PARTE 2
Lord Doh, seguido por Achi y tres de sus hombres más leales, se deslizó con paso firme por la entrada trasera de la posada. El aire gélido que anunciaba el inicio del invierno les apresuraba, y la calidez del lugar era un contraste reconfortante. La chimenea crepitaba con vida, llenando el espacio con un tenue resplandor anaranjado. Sobre la mesa, ya dispuestas, se encontraban copas de cristal fino junto a una jarra de vino tinto y otra de agua fresca.
El ambiente era más refinado que en la entrada principal: las mujeres que allí esperaban lucían vestidos elegantes, de telas suaves y colores profundos, que resaltaban su presencia. No había ni un atisbo de vulgaridad; todo parecía calculado, como si aquel rincón oculto se diseñara exclusivamente para hombres de alto rango.
Al entrar, un silencio expectante llenó la sala, roto solo por el eco apagado de las botas sobre el suelo de madera. Los hombres tomaron asiento, liberándose de la brisa helada que aún les aferraba. Las mujeres, como si fueran una sola, inclinaron ligeramente sus cabezas y hablaron en un coro armonioso, con voces suaves pero mecánicas.
—Bienvenidos, señores.
Rápidamente, sirvieron las copas con una eficiencia casi robótica. Luego, un hombre joven hizo acto de presencia. Tenía entre veinte y veinticinco años, vestía un traje verde oscuro impecable y sus zapatos relucían con el brillo de un pulido reciente. Su bigote largo, cuidadosamente enroscado en espirales perfectas, era casi caricaturesco, aunque lo llevaba con un aire de seguridad que pretendía ser imponente.
Con pasos ligeros, cruzó el salón. Dio un par de aplausos breves, casi inaudibles, y las mujeres abandonaron la habitación en un sincronizado desfile silencioso. Sus movimientos eran tan suaves que ni las bisagras de las puertas ni el crujir del suelo traicionaron su partida.
El joven se acercó a Lord Doh con una sonrisa que oscilaba entre la sinceridad y una inquietante devoción. Sus ojos parecían vacilar entre la admiración y algo más oscuro, una obsesión apenas contenida. Al llegar frente a él, hizo una reverencia pronunciada, como si estuviera en la corte de un rey.
—Señor Lord, es un honor indescriptible tenerlo aquí —dijo, su voz cargada de entusiasmo y sumisión. Su sonrisa no flaqueaba mientras se inclinaba para besar la mano de Doh, un gesto que bordeaba la teatralidad. Luego, levantó la mirada, notoriamente preocupado al observar las esquinas ligeramente empolvadas de la habitación—. Ah, si tan solo nos hubiera enviado un aviso de su llegada, habríamos preparado todo con mayor esmero.
Lord Doh respondió con una sonrisa indulgente, acariciando el aire con un gesto de mano para restar importancia al asunto.
—No te preocupes, Yag. Has mantenido mi establecimiento en excelente forma. Veo que cada vez estas mujeres están mejor vestidas y muestran una educación más refinada. ¿Cómo lo has logrado? —preguntó con un tono que mezclaba curiosidad y aprobación.
El rostro de Yag se iluminó al recibir aquel elogio, aunque en sus ojos había algo más, una chispa de orgullo desmedido.
—Gracias, mi señor. Es lo mínimo que puedo hacer por usted, quien siempre ha cuidado de mi familia. En cuanto a estas… —hizo una pausa, sus labios temblaron por un momento como si luchara contra el impulso de escupir la palabra— mujeres... —se aclaró la garganta y prosiguió con un tono casi despreciativo—. Al principio, se resistieron, claro. Pero no son muy diferentes de los animales. Unos cuantos azotes bien dados y algunas amenazas a sus familias bastaron para hacerlas obedecer. Ahora son lo que usted ve: pequeñas mascotas, dóciles y agradecidas.
Al terminar, Yag infló el pecho, su postura delgada intentando aparentar más fuerza de la que realmente poseía. Había en su tono una satisfacción malsana, como si cada palabra reafirmara su supuesta superioridad sobre aquellas mujeres.
Lord Doh le observó con una calma calculada. En su mirada había algo indecible, una mezcla de aceptación y un leve tinte de diversión. Sin embargo, no era claro si aprobaba por completo las palabras de Yag o si simplemente las dejaba pasar, como quien permite que un perro ladre sin prestarle demasiada atención.
—Maravilloso, Yag, simplemente maravilloso. Espero que algún día mi hijo llegue a ser como tú —soltó Lord Doh, dejando escapar una sonrisa ligera. Sabía perfectamente que esas palabras serían como combustible para la ya evidente devoción que el joven le tenía. El comentario no era casual; era un movimiento calculado, una estrategia para mantener el control.
Yag se ruborizó levemente, su rostro iluminándose con una mezcla de orgullo y adoración. Sus ojos se clavaron en el suelo por un momento, pero una sonrisa casi infantil se extendió en sus labios, un gesto que desnudaba lo vulnerable que era a las alabanzas de su amo.
—No creo que sea como este, mi lord —interrumpió Achi, con una voz cargada de ironía. Cada palabra llevaba consigo un filo, una intención de herir—. Espero que su hijo sea un verdadero hombre. Al menos, que pueda meterla en una mujer, no como este.
Las palabras golpearon como piedras lanzadas al aire. La voz de Achi, aunque controlada, era deliberadamente cruel, y al final de la frase acompañó su comentario con una mirada desdeñosa que recorrió a Yag de arriba abajo. Los otros tres hombres se rieron entre dientes, ocultando su burla tras falsos carraspeos.
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fantasia, fantasia oscura, isekai o reencarnación en otro mundo
Editado: 12.12.2024