Lunes 11 de mayo. Recibo una llamada. Hoy amaneció más temprano de lo habitual, o por lo menos esa fue mi sensación. La mañana se presentaba tranquila, hacía fresco y el sol brillaba en todo su esplendor. Cuando me disponía a salir de casa para disfrutar del día, recibí una llamada. Fue curioso porque de repente presentí que aquella llamada arruinaría mi día. Y así fue. Me telefoneaban del hospital, mi querido Matt se había caído por las escaleras cuando salía de la oficina para hacer su habitual recorrido como comercial. ¡Vaya, qué inoportuno! Sí, eso fue lo que pensé, y ahora que medito en ello me doy cuenta de que suena bastante cruel, pero así es la vida, a veces también es cruel. Matt en realidad estaba bien, solo algo aturdido, vamos, un poco desmemoriado. Eso me comentó el doctor cuando hablé con él. Había sufrido un buen golpe en la cabeza y padecía lo que ellos llaman «amnesia global transitoria» o, lo que es lo mismo, pérdida súbita y temporal de la memoria. En pocas palabras, no reconocía ni a su propia sombra.
En realidad, a mi modo de ver, podía haber sido peor. A estas alturas de la vida, el que Matt se quedara sin memoria podría resultar hasta divertido. ¡Qué locura! Este hombre está a punto de jubilarse y ahora, encima, lo voy a tener en casa antes de lo previsto. Tengo que admitirlo, hice varias paradas antes de ir a recogerlo, pero mi día se había chafado y en su estado ¿Dónde iba estar él mejor que en el hospital? Y, si lo pienso bien, ¿Dónde iba a estar yo mejor que lejos de mi rutinario y aburrido marido? Para cuando me quise dar cuenta era casi medio día y, francamente, la comida del hospital tampoco está tan mal, lo sé por experiencia. Y si a esto le sumamos que ni siquiera tienes idea de lo que te estás comiendo, lo digo por lo de la amnesia, pues estupendo. ¡Matt, hoy almuerzas fuera de casa! Cuando llegué a la habitación lo encontré sentado en la cama, desaliñado y con una venda enorme en la cabeza. Desde la puerta observé que no paraba de hacer muecas con la cara, pensé que serían daños colaterales debido al golpe. Lejos de eso, lo que le producía aquella cantidad de reacciones en su rostro era que, al pobre, le había tocado la lotería culinaria del día, judías verdes rehogadas. Matt las detesta a sumo grado, sin embargo, no dejó de comerlas, y ahí que encontré la primera ventaja de que no se acordara de nada. Por lo demás, no me reconoce, piensa que soy la enfermera y me mira con cara de pocos amigos. Luego de hablar con el médico para el tema de su medicación y de asegurarme que en unos días se recuperaría por completo, nos fuimos a casa.
Martes 12 de mayo.
Primer día en casa después del golpe.
Matt ha pasado la noche tranquilo, ha dormido como un bebé y lo cierto es que yo también. A veces me sorprendo de mí misma y de lo que pasa por mi cabeza. Anoche, al verlo dormir tan plácidamente en la habitación de invitados, no pude evitar pensar que sería ideal que se quedara así, pues la casa desprendía una agradable sensación de paz. Matt no tiene buen dormir y creo que hace especial hincapié en que los demás seamos conscientes de ello. Cada noche me deleita con su peculiar orquesta de sonidos extravagantes, paseos nocturnos y suspiros acompasados. A estas alturas ya no me molesta tanto, pero hubo un tiempo en que creí perder la cabeza. Dejé de tratar de convencerlo de que lo que le produce mareos y taquicardias no son sus pastillas para dormir, sino su tensión arterial asociada a su mal humor. Así que decidí tomarlas yo, alguien tiene que mantener la cordura en esta casa. Mi querido Matt no siempre fue así, jamás me hubiese enamorado de la persona en la que se ha convertido, de él solo queda la sombra de lo que un día fue. Mientras escribo, acabo de recordar el día en que nos conocimos. Yo tenía dieciséis años y ayudaba a mi madre en la tienda. Colocaba manzanas verdes, mis favoritas, en las cestas de la acera. Matt pasó deprisa y tropezó conmigo. Llevaba una gorra beige y una camisa blanca remangada. Era jovial, divertido, alegre y dulce. Con qué ternura me ayudó a recogerlas del suelo disculpándose por cada una de ellas. En aquel instante me enamoré perdidamente, justo cuando nuestras miradas se cruzaron. No fue por el color de sus ojos, fue por cómo me miró con ellos.
Miércoles 13 de mayo.
Aquí se regalan sonrisas. Hoy ha sido un día nada habitual, hacía tiempo que no me reía tanto. Matt sigue pensando que soy la enfermera y curiosamente no deja de preguntarme por las judías verdes y por el horario de visitas. Esta mañana, cuando salía a hacer la compra, se despidió de mí diciéndome que había sido un placer conocerme y que pasara otro día por allí, mientras me achuchaba eufórico con una gran sonrisa. Por un momento me quedé atónita, de hecho tardé varios minutos en reaccionar. Hacía mucho que Matt no me abrazaba y aún más que no le veía sonreír de verdad. Una vez regresé a casa, lo encontré con uno de mis pijamas puesto. ¡Dios mío! ¿Aquel estampado de flores no le sugería nada? Tuve que sentarme del ataque de risa que me dio cuando, siguiendo el trayecto de los pantalones, me topé de lleno con mis babuchas de lunares. «¡Creo que he engordado!», me dijo muy serio mientras hacía un esfuerzo por acomodarse la camisa para que no se le viera el ombligo. Yo lo miraba mientras se alejaba hacia el patio y continué riéndome un buen rato. Luego, hice una respiración profunda mientras me invadía un tierno recuerdo de cuando nuestras niñas eran pequeñas y reíamos por casi cada cosa que hacían, sorprendidos de cómo nos enseñaban a disfrutar de las cosas simples de la vida. Por aquella época formábamos un gran equipo, mis tres mosqueteras, mi Matt y yo. ¡Gracias a Dios que ellas escogieron bien! Supieron encontrar su camino. Están lejos de nosotros, pero son felices haciendo lo que les apasiona. En ese sentido hemos tenido mucha suerte y, aunque Matt no siempre estuvo de acuerdo, traté de que escogieran por sí mismas aquello que realmente las llenara de felicidad. Y así lo hicieron, son mujeres que ayudan de una manera u otra a los demás y se sienten muy gratificadas por ello. Llevo un rato pensando que sería bueno que mañana hablara de nuevo con el doctor, tal vez debería hacer algo más por Matt. Pero, francamente, no estoy del todo segura de querer hacerlo. He de reconocer que siento cierta resistencia y pienso que en el fondo temo hacer algo que me traiga de nuevo a ese hombre soso y aburrido que deambula malhumorado por la casa.