No se cancela la boda

Precio.

—Buenos días—saludó sobre sus labios, mordisqueando su barbilla en cuanto lo oyó reír.

—¡Evia!—Su esposa lo besó, haciéndole cosquillas al recibir devuelta el gesto, impregnados ambos de las risas al cambiar de posición.

—No te toca dormir mucho hoy—lo vio, encantada por la forma en que los cubrió con la sábana, aún ocultos porque no era muy de mañana.

—Siempre te dejo dormir cuando lo necesitas—reviró, despacio al seguir contemplándola, con sus manos acariciando su piel al guardarla bajo sus dedos.

—Yo necesito más energía que tú—elevó el mentón, dándole acceso a su cuello donde posó un par de besos, deseosa de que llegaran a lo demás—. Para poder soportarte—completó, en la búsqueda de sus labios.

—Como si tú no fueras la insaciable—rió apenas, en lo que mantuvo la vista en él, pegando la cabeza del colchón—. ¿Qué?—Indagó, en el escrutinio, dudando de lo que había dicho al no querer faltarle el respeto.

—Nada—alzó la ceja, incrédulo, estirando su cuerpo más abajo en lo que su vista estuvo sobre la suya—. ¿Te molesta que sea así?—Al fin cedió, aunado a la pregunta que llevaba una buena negación.

—No—alargó, frunciendo el ceño—. En lo absoluto, mi amor; perdón si lo sentiste así.

—Creo que me ofendí muy rápido—expuso, haciendo un pico en la mueca que su esposo besó, atraído y encantada por la manera en que pudo suavizar el momento—. Me siento extraña por... la necesidad que tengo de ti, a veces, y no sé si el ser abierta o el que estemos juntos de manera seguida, es molestia para ti—pregonó—. ¿Tú qué opinas de eso?

—Todo está bien, a mí no me molesta nada de ti—musitó, besando sus clavículas, antes de volver a verla—. Lo que un día pueda hacerlo, te lo diré—expuso, volviendo a besarla, esta vez tomando el control en medio de las cosquillas y de la forma tan suave en la que logró llegar a su sapacio.

—Está bien—Evia selló, ya ida, por el acceso donde reacomodó sus piernas, perdiendo sus dedos en su cabellera.

Su mujer descansó en su esternón, lánguida y a la vez perdida en sus pensamientos mientras sentía sus caricias que desdibujaban líneas en su espalda; Davon se había dado cuenta de que el día iba a traer un par de nubes negras sobre los dos, por lo que quiso mantenerla centrada, por más que supo que la perdió en cuanto la vio desde su lugar.

Lo más probable era que estaba pensando en que había llegado el último día de ese viaje donde la Luna de Miel, fue tan diferente a lo que alguna vez soñó, y no la culpaba por sentirse en una encrucijada, solo que la cabeza de Evia estaba más centrada en lo que pasaría después de que ambos salieron de allí.

Tenía miedo y le faltaban soluciones sobre qué hacer en cuanto regresaran a casa, si es que ambos iban a su casa; no tenía muy claro el proceso para vivir juntos y a pesar de que hablaron algo el día de la boda, los dos terminaron ignorando lo que se suponía, debía haberse acordado desde el inicio.

Suspiró, levantando la cabeza un segundo para verlo, encontrando que seguía centrado en ella y que de algún modo, podía leer su estado.

No quería decirle nada, ni siquiera tocar de llano el tema, pero sabía que su actitud, el silencio y el susurro de su mente, también lo habían espabilado.

—¿Qué?—La castaña bajó el rostro al darle una negativa, sin querer emitir palabras en lo que se escondió en su hueco, cercándola más con sus brazos—. Tienes que hablar, Evia—instó, evitando sentarlos de un movimiento.

—No quiero, Davon—susurró, girando a verla cuando metió su palma bajo su cabeza—. Es que...—Oyó el aire salir, viendo el techo para enfrentar la situación.

—Vamos a ver—inspiró, sentados, al dejarla rodeando su cintura en lo que la mantuvo de frente—. Algo te preocupa, este silencio no me gusta y siento que la maraña en tu cabeza, cada segundo se hace peor—la enfocó, tomando su rostro en sus manos al saberla incómoda, puesto que no quería hablar del tema—. Por favor, mi amor, dime qué pasa.

—Eres mi esposo—asintió, de manera obvia.

—Lo soy—bajó por sus palmas, juntando sus dedos al hundir los hombros.

Trató de hacerla reír por la manera en que pudo aligerar su cuerpo, sin embargo, el ambiente y el estado de su mujer, lo hicieron regresar a su estado, atento al modo en que ya no lo vio.

Pasó la saliva, preocupado al verla fija en un punto en el suelo, algo perdida y desganada por lo que se suponía que pasaba.

—Pero no vas a poder actuar como él durante un tiempo—confesó, recibiendo el golpe en el estómago, sintiendo un vuelco extraño, sorprendido por la información—. Porque nadie sabe que nos casamos—siguió, queda, al tiempo que quiso poder entenderla—. Es decir, me refiero a la gente que me rodea, la prensa, no mis empleados y mi mejor amiga; los que saben de mí, y los que tienen trabajo pendiente conmigo, así que... vamos a tener que... evitar las muestras de afecto en la calle, pasar de actuar como esposos y no sé siquiera cómo nos vamos a mudar juntos.

—No... No lo entiendo—sacudió la cabeza, descolocado, necesitando pensar en medio de la toma de aire—. Se supone que nos casamos, que el tema de ambos ya estaba resuelto y...—Negó, procesando el impacto en medio del nudo en su garganta—. Debí pensarlo mejor.

—¿Qué?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.