Ocaso de una melodía

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Llegué al pueblo cerca del mediodía. Kilómetros antes de entrar, detuve la moto en la ruta y me empape con la vista que había extrañado durante tanto tiempo... El mar, los barcos, las montañas... Saqué muchas fotos y emprendí la marcha hasta mi casa.

Para llegar a casa tuve q atravesar todo el pueblo, y a medio camino pare en un almacén frente a la plaza central, dejé a mi nena estacionada en la calle y entre a buscar provisiones para almorzar. Cuando salí me sorprendió tener a mi moto rodeada de gente... Adolescentes mas que nada, y algún que otro adulto. Algo avergonzada, me hice la tonta y mientras ellos hacían lo que suelen hacer los hombres (ja!) llamé a la vecina que suele ir a remover el polvo y esas cosas, para avisarle que había lle/gado y pedirle una llave.

Terminé la llamada, y aún avergonzada, acomode mi bolsa en un morral de la moto y me dispuse a marcharme. Quería tomarme mi tiempo para llegar a casa, pero dos días y medio arriba de mi nena me habían dejado el cuerpo a la miseria, así que apure lo mas que pude. Al llegar a casa, mi antiguo vecina me esperaba mirando desde la ventana, y luego de ponerme al día, se marchó dejándome sola con mis fantasmas.

Metí la moto en el garaje, acomode mis pertenencias en mis hombros y tomando aire, entre. Desde la puerta pasé la vista por cada lugar, y fui caminando lentamente mientras retiraba las sábanas de los muebles. Hacía años que no volvía y todo estaba tal y como lo recordaba... La chimenea en el medio del salón, los sillones color chocolate, la mesa ratona... Nada había sido movido ni cambiado. Papá amaba esa casa, y dejó de visitarla cuando el Parkinson empezó a empeorar, y aunque mamá insistía en venderla, él nunca quiso hacerlo. Por mí. Para mí.

El quería que volviera, pero con el tiempo se fue haciendo muy duro y doloroso hacerlo, así que desistí. Entré a la cocina, acomode mi modesto almuerzo en la mesa y me acerqué a la ventana. Desde ahí solía verse la casa de su madre, y aunque para él nunca resultaban agradables las razones por las que lo veía llegar, en secreto me alegran en parte los problemas de su madre, suena egoísta lo sé... Pero que adolescente no lo es?

Terminé de almorzar en silencio, limpie lo que había ensuciado y me dirigí a mi habitación con la mochila colgada de un hombro y el estuche con el violín del otro. Mi vecina era un amor... Había dejado todo impecable y hasta había cambiado las sábanas! Me di un largo baño y volví a mi dormitorio con una bata envolviendo mi cuerpo, abrí el closet buscando esa tabla floja del suelo y saqué una pequeña caja de cartón floreada. Con ella en la mano, me senté en el marco de la ventana a escarbar mis tesoros.

La mayoría eran fotos y notitas, de esas de colores que se pegan en la heladera o en los libros de texto. Eran fotos nuestras. Mi favorita era una que nos había tomado mi padre en esta misma habitación, teníamos 15 y 13 años, yo estaba sentada en el marco de la ventana afinando mi violín y él me miraba desde el suelo rodeado de carpetas y lápices de colores. Había pasado tanto tiempo ya! Cuando las primeras lágrimas amenazaron con caer, acomode todo lo mejor que pude y me dispuse a tomar una merecida siesta.

Cuando desperté ya era media tarde así que me vestí y decidí en que gastaría el resto del día. Me puse un jean oscuro, borceguíes y una camisa escocesa, hice una trenza en mi cabello, y me dispuse a salir. Antes de tomar las llaves de la casa y de la moto, escribí una notita y la guardé en un bolsillo de la camisa y me puse la campera. Ahora sí estaba lista para enfrentar la tarde.



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En el texto hay: viajes, reencuentro, primer amor

Editado: 15.03.2019

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