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Pequeños relatos de terror 2

1.- Luna de sangre

Cuando mi abuela era pequeña su madre solía contarle una peculiar historia, en parte para alimentar su brillante imaginación y darle más impulso a su curiosidad, así como para sembrarle cierto temor sobre quedarse fuera de casa a altas horas de la noche sobre todo cuando se anunciaba que iba a haber eclipse lunar o la maravillosa luna de sangre o luna roja se iba a alzar en lo alto del manto estrellado. La historia relataba el avistamiento de los tan famosos vampiros rondando por las calles del pueblo, se decía que durante las noches ellos salían a cazar a sus presas y a alimentarse de sangre fresca de niños y mujeres vírgenes o ganado, por lo que todas las casas del pueblo se cerraban con seguro y candado al punto de las ocho de la noche que era cuando los hombres regresaban a sus hogares luego de trabajar, no sin antes haber encerrado a su ganado más preciado en el establo.

Cada noche mi abuela permanecía pegada a su ventanal, observando la desierta calle a través de su cortina hasta bien entrada la madrugada a la espera de poder tener la suerte de ver a alguno de esos seres de los que tanto había escuchado y de los cuales estaba tan interesada, pero cada noche terminaba igual de decepcionada, todas esas horas en vela eran en vano; a pesar de su nula suerte mantenía la esperanza y se repetía que lo intentaría la noche siguiente y la siguiente y aún más si esa noche había luna roja, definitivamente debía vigilar esas calles oscuras y desoladas, era la ocasión perfecta, con un golpe de suerte podría vislumbrarlos aunque fuera a la distancia.

Ella se pasó todas las noches de su niñez a la espera de algo insólito que jamás llegó, así que cuando llegó a la adolescencia y las salidas con sus amigos se alargaban hasta altas horas de la noche poco se preocupaba por aquellos cuentos baratos que su madre le había vendido en su infancia; cada vez regresaba más y más tarde a casa provocándole a su madre serios dolores de cabeza y altos niveles de estrés al no saber en dónde se encontraba su hija, se angustiaba por ella, no quería que algo malo le fuera a pasar, pues aún habían rumores sobre aquellos seres hambrientos de sangre humana.

Fue hasta sus veinte años que presenció lo que toda la vida había esperado. Fue una noche en la que se quedó hasta tarde ayudando a su tía en la panadería, era día de muertos por lo que los clientes no dejaban de llegar para poder comprar el tan delicioso pan de muerto que la tía de mi abuela solía preparar, ella era famosa entre los habitantes del pueblo y todos aguardaban con ansias el día de muertos para comprar gran cantidad de piezas de pan para toda la familia. Su tía le había pedido que sacara la basura para poder cerrar la panadería al fin e ir a casa de la abuela de mi abuela para la tradicional cena que año con año ese día se realizaba para honrar a los que ya no estaban.

Ella no había sido capaz de contarle a nadie lo que esa noche de día de muertos, mientras la luna de sangre estaba adornando el cielo nocturno, había visto y helado su sangre, durante la cena familiar se limitó a decir que su pálida tez se debía a que la presión se le había bajado por haber pasado tantas horas sin comer, le dijo a mi tía que no era culpa suya sino de ella misma porque a la hora de la comida ingirió alimentos muy ligeros. Para suerte de mi abuela, sus tíos e incluso su propia madre no le habían prestado mayor atención ni le habían pedido más detalles sobre si le dolía alguna parte del cuerpo, simplemente le dijeron que eso era lo que conseguía por dejar de comer todo por conservar un cuerpo esbelto, también recibió amenazas sobre que no se le ocurriera volverse anoréxica o bulímica solo por mantener una figura delgada, si un hombre iba a fijarse en ella poco le iba a importar si era gorda o flaca; mi abuela estaba tan asustada y tenía tanto miedo que pasó por alto las ofensas y críticas que su familia le hacía en esos momentos sobre su apariencia, si tan solo supieran que no se encontraba en ese estado por su físico sino por lo que sus ojos presenciaron minutos atrás.

Mi abuela me confesó que me estaba contando esta historia porque pensaba que tenía la edad suficiente para comprender lo que estaba a punto de revelarme y esperaba que de esa forma mi afición por los vampiros se disipara puesto que las películas de ciencia ficción romantizaban demasiado a estos seres, que no eran nada parecidos a como se ilustran en películas, libros o caricaturas.

¿Estás preparado para conocer por primera vez en tu vida el verdadero aspecto de un vampiro? ¿Estás seguro? Bien, solo no digas que no te lo advertí.

Lo que mi abuela vio aquella noche de luna roja cerca de la valla donde se encontraban los contenedores de basura fue una criatura humanoide, un poco jorobada, sin ningún rastro de vello en el cuerpo, la criatura estaba de espaldas por lo que en un inicio pensó que era una persona fuera de sus capacidades mentales puesto que estaba desnuda, se le figuró que estaba hurgando en la basura del vecino en busca de algo para comer, se acercó a esa criatura para ver si necesitaba ayuda, al menos podían darle un pan y una manta para que no pasara frío y hambre, pero al llamar con delicadeza a aquella cosa, esta última se giró sobre sí misma y encaró a mi abuela, aquello no era una persona, ni siquiera parecía un animal o al menos no era uno conocido. Su rostro parecía la combinación de un lobo con un pez Lophiiforme, tenía dientes afilados tal y como las leyendas cuentan sobre los vampiros, sus ojos eran grandes y ovalados, sin pupila solo rellenos de un intenso rojo carmesí, su nariz eran solo dos agujeros sin forma, también carecía de orejas, en su lugar tenía dos agujeros a cada lado de la cabeza, de su hocico colgaba el intestino de su víctima. Tenía piernas y brazos tan largos como los de un adulto promedio, pero sus manos y pies terminaban en dos pares de tres dedos con zarpas, a mi abuela le dio la impresión de que su cuerpo estaba lleno de una especie de pequeñas escamas extrañas en lugar de piel. Aquella cosa era realmente repulsiva a la vista, al sentirse expuesta a ojos de mi abuela, la criatura lanzó un sonido parecido a un chirrido estridente, además de provocar dolor de oído con ese ruido, su hocico despedía un olor nauseabundo debido a la sangre y vísceras del diminuto bebé en estado de putrefacción del cual se estaba alimentando esa cosa; la criatura echó a correr por entre los matorrales perdiéndose en la espesura de la noche y mi abuela tuvo que controlar sus impulsos para no vomitar.




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