta no lo deja. Lucha contra la timidez, se llena de valor, cierra los ojos y le dice:
—Dicen que fue mi padre; entonces, cuando le pregunto a él, me dice que fue mi madre—
A Emely esto le da mucha gracia y sonríe sinceramente más de una vez. Justin solo la había visto sonreír en sus sueños, pero verla sonreír a su lado era 100 veces mejor. Entonces, esto le llenó de confianza y le dio valor para soltarse.