No soy el Protagonista: Tomo I

CAPITULO 15: AMAN

AMAN

La noche continuaba su avance lento y silencioso, estirando su manto oscuro sobre Montelado. Aman caminaba con pasos mecánicos, cada pisada resonando sorda contra las piedras húmedas de la calle. El aire era denso y frío, una caricia helada que se colaba entre los pliegues de su abrigo, haciendo que su cuerpo temblara de manera casi imperceptible. Sin embargo, el frío físico no se comparaba con la gelidez que ahora reinaba en su pecho.

"¿Cómo es que nunca lo vi? ¿Cómo fui tan ciega?"

Esa pregunta resonaba en su mente una y otra vez, como un eco insistente que se negaba a desaparecer. Sus recuerdos desfilaban frente a ella, implacables y crueles. Cada detalle, cada decisión que había tomado, parecía formar una nueva pieza de un rompecabezas que, hasta ahora, había sido invisible para ella.

Las calles comenzaban a vaciarse. Las risas de los jóvenes, que antes llenaban el aire con su energía, ahora se apagaban en despedidas llenas de promesas de verse al día siguiente. Las luces tenues de las lámparas de aceite iluminaban con un parpadeo intermitente, proyectando sombras alargadas y deformes que parecían danzar al compás del viento. Los olores del día —el aroma de pan recién horneado y las especias que flotaban desde los puestos del mercado— habían sido reemplazados por el frío olor metálico de la humedad y la leña quemada de las chimeneas.

Aman avanzaba sin detenerse, sus botas de piel comenzaban a humedecerse al absorber el rocío acumulado en los adoquines. Con cada paso, el frío parecía filtrarse a través de las suelas, alcanzando sus pies como una mordida helada. Sus manos permanecían enterradas en los bolsillos de su abrigo; buscaban refugio del clima y, al mismo tiempo, parecían incapaces de quedarse quietas.

En su bolsillo derecho, sus dedos jugueteaban de forma nerviosa con la pequeña botella que le había entregado la anciana. La superficie del frasco era lisa y fría, y el leve sonido del líquido moviéndose en su interior parecía amplificarse en la quietud de la noche. Aman lo giraba entre sus dedos como si eso pudiera distraerla de los pensamientos que la atormentaban.

Su boca, apretada en una línea tensa, había adquirido un sabor amargo, un regusto metálico que no podía identificar. Tal vez era producto de la tensión acumulada, o quizá de las palabras que no había dicho, las que se había tragado al enfrentarse a la anciana. Su respiración, profunda y densa, salía en pequeñas nubes blancas que flotaban frente a ella antes de desvanecerse. Era casi como si estuviera fumando, aunque el único humo era el de su angustia hecha visible en el aire helado.

A lo lejos, el ruido de un taller todavía activo rompió la monotonía de la noche. El golpeteo constante de un martillo contra metal, acompañado por el crujido de las brasas al ser avivadas, era un recordatorio de que la vida seguía incluso cuando su mundo parecía haberse detenido. Aman levantó la vista brevemente hacia la fuente del sonido, pero sus ojos apenas registraron la luz cálida que salía de la forja. Su mente estaba demasiado ocupada.

"Un mes antes de conocer a Vhy..."

El recuerdo surgió como un espectro, nítido y cruel. Había sido una noche incómoda, cargada de formalidades que detestaba. La tradición dictaba que debía compartir una noche con el príncipe para asegurar su compatibilidad antes del matrimonio. En ese momento, lo había aceptado como una carga más, un paso necesario en su camino. Pero ahora, con la revelación de la anciana, esa noche tomaba un significado completamente distinto.

Su pecho se apretó al recordar los detalles. Los nervios que había sentido al entrar en aquella habitación adornada con cortinas de terciopelo oscuro y candelabros dorados. La mirada del príncipe, fría y distante, como si aquella tradición fuera tan irrelevante para él como lo había sido para ella. Habían cumplido con el ritual, pero no había sido más que eso: un deber. Ahora, sin embargo, ese recuerdo llevaba consigo una carga emocional que antes no había tenido.

"¿Y si Deczi no es hijo de Vhy?"

La posibilidad le arrancó el aire de los pulmones. Aman se detuvo un momento, apoyándose contra una pared para recuperar el aliento. Sus manos temblaban, y el frasco que había estado sosteniendo casi se le cayó al suelo. Lo guardó con cuidado en el bolsillo y cerró los ojos, intentando calmar el torbellino de pensamientos que la invadían.

Desde las ventanas de las casas cercanas, se colaban murmullos apagados, risas ocasionales y el leve crujido de puertas que se cerraban. Eran sonidos cotidianos, casi insignificantes, pero que de alguna manera la anclaban a la realidad. Aman respiró hondo, dejando que el aire frío llenara sus pulmones, y continuó su camino.

El castillo se alzaba imponente a lo lejos, su silueta recortándose contra las estrellas. Las lunas, que ahora casi alcanzaban su punto más alto, arrojaban una luz plateada que hacía brillar las torres y resaltaba los detalles de sus murallas. Cada paso que daba hacia él se sentía más pesado, como si el peso de la revelación aumentara con la proximidad.

"¿Cómo es que jamás me di cuenta?"

La pregunta seguía resonando, inquebrantable. Aman sabía que no encontraría respuestas esa noche, pero no podía evitar buscar en sus recuerdos algún indicio, algo que pudiera contradecir las palabras de la anciana.

Mientras avanzaba, una pareja cruzó delante de ella, sus risas suaves llenaron el aire por un breve momento antes de desvanecerse en la distancia. Aman los observó de reojo, sintiendo una punzada de envidia por su aparente ligereza. Ella solía ser así, despreocupada y llena de esperanza. Pero ahora, con cada paso que daba, sentía que esa parte de ella se alejaba más y más.




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