My rommate is... a boy!

Capítulo veintiuno

El principio del fin se acercaba, lo supe por el rumbo que estaban tomando las cosas en mi vida. Si algo he aprendido en mis cortos dieciséis años de vida es que, cuando las cosas pintan tan bien, que ni tú te las crees, algo sucederá, algo que irrumpirá tu paz. Todo esto lo percibí en cuanto vi a mi alrededor; la velada estaba yendo pacíficamente, todos hablaban con todos animadamente, contando chistes por acá y por allá, haciéndoles preguntas a la futura pareja, pero yo no participaba en aquellas platicas, me había quedado recluida en un rincón, contemplándolo todo, con una extraña sensación en el pecho, como si temiera que en cualquier momento esta burbuja de tranquilidad se rompiera y el caos comenzara. Estaba esperando, casi deseándolo, porque yo sabía que eso iba a suceder.

–Kassia, ven–colocó una mano sobre mi hombro–. Te quiero presentar a mis amigos–sin darme tiempo a reclamar me acercó al pequeño grupo de chicos que mi hermana había invitado. La mayoría eran compañeros de trabajo y sólo dos chicos eran amigos de la infancia que aun seguían en contacto con ella–. Chicos, les presento a mi hermana menor, Kassia. Si te acuerdas de Tom y Jena, ¿no? –señaló a un chico alto, delgado y de rostro delicado y a una chica, morena, de ojos verdes y cabello oscuro, lacio y sedoso.

–Claro–sonreí un poco y los saludé con un pequeño gesto de mano.

Tom movió animadamente su mano y me dedicó una sonrisa radiante, de todos los amigos de mi hermana, él es mi favorito. Cuando comencé en este mundo de la “adolescencia” y comencé a hablar obsesivamente de chicos, ropa, tendencias y boybands, él era el único que me escuchaba con verdadera atención y alimentaba mis disparates.

–Lo sé, lo sé, te entiendo, créeme. Yo también me casaría con él… si tan sólo le gustaran los chicos–hizo una pequeña mueca–. ¿Y qué me dices de los BRIT Award? ¿Los viste? –ese tipo de platicas siempre teníamos cuando venía a casa. A veces mi hermana se quejaba de que era su amigo, y que venía a verla a ella, no a mí.

A su lado, Jena, quien sostenía una copa con la mitad del contenido, me veía asombrada, como si no pudiera creer lo que contemplaba.

–No puedo creerlo. La última vez que te vi tenías once años, usabas frenos e ibas peinada con dos coletas, y ¡mírate ahora! –me señaló de arriba abajo–. Me siento totalmente vieja ahora.

Sonríe aún más mientras me sonrojaba un poco. Jena trabajaba en el extranjero, en una empresa constructora, y venía dos veces al año, a veces cuatro, y cuando lo hacía, la segunda cosa después de visitar a sus padres era venir a ver a mi hermana, pero hacia bastante tiempo que la chica ya no se paseaba por la casa, creo que desde que salió de la universidad y se fue a Europa.

–¡Oh sí! Que bueno que ya pasamos esa etapa–comentó mi hermana–. Karina, Alexander, Tyler, ella es Kassia, la chica de la que les habló todo el tiempo–remarcó la palabra todo–. Kass, ellos son mis compañeros de trabajo, tal vez ubiques a Karina, vino una vez a la casa.

Cada uno de ellos me tendió la mano, gesto que regresé, algo extrañada. He saludo a muchas personas así, pero nunca logró acostumbrarme a las formalidades adultas. Karina era una mujer de estatura promedio, con curvas y cabello ondulado con mechas rosadas que resaltaban con el oscuro de su tono natural, su piel era sumamente pálida, pero brillaba por lo perfecto de su cutis. Sus ojos grises se escondían detrás de unos lentes de montura gruesa en tono rosado, que iban a juego con su vestimenta. Alexander era un chico de un metro noventa, a quien tenía que ver hacia arriba. Su cabello iba engominado, peinado a la perfección hacia un lado, y vestía ropa cara, planchada, y pulcra, un Rolex adornaba su muñeca izquierda, y me había dejado algo anonadada, algo que intenté disimular viendo a su compañero, quien era un poco más bajo que él, vestía una camiseta blanca y unos pantalones oscuros, llevaba gafas y parecía más sencillo y tímido al mismo tiempo.

–Ivy no deja de decirnos que eres una excelente pianista, ¿es cierto? –preguntó Karina, quien no dejaba de sonreírme.

–Sí, pero yo no diría que soy excelente…

Mi hermana me calló de golpe, cuando sentí su brazo sobre mi hombro, atrayéndome con fuerza hacia ella, casi asfixiándome.

–Oh, ella sólo está siendo modesta, pero es sensacional. El fin de semana pasado fuimos a su escuela, hicieron una presentación y ¡todo el auditorio se puso de pie cuando ella terminó su número!

–Eso fue porque yo fui quien cerró el evento…

–¡Shh! –colocó un dedo sobre mis labios–. Porque no mejor hacemos que ellos lo escuchen con sus propios oídos, ¿qué les parece?

Y así como no esperó a que yo protestara ni a que sus amigos respondieran, me arrastró hacia el piano que se encontraba en el centro de la sala. Me indicó que me sentara en el banquillo, y después, llamando la atención del pequeño público, les pidió que guardaran silencio, ya que –y cito textualmente– «su pequeña hermana, iba a deleitarlos con un par de melodías».

El grupo atendió las indicaciones, y se formaron alrededor del piano. Mis padres estaban a un costado de mí, mi madre apoyó su cabeza sobre el hombro de mi padre, y éste la abrazó mientras le depositaba un pequeño beso en la cabeza. Ambos irradiaban felicidad y orgullo. Estaban orgullosos de sus hijos, cada uno había logrado resaltar en diferentes ámbitos, eran felices y rebosaban de salud, no podían pedirle nada más a la vida, hasta el momento habían hecho bien su papel.




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