Mujer. Las Historias que no se cuentan.

LOS HOMBROS DE PLOMO

Mi abuela decía que existen dos clases de mujeres, las que tienen los hombros de plomo y las que se arrancaron los hombros. Según mi abuela, mi madre es de las que se arrancó los hombros y es por eso que yo tengo que vivir aquí con ella. Porque mi madre se fue de viaje para quitarse el plomo de los hombros, pero no de viaje de vacaciones, sino de viaje para estar lejos. Eso quiere decir que no podía estar más tiempo en la casa donde vivíamos. A mí me gusta esta casa, mas que la de mi madre, aunque esté cerca de un cementerio, porque mi abuela dice que no hay que tenerles miedo a los cementerios, porque es la casa de los muertos, pero que no viven, sino que están muertos, y que, aunque quisieran no podrían hacer daño a nadie, que a quien hay que tener miedo es a los vivos.
Yo le pregunto porque ella tiene miedo a los vivos y que a esos yo no les tengo miedo, y ella me contesta que eso es por niñería, que cuando crezca, como no me empiece ya a sacudir el plomo de los hombros, sabré las maldades de los vivos y les tendré el mismo miedo que ella o que mi madre. Y dice que de todas formas no todos los vivos están vivos, y no todos son malos, que la mayoría son buenos, pero que los malos en cuanto ven una espalda de mujer encorvada por el peso de los hombros saben que está llena de plomo y van a por ella y la hacen desgraciada. Y si eres desgraciada lo que pasa es que te tienes que ir de viaje, pero no de vacaciones.
Creo que lo que mi abuela quiere decir con lo de los hombros de plomo es que algunas mujeres tienen que cargar con mucho peso todos los días, y que no se lo pueden quitar, aunque estén cansadas. Y no sólo cargan el peso que a ellas les ha tocado, sino el de todas las mujeres que vivieron antes. Es por eso por lo que algunas mujeres caminan encogidas. Mi madre antes también era así. Yo no me acuerdo mucho, pero ella me lo dijo y también la abuela. Mi abuela le decía a mi madre que si vendiera el plomo que llevaba dentro podríamos hacer una palangana del tamaño de una piscina y a mí eso me hacía mucha gracia, porque mi madre es pequeña y las piscinas son grandes, y cuando le dije esto a la abuela ella me dijo que el plomo estira y que andara a pedirle el plomo a mi madre para hacernos la palangana, que aprieta el calor. Mi madre la oía y no la escuchaba, porque como dice mi abuela, no todo el que oye escucha, y no todos oyen lo mismo, y yo me reía porque casi podía ver una gran palangana llenita de agua fría con mis primos nadando, porque mis primos son mayores y ellos ya nadan y me van a enseñar.
Creo que sé cuándo mamá se arrancó los hombros porque una mañana, cuando yo aún dormía, oí un golpe muy fuerte en su cuarto, como si fuera plomo contra el suelo y luego fue cuando la abuela me dijo lo del viaje de mamá y que me iba a ir a vivir con ella aquí, en esta casa bonita al lado del cementerio, y que tiene las ventanas abiertas. A mamá no le gusta esta casa, pero no creo que sea porque está al lado del cementerio, porque mamá no le tiene miedo a los muertos, a quién le tiene miedo es a los vivos y por eso puede con tanto plomo, creo que no le gusta porque siempre tiene las ventanas abiertas.
Porque mamá, en la otra casa, siempre estaba cerrando ventanas y decía que lo único que entra por ellas son los ojos de los vecinos chismosos que todo lo quieren saber. Y que los trapos sucios se lavan en casa y no hay que dejarlos que nadie los vea, yo no entendía el que abriéramos las ventanas con los trapos, porque nunca vi ninguno soltarse del tendedero y salir volando por la ventana, pero yo obedecía y cerraba.
Por eso creo que le gustaba meterme debajo de las sábanas con ella y me decía que en las cuevas se puede hacer todo lo que una quiera porque nadie nos ve y que podíamos reírnos y ser felices y que siempre que ella necesitaba ser feliz se metía en la cueva, así nadie la miraba. Cuando terminaba de bañarme, me ponía una toalla por encima y me llevaba en brazos y me metía entre las sábanas. Luego ella se descalzaba y se metía también, tápanos, tápanos, que se nos escapan los olores del jabón, y ahí escondidas hablábamos y también a veces mi madre lloraba, pero ella decía que no me preocupara, que las lágrimas de la cueva siempre eran de las de felicidad. mi padre nunca nos encontró en la cueva porque era un secreto, y porque en cuanto oíamos la puerta nos levantábamos rápido y ella salía a saludarlo y yo me ponía el pijama, y luego él venía al cuarto a darme las buenas noches.
Un día me levanté para buscarlo porque no venía a la cama y le oí gritarle a mamá y ella empezó a llorar, y no con lágrimas de las de felicidad, sino con las otras, con las que le enrojecían la cara y le hacían ponerse fea. Me fui acercando despacio porque quería abrazarla, como lo hacía siempre que le gritaba, pero entonces los vi en el sillón. Mi padre estaba sobre ella. Mi madre cuando me vio me pidió que me fuera a la cueva, pero yo no le hice caso porque la veía llorar y me acerqué más y mi padre no paraba de chillar y le agarraba las manos y ella decía que me fuera a la cueva y que atrapara los olores del jabón y que todo estaba bien. pero no le hice caso, llegué hasta ella y le rocé el pie y cuando mi padre se giró y me vio corrí hasta la cama y me metí en las sábanas, pero no pude ser feliz porque algo me agarraba por dentro, como cuando vemos películas tristes. Al rato mi madre se metió conmigo en la cueva y nos quedamos dormidas abrazadas y por la mañana yo ya podía ser feliz y ella también. A la tarde fuimos a ver a la tía Marta que tiene dos gallinas, Paca y Lola. Ella me dejó recoger los huevos y me dijo que me tenía que sentar en el cubo de plástico para vigilar a las gallinas porque si no les quitas los huevos en cuanto los pones, van y se los comen y que entonces no tenemos como para llenar ni siquiera un cartón de los pequeños.
Cuando supe que mi madre se había ido de viaje, me pareció bueno porque a ella le gustaban muchas cosas que no estaban cerca de la casa y que para ir donde estaban había que viajar. Le gustaban las montañas y el sol, pero no muy fuerte y los trenes y los ríos también y más cosas que ahora no me acuerdo. Le pregunté a la abuela que a dónde había ido y que cuándo volvería y la abuela no me contestó, pero eso fue mejor porque así yo me imaginé lo que quise y veía a mamá ordeñando vacas o sentada en un muro de piedra con una cometa que probaba para luego regalármela. Pero pasó mucho tiempo y mamá no volvía y aunque yo estaba muy bien aquí con la abuela, en la nueva casa, quería verla. Sí, es verdad que me puse a llorar, pero es normal, porque me había despertado de un sueño sobre un baile en un jardín muy verde lleno de árboles y flores, pero no había nadie, solo estaba papá. Se oía una música bonita, yo lo miraba todo desde una ventana. De repente llegó mamá al baile, pero no tenía hombros así que las manos estaban como desmayadas sobre la falda y le gritaste que así no podían bailar, que se pusiera los hombros, y ella decía que no quería bailar y la empujaste y ahí me desperté. Mi abuela dice que la mujer que tiene plomo en los hombros es porque la ha abrazado algún hombre de los que tienen las manos empapadas en plomo. Y que esos hombres cuando golpean, golpean fuerte, pero que cuando abrazan, golpean aún más fuerte, y eso no lo entiendo porque pegar siempre es peor que abrazar ¿no?
Ya se me pasó el miedo por el viaje de mamá porque ayer me llamó, sí de verdad, y me repitió muchas veces que me quería y luego se puso al teléfono mi abuela y cuando colgó me dijo que ahora éramos nosotras las que nos íbamos de viaje para reunirnos con mi madre.
Pienso que mi papá no le hizo todo lo que la abuela cree que le hizo a mamá. Pero sí es verdad que tiene las manos llenas de plomo porque cuando me pegó la bofetada aquel día que sonó el golpe contra el suelo me dolió mucho y me sangró la nariz y el labio, y luego me siguió dando golpes hasta que la tía Marta lo agarró. Pero yo no lo odié, y cuando la tía lo echó de la habitación, yo le dije que tú estabas enfermo del plomo y que la abuela lo sabía y que me lo había dicho. Era la primera vez que me pegaba y entonces lloré muchísimo, pero no por el dolor sino porque pensé cuánto le habría dolido a mi madre las veces que le habías pegado.
Ahora mi abuela y yo vamos a ir a buscar a mamá.
La abuela dice que bien fuerte se tienen que sacudir los hombres que tienen plomo en las manos para que se les caiga tanto peso y sean personas normales. Y que cuando se sacuden los trozos que se sueltan salen volando y pueden golpear a los que estamos cerca, y que por eso es mejor que lo hagan solos. Dice que papá no sabe sacarse el plomo, aunque quiera.
Mi madre me dijo que la abuela se confundía cuando decía que hay dos clases de mujeres, porque en realidad hay tres y que las que le faltaban son aquellas que sí tienen hombros, pero que no son de plomo, sino de hueso como el resto del cuerpo, que así no pesan. Dijo que ella me iba a enseñar a ser una mujer de hombros de hueso para que no me tenga que arrancar nada y a mí eso me gustó, porque yo no quiero tener la espalda curvada por el plomo, pero tampoco quiero dejar de bailar por no tener hombros, porque me gusta mucho dar vueltas con mi amiga Raquel, que seguro que ella tiene los hombros de hueso y su madre también porque las dos ríen mucho y no sólo dentro de las cuevas sino en cualquier sitio. Mi abuela dice que la música no sirve de nada si no hay gente que la escuche y que la baile. Así que nos vamos a ir con mi madre a bailar porque ya se quitó el plomo, y también va a venir mi tía para ver bailar a mi madre y escuchar la música, y Paca y Lola, porque la abuela dice que la tía Marta no tiene plomo porque tiene dos gallinas.
Esta historia está recopilada en: MUJER: Las Historias que no se cuentan. Mujer: Las Historias que no se cuentan. (Relatos Morales) eBook : Sánchez Soriano, Vanessa: Amazon.es: Tienda Kindle



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En el texto hay: superacion

Editado: 09.12.2025

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