—Mírame —pedí sosteniendo la cabeza del chico. Su cabello rubio estaba sucio y pegajoso, y lo que era peor, apestaba a alcohol—. Tenemos que levantarte, ¿está bien?
El rubio asintió con la cabeza y emitió un gruñido en el momento que pasé uno de mis brazos por su cuello y el otro por su espalda. Él se aferró a mi cintura, facilitándome el trabajo.
Cruzamos la puerta de rejas y lo ayudé a sentarse junto al mostrador en un taburete. Lucía realmente mal, aunque estable. A diferencia de lo que pensé, no parecía que estaba a punto de desmayarse, pero pude reflejar su dolor.
—¿Quieres que llame a alguien por ti? —fue lo primero que le dije. Era demasiado obvio que no iba a aceptar ir al hospital. Los chicos que se metían en peleas nunca lo hacían.
—Blair, ¿eres Blair, verdad? —escuché que preguntó. Su voz sonaba un poco lenta, por lo que deduje que estaba algo mareado.
Asentí con la cabeza.
—Lamento no recordar tu nombre —me disculpé. El chico levantó una de sus manos.
—No te preocupes, me llamo Merl. Soy amigo de Hayes.
—Claro que sí —dije acordándome del día del callejón. El vestía aquella sudadera celeste y era de quién Lily me había contado.
El borrachito.
Busqué el botiquín de primeros auxilios y lo usé para sacar algo de alcohol y algodon para limpiarle las heridas. Tenía más moretones que rasguños o cortes, al parecer aquellos borrachos ni siquiera habían podido darle más que patadas. El rubio se tocaba la parte del abdomen con dolor. Me agaché a su altura para atenderlo.
—Auch —gruñió cuando pasé el algodón por su ceja, donde tenía una pequeña herida. Su ojo estaba tornándose morado.
Sus pupilas se dilataban, el aliento le apestaba a trago. Una vez escuché que los hombres sienten menos dolor físico cuando están ebrios. Quizá por eso él no se estaba realmente muriendo en este instante.
—Agradezco el gesto, pero no era necesario, Merl. No debiste formar una pelea —murmuré sin despegar la vista de mi trabajo—. Yo hubiera puesto a esos dos imbéciles en su sitio.
Escuché como rió por lo bajo, formando un hoyuelo a cada lado de sus mejillas.
—Me quedó bastante claro cuando sacaste la escopeta —sonrió. Hizo una mueca de dolor por un segundo—. Te juro que no me lo podía creer, eso fue increíble. Parecías tener el arma bajo control, ¿ya has usado una antes?
Tuve que tragar saliva para evitar ponerme nerviosa. Guardé las cosas en el botiquín cuando terminé de limpiarle las heridas, poniéndome de pie.
—¿Por qué estabas solo? Vienes de la fiesta, ¿no es así? —cuestioné poniendo el botiquín en su sitio y cruzándome de brazos—. Hablo de que tienes el cabello pegajoso, asqueroso en realidad.
—¿Esa es tu manera de darme las gracias? Qué peculiar eres, Blair —sonrió con los párpados un poco cerrados—. Y sobre el cabello, alguien me tiró una bebida encima.
—¿A propósito?
Merl frunció la boca y arrugó la cara, haciéndolo lucir gracioso.
—Ella pensó que yo tenía calor, seguramente —respondió.
Sonreí ante su respuesta. No podía dejar de imaginarme lo malo que debía ser coqueteando, tomando en cuenta lo que Lily me había dicho. ¿Por qué se empeñaba en hacerlo inconsciente? Tal vez era su forma de hacerlo parecer todo más sencillo. Sin embargo, no lucía como un chico que bebía siempre.
El rubio empezó a frotar sus bolsillos cuando abrió los ojos con sorpresa. Pasó sus manos por la sudadera gris y después por sus pantalones otra vez. Finalmente soltó una maldición.
—Perdí mi celular —soltó con nerviosismo para después empezar a reír—. Oh mierda, perdí mi celular.
Sus carcajadas se hicieron cada vez más sonoras. Hice una mueca de incomodidad que creo él no notó.
Ok, en serio estaba borracho.
—¿Quieres que llame a alguien para que te venga a ver? —le ofrecí. Me dirigí al mostrador para tomar mi celular de encima y prestárselo.
—¿Podrías llamar a Hayes? Es el único que puede venir por mi —se encogió de hombros—. Y es el único de quien me sé el número.
Y entonces volvió a reír.
Arrugué mis cejas observando la escena. Me mordí el labio inferior mientras Merl marcaba el número de su amigo con mi teléfono. Cuando colgó me lo devolvió y avisó que Hayes se encontraba de camino. La sola mención de aquello me puso los pelos de punta. No lo había visto desde la tarde en que me acorraló de aquella manera contra su mesa.
No era algo difícil de olvidar. El solo recordarlo susurrándome al oído que podía complacerme como yo lo quería me calentaba la cara, y eso no era algo que Asher lograra con facilidad. Me prometí a mí misma no volver a dejarme humillar por nadie de esa manera, pero a la vida le gustaba no ponerme las cosas fáciles.
Me fijé en la hora, faltaban menos de quince minutos para las cuatro. Mi jornada estaba a punto de terminar por lo que empecé a guardar el dinero de la manera que el tío de Brent me había indicado. Mientras contaba las ganancias, un ronquido me interrumpió. La cabeza de Merl descansaba sobre el mostrador con los ojos cerrados, sus brazos colgando en el aire.
Ya verás mañana la resaca mezclada con el dolor de los moretones.
—Merl —lo llamé sacudiendo su hombro.
Solo Dios sabía la fuerza sobrehumana que tendría que aplicar luego para despertarlo si no lo hacía ahora.
—¿Lily? —balbuceó él con los ojos aún cerrados, casi me atoro de la risa.
—¿Todavía piensas en ella? —pregunté cuando lo vi levantar la cabeza.
—Recordé que es tu amiga, ¿no es verdad? —apoyó la cabeza sobre su mano, el codo en la mesa—. Aquel día en el callejón casi me muero de la verguenza cuando la vi.
Merl soltó un suspiro romántico, de esos que te ponen los ojos profundamente llenos de esperanza. Volví a reírme por lo bajo, tapándome la boca para que no se diera cuenta.
—¿No es hermosa? —murmuró con la mirada perdida—. Me gusta como huele su cabello, su piel es tan suave y... —no pudo terminar la frase porque el hipo lo atacó de nuevo.