La media noche apuntaba su llegada, y un pequeño noble aún no podía entrar en los brazos de Morfeo. Sus cabellos alborotados caían delicadamente sobre su fino rostro, con la luz tenue de la luna que era devorada ferozmente por las fauces de la oscuridad sus cabellos de oro reluciente brillaban mientras le acariciaban las mejillas sonrosadas. Bajó de su cama con sumo pesar, no poder dormir no era propio de él. Con una pijama de suave seda cubriendo su tez blanquecina aproximó a la puerta de la alcoba en la que se encontraba y sobrepuso unos zapatos. Abrió la puerta y bajó unas grandes escaleras hasta llegar a la cocina, ahí se encontraba sentada una criada.
—Buenas noches mi señor —decía mientras se ponía de píe rápidamente —¿En qué puedo servirle? Es demasiado tarde para que usted se encuentre despierto —daba sus comentarios con una voz suave a la vez que hacía una reverencia.
El chico abrió la puerta de la gran mansión con algo de dificultad mientras era observado por la confundida mirada de su sirvienta.
—Es tarde, pero no puedo dormir, saldré a dar un pequeño paseo, en eso calienta un poco de leche y endulzala con azúcar —mostró una sonrisa hermosa en donde su perfecta dentadura era mostrada mientras pasaba por la puerta, pero se detuvo de golpe y dio un paso atrás viendo a los ojos a su sirvienta dijo con una sonrisa en sus labios y amabilidad en su voz —te he dicho que me llames por mi nombre. Llámame Arthur—.
El chico daba paso firme por los jardines de la mansión, después vio la reja y quedó impresionado, pues llegar al portón significaba 20 minutos caminando desde la puerta, y él había sentido 5 como un máximo. Siguió caminando hasta llegar a un prado no tan lejano.
En la cima de un pequeño montículo de tierra que era demasiado bajo y pequeño para ser llamado colina se hallaba un árbol pequeño. Arthur sintió una gran atracción, como si algo lo llamase y él obedeciera las instrucciones. En el árbol se hallaba atado en forma de moño un listón de color rojo, aquel listón no se veía manchado o decolorado, con la luz de la luna que luchaba por mostrar su esplendor de entre las nubes ese listón rojo cereza brillaba hermosamente, Arthur no pudo evitar sentirse totalmente idiota por embobarse a contemplar una pequeña fibra de tela, pero le parecía tan espléndida que la desató de un suave tirón y la movió a su muñeca cual pulsera, de ahí tomó camino por su dedo meñique en donde finalmente realizó un moñito.
Levantó la mano al cielo nocturno en donde la luna ganó la batalla contra las nubes y resplandeciente hacía brillar más los perlados ojos el joven, ahí, en ellos, se podía ver el reflejo del nudo rojo que sin que él supiera haría que todo lo que conocía tuviera que cambiar.
El muchacho se percató de que ya habían pasado varios minutos y que la mujer a la que avisó de su inesperada salida no podría dormir si su amo aún no volvía, se sintió terrible al darse cuenta de las molestias que podría causar y regresó lo mas veloz que pudo para que Marian no saliera en su búsqueda o si despertase a alguien para ir en encuentro de él, éste estaría en graves problemas si pasaba lo segundo. Al llegar dentro procedió a la cocina donde se encontraba su somnolienta criada, le ordenó ir a dormir aun si él continuaba en pie y ella entre mil cabeceos accedió.
—Solo una cosa —interrumpió la retirada de su acompañante —digas nada a nadie de mi salida, será nuestro secreto.
El pequeño caballero bebió la leche y subió a descansar después de asegurarse que todo estuviera bien.
La mañana llegó y el chico se encontraba cansado pero "ese era mi castigo por salir fuera de las horas permitidas y sobre todo sin supervisión" se repetía en sus pensamientos mientras salía de la cama para que alguien de su servidumbre pudiera ayudarle a cambiarse. Una mucama arreglaba la cama mientras otra buscaba un traje adecuado para su señor.
Tras haber sido preparado por sus asistentes Arthur se encaminó al comedor en donde su padre le esperaba ya en la mesa para poder iniciar el desayuno.
—Buenos días hijo —saludó su padre, un noble con el cabello rubio-castaño y ojos verdes, una piel clara y tersa, aquel atractivo hombre sostenía un periódico en mano y mantenía una taza de café a su disposición en la mesa.
—Buenos días, padre —devolvió el saludo mientras fregaba sus ojos tratando de hacerlos permanecer abiertos.
—Parece que alguien no ha tenido una buena velada —decía burlonamente a su heredero.
—Es mi primera noche fuera de casa —replicó con un infantil puchero.
—La primera de muchas, ya tienes 17 años, Arthur. Pronto heredarás la compañía y mi título.
—Si es que llego a...
—Por favor no digas eso —los ojos del mayor se cristalizaron, sabía a que se refería la desagradable insinuación de su sucesor.
La madre de Arthur, Clarise había fallecido en el parto, ella siempre fue una mujer enfermiza y por problemas cardiacos su parto terminó por ser un caos. Las enfermedades fueron un mal legado por parte de su progenitora y ella se las heredó a su hijo.
Desde que Arthur nació se vio envuelto en complicación tras complicación y fue atendido por los mejores doctores que el dinero de su padre podía pagar. Tenía varios años sin sufrir algún ataque, sin embargo los doctores habían dicho que el llegar a los dieciocho años sería todo un milagro, por esa razón Vincent dejó que su hijo no llevara la vida de un noble cualquiera, mayormente lo que viviera sería su elección, no fue obligado al compromiso aunque se arregló en caso de que decidiera contraerlo con alguien de clase, tampoco tuvo que tomar mil cursos y dentro de casa y sin invitados podía perder cualquier rastro de etiqueta, teniendo cenas con las manos, andando en pijama hasta el medio día, sin cordialidades extrañas, sin formalidades innecesarias con sus padres entre otras cosas. Si en un punto se le arrebataría la vida al menos que fuese una buena vida.
—Vale, vale. Me disculpo por mis insinuaciones, pero sabes que siempre regresábamos a casa antes de la media noche, no conseguía dormir y bajé a beber algo, pero me entretuve.