Davon mantuvo la cabeza gacha, impregnado de la demanda que lo retuvo en el sitio, al haber vuelto sin éxito por su búsqueda.
No había salido para darle una respuesta, sino para que no se fuera sola o al menos, estar en su presencia si no deseaba que le diera el transporte.
De todos modos, no la culpaba por haber casi escapado de su presencia, porque por lo pronto el beso no entraba en la ecuación, pero sí el hecho de llevar la cabo una mentira a costa de su salvación.
Suspiró, tomando asiento en el mismo sitio donde lo cuestionó, queriendo pensarlo a la vez que deseaba mantener su decisión.
—¿Por qué no le dijiste que sí?—Se dio la vuelta ante la voz, encontrando a la pequeña en el escalón más grande, sostenida del barandal con el pijama puesto.
—Eso no te incumbe—zanjó, negando al no querer discutir eso con ella, volviendo a su estado donde pasó las manos por su rostro.
—Papá, ella puede darte muchas cosas—habló, rebotando en lo que llegaba hasta él.
—Yo no quiero "esas cosas"—remarcó, en el refunfuño—. Y no vamos a tener esa conversación, Isabela; eso no te compete.
—Sí lo hace porque me usaste como excusa—reviró, posando la vista en ella—. Te escuché. Necesitamos un mejor apartamento, apenas es normal vivir ahí y ella no se avergonzó de la pocilga donde nos hallamos—acotó.
—¡No estás viviendo en una pocilga!—indicó, molesto al enfrentar su regaño—. Tú no eres la adulta aquí.
—¿Pero sí soy quien merece que piensen en mí?—Chilló, indignada—. ¡Entonces soy quien merece mejor cuidado! ¡Y no me lo estás dando! ¡Y te roban tu dinero en el trabajo! ¡Siempre vienes con tan poco después de un día donde te destrozas y dejas tu alma en la calle!—Peleó, en el berrinche—. ¿Qué crees? ¡Yo también me doy cuenta de las cosas, pero no te reclamo! ¡Porque me das todo de ti para cuidarme! ¡Y ella tiene dinero, puede darnos un apartamento, un carro, un trabajo para ti y también un mejor seguro médico! ¡Tienes que ir a buscarla y decirle que sí! ¡Dile que te vas a casar con ella, por favor! ¡Papá!—Su mirada dura se fue suavizando al verla caer en el llanto, uno real que le había quebrantado el alma al sostenerla en sus brazos, permitiendo que sacara todo lo que llevaba oculto en su sistema, subiendo despacio hacia la planta donde estaban.
—Lo siento mucho, lamento haberte usado como excusa, pero ya le dije que no—lloró más, parpadeando para no seguirla en el sollozo, sorbiendo la nariz en medio de la pataleta que intentó calmar,para que no le diera un golpe entre las piernas, aunque se lo merecía—. Te prometo que voy a darte lo mejor, solo que no va a ser con engaños.
—Se pueden casar sin mentiras—hipó, restregando sus ojos al llegar a su habitación cuando al fin entraron—. Viven juntos en su casa, yo dormiría donde lo hacen los huéspedes, tú sigues tu trabajo normal, ella también; solo se casan—hundió las rodillas en la cama, llorando por mucho que quiso detener las lágrimas—. Ella también te necesita.
—Te puedes dañar los ojos así—la sostuvo de las manos al verla pestañear, con sus pestañas enormes batidas y remojadas por el torrente que la llenó, liberando su pecho por lo dicho.
—Tienes que buscar una mujer, porque te siento a veces muy amargado—alzó la ceja, por lo dicho—. Los hombres que tienen mujeres están felices y las mujeres que tienen hombres también.
—¿Dónde aprendiste eso?—Encogió los hombros—. ¿Es una materia nueva en la escuela?
—No, solo que mis amigos en la escuela dicen que cuando su papá duerme en la noche con su mamá, ella amanece más feliz.
—Ay, por Dios—soltó en el lamento por la respuesta, frotando su frente por lo estresante de eso—. ¿Al menos sabes a qué se refieren con eso?
—Pues algunos no están mucho en casa, así que supongo que se abrazan y se dan besos de buenas noches.
—De acuerdo, Isabela—inhaló, mirándola con fijeza—. Yo no necesito dormir al lado de nadie para ser más feliz en la mañana, solo necesito hacer plata.
—Hacer plata te deja de mal humor—refutó, sacándole la lengua, acostada en el colchón—. Papá.
—¿Mocosa?—Preguntó en la puerta, sin cerrar de inmediato.
—Tú la necesitas. Serías más feliz si Evia te diera más besitos de buenas noches como a las mamás de mis amigos—lo vio—. Dios dice que no es bueno que el hombre esté solo.
—Ay, ya, Isabel—regañó, sabiendo que no le gustaba que la llamara así—. Que duermas bien, mi amor—habló, cerrando en las negativas, quedándose en medio del la estancia al poder liberar sus emociones.
Vio el desastre, la escena del beso y lo mojado que estaba el piso, empezando a ordenar mientras recogía lo que se hallaba tirado en la repisa junto al mueble, tratando de que la estancia se viera mejor.
Cambió la repisa, la forma del mueble y el viejo televisor encajonado, guardándolo en la habitación donde se hallaban todas las cosas que no usaba, además de aquello que había guardado para vender cuando tuviera la oportunidad.
Quizás había llegado el momento de dejarlo ir, aceptar que por el momento esa era la única forma de darle un hogar a su hija, hasta que tuviera lo suficiente con lo que cambiar de lugar.
Para él, no era tan fácil costear un apartamento y la ciudad tenía unos precios que le recordaban su desventaja, por lo mismo había pasado tanto allí y si no fuera porqud ella apareció en su vida, tal vez habría estado en otro lado.
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Editado: 19.11.2024