ParaÍso Oscuro

CAPÍTULO 3: ENCUENTROS EFÍMEROS

—Hey, Jeanette, no programes nada para los próximas dos meses por favor. —dijo mientras bajaba la ventana del auto de a poco para sentir el viento alborotando su cabello y rosando su piel.

—Pero…—le reclamó, ya que había confirmado unos cuantos eventos de gran importancia.

—Por favor. Necesito descansar un poco.

—Está bien.

—Tampoco quiero a nadie en la casa, quiero estar sola. Solo envía al chofer para que me lleve a la escuela y me recoja.

—Entiendo. ¿Algo más? —preguntó un poco irritada.

—¿Ya está la alacena y el refrigerador llenos con los productos que te pedí?

—Así es.

—Entiendo. Tú también tómate un descanso, Jeanette. Lo mereces. —su voz se suavizó.

Jeannete sentía un enorme aprecio por Amanda, no solo era su tutora legal si n que le amaba como una pequeña hermana menor, aunque la irritara a veces. En ocasiones la veía como un pájaro herido a quien le habían fracturado las alas y se vio obligada a quedarse estancada en tierra, sin posibilidad de emprender vuelo.

—Cualquier cosa que necesites por favor contáctame, ¿de acuerdo?

—Claro.

El resto del viaje fue en silencio, su mirada se perdía entre los infinitos árboles que pasaban rápidamente y que no lograba ver bien. Y sus pensamientos se escabullían entre los recuerdos, esos que tanto evitaba constantemente. Sentía el dolor enredándose en su pecho listo para subir, pero quedaba atascado en su garganta, realmente deseaba con todas sus ganas que subiera hasta sus ojos y que estos se desbordaran. Pero no era posible.

Y, de repente, un recuerdo poco grato de su infancia se coló atrevidamente en su memoria. Pensó en su infancia, en el rechazo, empujones, jalones de cabello y burlas. Pero jamás derramó una gota de lágrima. La niña nunca lloraba. Cuando era empujada y se lastimaba, se levantaba como si nada hubiera sucedido, se limpiaba la sangre de sus rodillas, arreglaba su cabello y sacudía su uniforme, y seguía adelante, con los ojos en frente y la mirada perdida. Por más que doliera esa herida en sus piernas, o lo mucho que tuviera roto el corazón, no podía llorar. No debía llorar.

Al lugar al que se dirigía era un pequeño pueblo que parecía se había suspendido en el tiempo, con tan solo ochenta habitantes era un lugar ideal quizás para descansar, tal vez para esconderse o huir.

Cuando volvió a reaccionar, ya se encontraba en frente de su nueva casa. Entre flores que se abrían paso hasta la entrada se encontraba ubicada ese acogedor lugar de un solo piso y que daba la sensación de ser el hábitat de un puñado de hadas, rebosaba calidez y tranquilidad. Sonrió mientras bajaba del auto y su sonrisa se esfumó al instante al observar que al lado se encontraba otra casa.

—Oh, Jeanette, te dije que no quería vecinos. —frunció el ceño y se cruzó de brazos.

—Bueno Amanda, pero si no quieres vecinos deberías irte a un bosque o una montaña. —quiso lucir seria, pero la situación le causaba gracia. Simplemente no podía imaginar dejar Amanda en una casa completamente sola sin nadie alrededor a quien pedirle ayuda en caso de que surgiera algo y ella no estuviera cerca.

—Entiendo—suspiró agotada—. Solo dejen las cajas dentro de la casa y por favor retírense.

—¿Te ayudo en algo?

—No. Sabes que me gusta ordenar todo por mí misma.

—Comprendo. Entonces te explicaré cómo es el pueblo.  A diez minutos, bajando derecho se encuentra una pequeña tienda que cuenta con varios víveres por si le hace falta algo. De igual forma tiene un cajero por si en algún momento necesitas retirar dinero. A treinta minutos podrás encontrar el parque central, casi siempre está solo así que prefiero que no vayas ahí. He instalado dentro de la casa un sistema de seguridad, así que cuenta con cámaras en la entrada, la sala y el patio. —hizo una pausa y observó como Amanda parecía más entretenida mirando a su alrededor que poniendo atención a lo que ella decía.

—Vamos, sigue, te estoy poniendo atención. —le hizo una seña con la mano para que Jeanette siguiera dándole las indicaciones.

—¿Qué he dicho hasta ahora? —se cruzó de brazos y la miró fijamente.

Amanda se giró, sabiendo que la había hecho molestar.

—La tienda, el dinero y no parque. Vamos, sigue, tengo toda mi atención en ti. —abrió sus ojos exageradamente y se acercó, poniendo su rostro a muy pocos centímetros del de ella.

—Amanda, a veces asustas — Jeanette dio unos pasos hacia atrás y siguió explicándole—Si te encuentras en algún estado de peligro por favor presiona inmediatamente el botón que se encuentra ubicado en tu habitación junto a la cama y los agentes de seguridad de la agencia estarán aquí cuanto antes. La estación de policía de igual forma está a veinticinco minutos, pero no es que hagan mucho que digamos. Para mayor seguridad he quitado el picaporte de la puerta y he instalado un sistema digital, para poder ingresar debes digitar la clave, es el mismo número de siempre. He dejado en tu patio la motocicleta que pediste por si deseas movilizarte pero eres tan inestable emocionalmente que prefiero que no la toques.

—¡Eres malvada! —reclamó molesta.




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