† VEINTIOCHO †
—LA DAMA CON CABELLOS DE FUEGO—
Tarde.
—Has faltado al Tratado, Dalila.
Dalila sabía que Satanás no dudaría en mencionarlo, mas no se encontraba preparada para lidiar con él.
—Si fueras mujer habrías hecho lo mismo.
—Claro que sí —dijo—. Pero no lo soy, al igual que tú. Estás muerta, ¿qué importa? No le quedaba mucho tiempo, pero no supiste respetar la mínima ley que debemos cumplir.
—¿Y?
Satanás le dio la espalda y comenzó a caminar, con Dalila pisándole los talones. Al poco tiempo de andar, respondió:
—Espero que el Juez se apiade de ti. La sangre se paga con sangre, ahora llevas la marca de la muerte.
Ingresaron a un claro de piedra caliza, el único lugar del averno que contaba con escasa vegetación: ramitas secas y enredadera marchita que crecían alrededor de enormes estalagmitas que les triplicaban en altura.
—Hoy me reuniré con los Grandes Demonios —rompió el frío silencio que se había establecido entre ambos—. Les hablaré de sus ofrendas.
—¿Cómo?
Satanás rio.
—Claro, ¿o creíste que íbamos a tomar el té con tus queridos humanos —se mofó—. Tienen prohibido salir en su forma física aún con la Llegada, por eso necesitan un vehículo.
Retomó el camino. Esta vez, Dalila dudó si debía seguirle o no, pero después de sopesar qué opciones tenía, trotó hasta llegar junto a él. A medida que avanzaban, no pudo evitar pensar en Kenny: una de esas malditas aberraciones se alimentaría de él hasta que la pequeña marioneta dejara de funcionar.
En la entrada a su morada, Satanás se volvió hacia Dalila. Su rostro quedó a poco menos de una palma de distancia y los ojos, engullidos por una extraña oscuridad que pocas veces había visto, reflejaron la angustia de su semblante.
—¿Todo en orden, Dalila?
Ella asintió, con los labios apretados. De repente advirtió que empezó a helar y sintió que su cabeza palpitaba, como si el dormido corazón reiniciara su violento latido.
Dio un traspié y tuvo que sujetarse de una estalagmita que se alzaba a su lado. Satanás le brindó la mano para que se sujetara de ella, sin embargo, la rechazó sin verlo a los ojos.
—Sí, sí —dijo mientras apretaba la sien izquierda—. Deben ser las visitas a la tierra. El cambio de ambiente puede ser intenso, es todo.
Se mordió la lengua tan fuerte que habría sentido el sabor de la sangre, de no ser porque el demonio frente a ella le apretó el mentón, tirando de él.
—¿Ah, sí?
Las largas pupilas de reptil la repasaron de arriba abajo.
»Cómo no, Dalila, cómo no.
Tiró la cabeza hacia atrás, liberándose del agarre al segundo intento.
—¿Irás con ellos?
—Por supuesto. —Le vio de soslayo y añadió—. ¿Hay algún problema? ¿Algo que deba saber?
Dalila titubeó.
—No, señor.
—Esa mujer que se te negó… Estamos cortos de tiempo.
—Lo lamento. No sucederá más.
Una mano se apoyó en su cabeza y Dalila dio un respingo en cuanto le sintió. Deseó poder controlar cada músculo de su cuerpo, pues temió en aquel momento que el Diablo que le acariciaba el cabello se percatara de cuanto temblaba bajo su tacto.
—Sé que lo harás bien.
Y luego añadió, como un susurro junto a su oído.
»Más te vale hacerlo bien. No me querrás decepcionar por segunda vez, ¿verdad?
Terminados con ella sus asuntos, bastó una mueca para indicarle que ya era hora de que se marchara.
Dalila asintió, sintiéndose atrapada en un diminuto cuerpo de hielo. Sin embargo, al alejarse de la morada, la idea de que solo restaban dos pecados recuperó de a poco el ánimo perdido.
Muy pronto levantaría sus armas contra el enemigo, en especial él.
A él lo quería ver muerto.
El motivo de su eterno castigo.
—Ah…, Miguel —sonrió para sus adentros mientras volvía a emerger. Se preguntó a dónde la llevaría ahora—. Necesito tanto volverte a ver… No sabes lo que es sufrir.
El recuerdo de su beso le encendió los labios y la sangre del temporal cuerpo corrió fuerte por ellos justo cuando otra punzada le hacía doler el pecho.
»Me vengaré por lo que me has hecho.
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Editado: 18.05.2024