–Fuimos al lago, ya sabes, ese que está a las afuera del pueblo–comenzó a contarme Ivy–. El día estaba exquisito–cierra los ojos por un momento, recordando el momento exacto y una sonrisa aparece en sus labios–, el cielo estaba despejado, el sol estaba en lo alto, pero no hacia ni tanto calor, pero tampoco demasiado frío, un clima perfecto…
–¿Vas a continuar dándome un pronostico del clima o me contará como es que te pidió matrimonio? –pregunté mientras acercaba el popote de mi piña colada sin alcohol. Ivy me golpeó en el hombro–. ¡Auch! –me quejé con una risa atorada en la garganta.
Mi hermana se acomodó mejor en el asiento, pasó un mechón de su cabello tras su hombro y cruzó una pierna sobre la otra.
–Como decía, habíamos ido al lago después de una comida familiar en su casa. Ya sabes que la familia de Sean tiene una casa cerca del lago… Ahorita que lo pienso, incluso puede que haya sido un plan con maña, ¿sabes? Cuando llegamos nadie en su casa nos esperaba, todos lucían igual de sorprendidos y confundidos que yo… Como sea, después de merendar, salimos a la parte trasera de la casa, y caminamos hasta llegar al lago. Empezamos a hablar de boberas, como siempre, que si Miriam era una pesada con Tomas, que si su madre dejaría de echarle indirectas a Marcus para que se casara, que si Marcus le confesaría algún día a sus padre que llevaba más de un año saliendo con una chica griega… Estábamos hablando de esto, mientras yo lanzaba piedrecillas al agua, me gusta ver las ondas que provoca en el agua mientras dan brincos hasta que se hunden por completo, Sean estaba tras de mí, que no me di cuenta de que había sacado una caja de quien sabe dónde, y que estaba arrodillado.
» Estaba demasiado ensimismada en la piedra que acaba de echar al agua, y di pequeños saltos por lo lejos que había llegado, que me diré a preguntarle si lo había visto, cuando lo vi, se encontraba frente a mí, arrodillado, sosteniendo lo alto una caja con un hermoso anillo adentro de él. ¡Dios! –se cubrió el rostro con las manos–, ojalá hubieras estado ahí para verlo, ¡para ver su cara! –sentí que mi hermana estaba a borde del llanto, pero hizo su mayor esfuerzo para no llorar–. Nunca le había visto una expresión tan dulce, tierna y nerviosa como cuando me pidió que fuéramos novios–miró sobre su hombro, asegurándose de que no estuviera cerca–. Estoy casi segura de que estaba a dos de llorar.
» Abrió la boca para hacer la pregunta mágica y cliché, ya sabes ese típico «¿quieres casarte conmigo?». Pero no lo dejé. Antes de que pudiera decir algo, me abalancé sobre él, tirándolo al pasto, y lo besé. Al principio estaba confundido, pero en cuanto empecé a asentir entre lagrima y lagrima una sonrisa apareció en su boca. Jamás lo había visto sonreír así, Kassia. Y yo que creí que estaba feliz cada vez que nos veíamos, creo que aquella sonrisa no tiene precio, daría todo lo que tengo para verlo todos los días así de feliz.
Ambas sonreímos.
–Creo que eso es estar enamorada–miró más allá de donde estaba, hacia la playa, donde se encontraba Sean, esperando a que termináramos de hablar. Quiso darnos un momento de hermanas, antes de que habláramos de los preparativos de la fiesta–. Procurar el bienestar de esa persona sin importar qué, querer darle el cielo y las estrellas todo el tiempo, y reinventarte cada que lo vez. Explorar el mundo en sus ojos, en su cuerpo…–el chico sonrió y alzó un pulgar en nuestra dirección, mi hermana asintió y se giró hacia mí–. Eso es lo que quiero para ti, incluso para el idiota de Caleb–meneé la cabeza, incluso en un momento dulce nunca perdía la oportunidad para insultarlo. Amor de hermanos–. Que encuentren a aquella persona que les haga volar sus vidas, con quien se sientan cómodos, seguros y protegidos. Quiero que te enamores de verdad, por lo menos una vez en tu vida.
Mi corazón dio un vuelco, una sacudida violenta en cuanto recordé, una vez más, la noche anterior. Sentí como un rubor comenzaba a cubrir mis mejillas. Aparté la mirada, situándola en el mar, concentrándome en el sonido de las olas, en el aroma del mar y en la risa de los niños que jugaban en la arena, y no en la boca de Kyle sobre la mía, su mano acariciándome la espalda, y sus palabras al confesarse ante mí.
–Algún día me contarás más sobre el chico de las flores–me giré hacia ella, sentí como el calor descendió rápido de mi rostro. Ella sólo me guiño un ojo.
¿Soy muy obvia? O ¿las mujeres enamoradas pueden oler a otra? Lo mismo había pasado con Vick y Sydney en la mañana, sabían que estaba escondiendo algo, sobre todo después de que mencionaron el ramo que me había dado Kyle en la presentación, o quizá también se debía a que durante toda su platica no dejaba de recordar una y otra vez la noche anterior. Pero en aquel momento pensé que aquello se debía a que eran mis amigas, y que ellas sabían todo de mí como yo de ellas, y no porque en verdad tuvieran superpoderes de chicas enamoradas.
«El amor está en el aire». Recordé aquella frase que siempre usan en cada San Valentín. Sí el amor puede estar en el aire, ¿este puede respirarse?
Quise preguntare a Ivy a que se refería, pero en ese momento llegó Sean a la mesa y tomó su lugar a un lado de ella, le tomó la mano que le ofreció sobre la mesa y comenzaron a hablar sobre las ideas que tenían en mente sobre la boda; el lugar, la cantidad de invitados, la temática –porque sí, mi hermana quería una boda temática–, cuando se lo diría oficialmente a todos, cuanta más cosa se pueden decir de una boda, y mientras eso ocurría yo escuchaba atenta, asentía de vez en cuando, decir algo, pero todo lo que me entraba por un oído me salía por el otro. No podía retener nada, estaba má concentrada pensando en el dilema que tenía detente que en otra cosa.