Novela a mis 5 lectores

Capítulo V: El Espejismo Profesional

La novela híbrida que Valarqui había escrito durante tres meses era distinta a todo lo anterior. Distinta porque no era completamente ficción. Distinta porque no era completamente no ficción. Era una criatura de fronteras, nacida en el espacio intermedio donde las historias verdaderas y las historias inventadas se vuelven indistinguibles.

Mezclaba crónica personal con ficción literaria. Entrelazaba momentos autobiográficos reales—el divorcio de sus padres, la muerte de su abuelo, el primer amor que lo destrozó—con personajes completamente inventados que vivían versiones fantásticas de esos mismos dramas. Una sección era un ensayo reflexivo sobre cómo el trauma se hereda. La siguiente era una novela corta sobre una mujer que descubría que podía acceder a los recuerdos de sus antepasados a través de objetos olvidados.

Era superación personal, sí. Pero no de la forma barata, la que ofrecen los libros de autoayuda con su promesa de transformación garantizada. Era más bien una exploración arqueológica del self. ¿Quién eres si extraes todas las historias que te han contado sobre ti mismo? ¿Qué queda?

Había reescrito ese manuscrito quince veces. Quince veces porque cada lectura revelaba capas nuevas. Cada reescritura lo acercaba más a algo que no podía nombrar completamente, pero que sentía en los huesos: la verdad de que somos narrativas en construcción permanente, que el acto de contar historias es el acto de existir.

Valarqui creyó—y era una creencia genuina, no ilusoria—que este trabajo abriría nuevas puertas. Que alcanzaría a un lector diferente. Alguien que no buscara solo entretenimiento. Alguien con hambre de reflexión. Alguien que hubiera experimentado la soledad de no encontrar palabras para lo que sentía, y que al leer su trabajo, reconocería su propia vida reflejada en las páginas de formas que lo sanarían.

Así que fue a Red de Profesionales.

La plataforma tenía seiscientos millones de miembros. Oficialmente. Abogados, consultores, ejecutivos, emprendedores, académicos. Personas que habían construido carreras en el mundo real. Personas que tenían influencia, recursos, sofisticación intelectual. Seguramente, pensó Valarqui, estos serían lectores. Personas con sed de reflexión genuina. Personas que buscaran más que scroll distraído.

Creó un perfil profesional. Escribió una biografía cuidadosa: "Escritor explorador de narrativas híbridas. Interesado en la intersección entre la experiencia personal y la ficción como herramienta de comprensión." No era ni demasiado pretencioso ni demasiado modesto. Era preciso. Era verdadero.

Luego compartió un extracto de su novela híbrida. Un párrafo especialmente poderoso sobre cómo el duelo modifica la forma en que experimentas el tiempo. Lo acompañó con una reflexión sobre por qué creyó que ese tema era importante para profesionales en carreras de alto estrés.

Publicó con cuidado. Con respeto. Con estrategia deliberada.

Y luego esperó.

El silencio fue absoluto.

No era el silencio de una plataforma que ignoraba. Era el silencio de algo muerto. De algo que simulaba vida pero que en realidad era un mecanismo automático. Valarqui observó cómo su publicación desaparecía en el feed de Red de Profesionales. Cómo otros contenidos subían. Cómo nadie lo mencionaba, ni siquiera con un "visto."

Una semana pasó. Luego dos. Su extracto había sido visto exactamente cuarenta y dos veces. No había comentarios. No había reacciones. Solo números muertos.

Valarqui intentó de nuevo. Compartió una reflexión sobre el síndrome del impostor—tema que suponía sería universal entre profesionales. Añadió una pregunta al final, incitando la discusión: "¿Cómo experimentan ustedes la brecha entre quiénes creen que deberían ser y quiénes realmente son?"

Nuevamente, silencio. Diecinueve vistas. Cero comentarios.

Pasó dos horas observando el feed de Red de Profesionales, estudiándolo como un antropólogo estudiaría un yacimiento arqueológico. Había contenido que sí generaba tráfico. Pero era siempre del mismo tipo: consejos prácticos sobre productividad ("Cinco formas de gestionar tu tiempo"), hitos profesionales ("¡Acabo de ser promovido a vicepresidente!"), logros ("¡Cerré el contrato más grande de mi carrera!"), inspiración genérica ("El éxito no es un destino, es un viaje").

Y debajo de cada uno de estos posts había cientos de comentarios. No comentarios reflexivos. Comentarios de validación. "¡Felicidades!" "¡Inspirador!" "¡Sigue adelante!" Emojis de aplausos. Corazones. Pulgares hacia arriba. Era un teatro.

Un teatro donde todos los actores fingían que estaban verdaderamente conectados, cuando en realidad solo estaban autopromocionándose.

Valarqui comprendió entonces la verdad sobre Red de Profesionales.

No era una red viva. Era un cementerio de perfiles que simulaban actividad. Cientos de millones de personas que habían creado cuentas, subido fotos profesionales, escrito biografías cuidadas, y luego nunca habían vuelto. O habían vuelto solo para consumir, solo para desplazarse rápidamente, solo para alimentar un narcisismo invisible.

Los que permanecían activos no estaban buscando conexión genuina. Estaban buscando validación. Estaban construyendo personal brands. Estaban—y Valarqui usó la palabra deliberadamente—vendiendo. No vendiendo productos exactamente. Vendían la ilusión de que eran interesantes, exitosos, dignos de atención.

Era un mercado de humo.

Valarqui intentó una vez más. Esta vez fue más estratégico. Investigó qué tipo de contenido sí generaba interacción. Vio que los posts sobre "lecciones aprendidas de fracasos" funcionaban. Así que escribió un ensayo sobre lo que había aprendido fracasando como escritor en plataformas comerciales. Lo enmarcó como consejo profesional: "Cómo el rechazo me enseñó a definir el éxito en mis propios términos."

Ciento treinta y seis vistas. Un comentario. De alguien que escribió: "Interesante perspectiva."




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