Entrelazó sus manos nerviosas. El día que había comenzado con una gran sonrisa, finalizó entre lágrimas, angustia, sudor y tristeza. Pero que no todo salía bien lo había aprendido hacía muchos años, ya eso no la enojaba. Aun así, en ese pedazo de instante, el dolor la castigaba por dentro de una forma cruel y se preguntaba por qué simplemente no moría y ya. La luz blanca del pasillo la ponía aún más nerviosa y estar sola en un hospital a media noche realmente le asustaba, porque ella odiaba estar sola y también esos grandes lugares. Pero necesitaba esperar a que el doctor saliera y le dijera que Cristian se encontraba fuera de peligro, que había superado el estado crítico y solo necesitaría unos días para recuperarse.
Sí, solo necesitaba eso.
Aun sabiendo que ella estaba maldita y esa voz en su cabeza no dejaba de susurrarle que él iba a morir por su culpa. Que iba a desaparecer de su vida, a desvanecerse y tan solo quedarse en su memoria.
Gritó por dentro y se mordió el labio inferior hasta que de este comenzaron a surgir gotitas de sangre que hacían contraste con esa piel tan pálida. Sus manos comenzaron a jalar su cabello suavemente y su cabeza daba golpes contra la pared y ya que eso no era suficiente, se detuvo un instante, para después rasguñar su cuello, lo que sentía por dentro era tan solo una molesta picazón que necesitaba rascar y desaparecería. Sí, tan solo era eso.
—No está bien que hagas eso, niña. —la fría mano que la detuvo la tomó por sorpresa, ya que estaba consciente que hacía unos instantes estaba completamente sola. Giró su cabeza lentamente, pero no logró ver quien era, debido a la gorra y la capota que el chico llevaba consigo.
Se zafó bruscamente de su agarre y suavemente posó sus manos sobre su regazo.
—No me…—se detuvo y sonrió.
—No te hagas daño de esa forma, niña. Eso no está bien. —su cálida voz la sobrecogió.
—No soy una…—entrecerró los ojos molesta, no tenía ni siquiera que responderle—niña.
—Bueno, ¿qué te tiene así entonces? ¿por qué tan ansiosa?
—Alguien a quien…alguien que quiero mucho está en este momento en sala de cirugía, y..y…y yo…—su voz se cortó, un nudo se atravesó en su garganta. Y hasta ahí llegaba, se suponía que esa sensación debía subir hasta sus ojos y escapar, pero no lo hacía y su mirada fría y carente de emoción se fijó en el techo.
—¿Y tú qué? —preguntó él de vuelta.
Sentía que él ahora la miraba fijamente pero no se atrevía a girar para mirarle, tenía miedo de que observara esa mirada tan apagada.
—Tengo miedo de que muera por mi culpa, las personas que se acercan a mí se mueren. Soy ese terrible frío de invierno que marchita las flores hasta robarles el color. —se sentía cómoda por alguna razón y simplemente hablaba sin oponer resistencia.
—¿No crees que son palabras muy duras para decirte a ti misma?
Ella sonrió y finalmente volteó a verlo, sus ojos esmeralda se encontraron con una dulce mirada curiosa.
—¿No crees que no deberías hacerle tantas preguntas a una chica sola a media noche en un hospital?
—Lo siento—su sonrisa se hizo más amplia—tenía mucha curiosidad por algo, ni-ña. —enmarcó lo ultimo divertido, siendo consciente de que le molestaba.
—Que no soy…—se detuvo al ver salir al médico de la sala de cirugías. Inmediatamente se puso de pie y se fue acercando a él. Le miró ansiosa.
—¿Usted es familiar?
—S-soy la novia. Aún no he avisado a su familia, quería asegurarme primero de que tendría buenas noticias ¿Cómo está? ¿Salió todo bien? —movía sus manos ansiosa, enredándolas entre sí.
Pero por la expresión de sus ojos lo sabía, nada estaba bien. Nada volvería a estar bien.
—Lo lamento, pero no resistió.
Bajó la mirada, el tiempo se detuvo en ese momento y todo a su alrededor dejó de moverse. No se atrevía a mirar al doctor a los ojos, le asustaba que él también notara su mirada carente de emoción que no se empañaba ni un poco. Se odiaba, ni una sola gota de lágrima podía dedicarle.
“Oh, Amanda querida, en serio eres un monstruo”
Fuera comenzó a llover y el sonido la trajo de vuelta. Al reaccionar tenía enfrente al chico que la acompañaba hacía unos momentos.
—Vaya, no puedes llorar. Qué jodido debe ser tener tanto dolor acumulado por dentro.
Esos ojos cafés que la miraban intensamente parecían comprenderla y en su mirada no existía rastro alguno de juicio.
—Ahora, ¿cómo le digo a su familia que maté a su hijo?
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Editado: 06.05.2020