No pudo evitar contemplarlo mientras seguía dormido, presa de su desvelo luego de lo que hicieron.
Quiso tocarlo, por más que se detuvo porque sabía que si no llegaba a espantarlo, iba a lograr que se le fuera el sueño y le gustaba verlo dormido.
Supo qud la sensación era muy nueva cuando le hizo cosquilleo en lo hondo, estremecida al mover sus dedos por sus facciones con suavidad al sentir que la atraía mucho más.
Despertó apenas, reacomodado en lo que la seguía rodeando con su brazo al estar boca arriba, llamando su atención el detalle que sobresalía.
—Davon—murmuró, avergonzada de tener que despertarlo de nuevo.
Tragó, pensando que era mejor ayudar que molestar, por lo que llevó su mano hacia el sitio, haciendo presión para ayudarlo.
—No lo hagas, eso duele—su esposa se espantó, dando un respingo que lo hizo volver de pronto a la realidad, sin haber querido asustarla.
—Es que yo pensé...—La observó, atento, a la espera de su argumento, dejándole saber que todo lo que pensaba o decía era importante—. Creí que podría ayudar así.
—Podrías, pero necesitas una clase sobre eso—hundió el entrecejo, posando el peso sobre uno de sus brazos—. Ven acá—pidió, cediendo al acercarla hacia él, dándole un beso—. Buenos días—murmulló, sobre su boca, logrando enredarse con él.
—¿Es la única forma?—Demandó, bajito al mover la palma más debajo de su cintura.
—Por ahora—asintió, alzando la pierna que enredó en su cuerpo, tirando la almohada hacia el suelo en cuanto se dejó ir.
No le disgustó para nada el instante, siendo su mujer de nuevo al no dejar de tocarlo, ni de sentir sus besos por cada lugar.
—¿Qué hora es?—Se alejó, buscando algún reloj.
—Hay un reloj arriba de nuestras cabezas, amor—liberó, obteniendo su vistazo ante lo dicho.
—Quince para las siete—habló, entrecortado, por no haber esperado ese apodo—. Estoy entrando en pánico—confesó, pegando la cabeza en el edredón.
—Es que se me salió—jugó con sus dedos en su pecho derecho—. Perdón.
—Dímelo de nuevo—pidió, queriendo que no fuera un sueño.
—Amor—lo miró a los ojos, sin dejar de retenerlo—. Mío—Davon sonrió con orgullo, quedando sobre él en los besos al alzarse con ella para ir juntos al baño.
Lo rodeó, escondida en su hombro hasta que la puso sobre sus pies, cayendo el agua caliente en el cuerpo de ambos.
—¿Cómo te sientes?—Preguntó, enfocado en la fémina.
—Extraña—enunció—. Y creo que me duelen un poco las caderas.
—Uhm—aguardó, esperando más—. ¿Y de incomodidad? ¿Te sientes incómoda? ¿No puedes caminar? ¿Algo te lastima?—Hizo una mueca, descubriendo la realidad—. Si no me dices, no te puedo ayudar.
—Es que quiero otra cosa—admitió—. No quiero hablar de eso.
—¿Y de qué quieres hablar o qué quieres hacer?—Indagó, a la par que evitaba que cruzara sus brazos.
—Estar como esposos aquí—abrió la boca y la cerró, convergiendo en lo que trataba de explicarle—, pero no como ayer, sino juntos—susurró, cerca—. Te quiero a ti, en mí—lo miró, de lleno, con los nervios acogiendo su cuerpo al escuchar eso.
—Me encanta que seas así—admitió, seguro—. Pareciera que estábamos destinados, aunque no sepamos casi nada del uno y del otro—paseó su pulgar por su mejilla, llegando a sus labios—. En cuanto a tu solicitud, mi amor—se inclinó a su oído—, lo hubieras dicho antes—susurró, mordisqueando el lóbulo de su oreja al bajar a su cuello, en lo que cerró el grifo, yendo a su boca para obtener su sonrisa pícara de la que se encargó, buscando que estuvieran en ventaja al ocuparse de su pedido.
Las marcas quedaron en sus cuerpos y en el material de esas puertas, siendo uno para el otro en esos vaivén, reconociendo lo que eran y lo que querían ser.
Davon la cargó de regreso, con sus piernas captando su atención por cómo las movía, emocionada ante eso al soltar una risa.
—Ve con Isabela antes de cambiarte—instó—. Verifica que todo esté bien, mientras recojo el desastre
—No quiero que salgas de la cama—hundió el ceño, extrañada—. Reposa un poco, por favor.
—No estoy en el médico, no fue nada del otro mundo.
—Bueno, para mí sí, considerando que me pasé un poco, siendo que eres nueva en esto—reviró.
—Pero te lo pedí anoche y lo hiciste—exhaló, encargándose también del desastre al no pasarla por alto.
—Era válido, porque tuviste una pesadilla—pregonó—. Evia, gritaste.
—Y lo hubiera hecho mil veces más, porque me gustó—masculló, firme—. Estoy bien—retuvo su rostro entre la palmas, captando el sostén en su cintura—. Lo prometo.
—Tenemos un pendiente—cedió, calmado, habiendo temido el terminar siendo un animal por lo que actuaron.
—Dos—señaló—. Ve—le dio un beso casto, aceptando al verlo salir, envuelto en la bata que amarró en su cintura.
Evia se recostó del colchón, mirando el techo por lo pasado al morder su mejilla en lo hondo, sin querer levantarse.
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Editado: 19.11.2024