Ximena.
Después de ir a ver a Damián, sabía que nada estaba bien.
Hubo un segundo ataque, y esta vez era hacia alguien que me importaba. No quería que las cosas quedaran así.
No quise esperar más y preparé mis cosas para ir a buscar a Lina. Agarré una mochila con cosas básicas de primeros auxilios, una linterna, una cuerda y una barrita de cereal. Tal vez pudiera parecer exagerado, pero no sabía qué esperar del Inframundo.
Fui por la perla que me dió Hefesto, cerré los ojos y en ese momento visualicé lo que pude del Inframundo. Mi padre me había descrito en más de una ocasión cómo es que se veía, así que eso me ayudó.
Cuando abrí los ojos, me encontraba en el salón de lo que parecía una mansión enorme. A pesar de la iluminación que había; el lugar se encontraba un poco oscuro, la vibra se sentía muy pesada y los adornos que alcanzaba a distinguir eran siempre en tonos rojos o negros. El último era el que predominaba más. Me percaté de que la perla se iba desvaneciendo poco a poco como si fuese niebla, hasta que finalmente ya no quedó nada.
Me dí la vuelta para observar más del lugar y en ese momento me llevé un gran susto. Un perro enorme de tres cabezas estaba a solo unos cuantos metros de mí, durmiendo de lo más cómodo del mundo. Sí, era Cerbero; y solo unos metros, y algún ruido que se pudiera producir, me separaban de un posible ataque.
Volví a girarme para tratar de estar lo más lejos posible. La buena noticia, logré alejarme lo suficiente como para correr; la mala, es que si debía correr ya que tiré un jarrón que lo hizo despertar.
Cerbero me miró por un momento, y cuando se dió cuenta de que no pertenecía ahí, no dudó en querer atacarme.
Como la buena arquera que soy, procedí a correr por mi vida. No quería que mi estancia en el Inframundo fuese eterna; al menos no por ahora.
Intenté abrir cada habitación que me cruzaba, pero ninguna se encontraba abierta; hasta que finalmente dí con una.
No dudé en entrar.
Observé que era casi igual a la sala en la que estuve antes. La diferencia es que ahora estaba en una habitación. Había una cama enorme con dosel en el centro de la habitación.
En ella, estaba Lina. Pude observar que se encontraba leyendo algo, y tenía unos audífonos puestos con lo que parecía ser un walkman. No notó mi presencia.
Decidí acercarme a la cama, y cuando lo hice, se llevó un gran susto.
—¿Qué mierda. Ximena? ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Cómo entraste? ¿No sabes tocar?— intentó sentarse en la cama mientras trataba de disimular el susto.
—Quería tocar, pero tu cachorro estaba entusiasmado de jugar conmigo— dije de la manera más sarcástica posible.
—¿Le hiciste algo a Cerbero?— se levantó de la cama y se acercó lentamente a mí.
—No. Pero gracias por preguntar si yo estoy bien— mi tono fue un poco más retador.
—¿Cómo entraste? No creo que Hermes tenga algo que ver con que estés aquí— me cambió el tema—. Me imagino que hay una buena razón para haber bajado hasta aquí.
—Necesito tu ayuda. Yo no tengo nada que ver con lo que está pasando, y ya viste cómo se puso Carlos con el ataque al refugio. No quiero ni imaginar cómo estará cuando se entere de lo que le pasó a Damián.
—Ya se enteró. Claudia le dijo.
—¿Dijo algo?
—Que había que vigilarte más; y esta vez, Claudia lo apoyó. Parece que ambos están desconfiando de tí.
—¿Y tú qué piensas?— me daba curiosidad saber lo que opinaba Lina.
No quería tener una mala imagen para ella, pero lo que más me preocupa era que se me acuse de algo que no estaba haciendo.
Me había esforzado muy duro para poder entrar al equipo, y no pensaba dejar que un mal entendido hunda todo mi trabajo.
—Confío en tí. He tenido unos sueños raros desde la profecía, son como visiones— guardó silencio por un momento. Parecía que estaba indecisa en hablar; pero finalmente, continuó—. No son claros. Es como si los hubiera vivido antes. El primero fue sobre el entrenamiento; lo que pasó con la Quimera. Ximena, se fue sobre tí, eso no suele pasar. Siempre van contra el atacante, no contra alguien en específico.
—¿Estás insinuando que alguien la puso en mi contra?— estaba confundida.
—Estoy afirmando que alguien la manipuló para que eso pase. Las criaturas que enfrentamos en los entrenamientos son ilusiones que crea Hefesto. Solo sirven para eso, para entrenar; no tienen la capacidad para atacar, solo para defenderse. Alguien la modificó para irse contra tí.
—¿Querían matarme?
—No precisamente; pero si lastimarte. ¿Qué hacías en el momento en el que el ataque empezó?
—Me dormí. Estaba cansada.
—Y por eso Carlos te culpó, ¿verdad? Entonces, si estabas herida, nadie te iba a estar observando; por lo que podías resultar sospechosa, justo lo que pasó con Carlos.
—Cierto. Y alguien de los nórdicos está involucrado también, por lo que hace sentido el hecho de atacar sin la necesidad de estar presente— pensé—. Y con lo de Damián cobra más sentido la sospecha.
—Exacto. Por eso tenemos que hacer algo ya.
—¿Y qué sugieres?
—Primero, una visita a los muertos. Son buenos escuchando todo, así que si saben algo, lo dirán. Si eso no funciona, tendremos que vigilar a cada miembro del equipo. Eso incluye a Gisselle y Damián.
—De acuerdo. ¿Cuándo empezamos?
—Ahora. Con los muertos— tomó mi brazo y se dirigió a la puerta de la habitación.
Parece que se le olvidaba que a su perro no le caí nada bien.
Cuando salimos, Cerbero ya no estaba; aún así, estaba alerta a cualquier cosa. Mientras tanto, Lina caminaba como si estuviéramos en un día de campo.
Llegamos al salón en el que había aparecido. Estábamos por salir cuando alguien habló.
—¿A dónde vas, Lina? ¿Y quién es tu amiga?
No tardé en darme cuenta de que se trataba de Hades.