Después de que me colgaran, y algo asombrada, me decidí a entrar al autoservicio de la estación en busca de café y un asiento suave y mullido para mi trasero.
Los viajes en moto son alucinantes y por lo que había oído de algunos de mi alumnos, la ruta, el sonido del motor y el viento en el pelo, son las mejores sensaciones que se pueden experimentar. Pero nadie te advierte de los calambres, el frío, los bichos que se pegan en el visor del casco, los viejos verdes... En fin...
El viaje transcurrió en relativa calma, con una rutina autoimpuesta por mi pequeño cuerpo: cada tres o cuatro horas me resultaba sumamente necesario detenerme, hasta que a eso de las diez de la noche dijo basta y me vi envuelta en la titánica tarea de conseguir lugar donde dormir.
Uno de mis alumnos decía que no podías presumir de un viaje en motocicleta si no dormías además en una tienda a un costado de la carretera, y aunque el clima tal vez acompañe para tal hazaña, es algo que ni loca haría, por razones diversas los hombres tienden a ver en mi un blanco fácil, y creanme, puede resultar muy desagradable a veces.
Sobre todo teniendo en cuenta que a pesar de mi metro cincuenta y seis y mi cara de niña chica (que tampoco ayuda demasiado), me defiendo bastante bien. Aprendí de pequeña a utilizar mis "encantos", como dice Koni, según mi conveniencia, y ante la inconveniencia tuve que apañarmelas de la mejor manera posible.
Para cuando conseguí un lugar donde dormir y que además tuviera un lugar seguro donde dejar a mi pequeña consentida a salvo de cualquier riesgo, ya era casi media noche, y estaba cansada y muy enojada con toda la situación...
¿Alguna vez experimentaron amor a primera vista? Esa sensación de conocer de toda la vida a otra persona, de saber cada detalle, entender el significado de sus miradas, saber de antemano el gesto que va a acompañar a cada palabra... Imaginen algo así, pero con un objeto. Si, ya sé, suena muy banal y superficial, pero así fue con mi moto. Fue verla y saber que había sido hecha para mí, podía sentir el aire en mi cara y la vibración del motor en mi cuerpo... aunque pude usarla mucho tiempo después de haberla comprado, pues la vendían para chatarra. Según Lucas, un gasto innecesario, pero que sabe él?
Obviamente yo tampoco sabia del tema, y entre repuestos y mecánicos se me fue el presupuesto de un año, pero valió las horas de regateo, de hacer miraditas (creanme, no saben la falta que me hicieron a la hora de conseguir algún que otro descuento...), en fin, que si tuviera que hacer todo de nuevo, lo haría con gusto.
Y aquí estoy, dos años después haciendo el viaje de mi vida, peleando con un tipo de muy mal humor y peor aliento para que me abra el garage para mi nena... Cosas de la vida...
Cuando por fin conseguí acomodar mi trasero en el colchón mullido de la cama, después de haber revisado cada rincón de la habitación y de haber puesto mis cosas en una silla, me adueñé del control remoto dispuesta a no dormirme en tanto esperaba para ir a buscar la cena al bar de aquel lugar.
No creí estar tan cansada, pero cuando desperté eran casi las seis, aun traía los borceguíes puestos y mi pelo era un desastre. Lo bueno: mi pequeña anatomía parecía estar descansada y lista para otra jornada de viaje en ruta a bordo de mi moto.
Antes de partir llamé a la señora que estaba encargada de cuidar de la casa que teníamos y donde viví los primeros 17 años de mi vida. Después de asegurarme de que pudiera darme las llaves cuando llegara, junté mis cosas y me encamine al bar por un desayuno capaz de revivir a un muerto.
El viaje, de normalmente unas 36 horas en vehículo, me llevó dos días y medio, dos noches de hotel, unas ocho paradas y tres tanques y medio de combustible, y cuando finalmente llegué a destino, las ganas de besar el suelo y de tomarme un cajón de cerveza, eran por igual tentadoras e irresistibles...