Estoy mirando con entusiasmo frente a mí mientras el barco se acerca a la ciudad.
No puedo creer que regreso.
No puedo dejar de sonreír.
Immanuel y yo no cruzamos una palabra desde el momento en que abordamos el barco.
Y no me atrevo a mirarlo por mis sentimientos encontrados.
-Es mejor si los dejamos cerca del hospital.
Lo dice Tony, nuestro salvador y capitán.
-Creo que es mejor que llamemos a la ambulancia.
Contradice su esposa Lily.
-Para cuando lleguen, estaremos allí.
Mis salvadores discuten dónde dejarnos. Son una pareja muy dulce.
-Realmente no nos importa, lo principal es que estamos de vuelta en la ciudad.
Immanuel habla por primera vez desde que partimos.
-Sí...
Acuerdo con él. Nuestros ojos expresan la incomodidad que sentimos al mirar uno al otro.
-Y no necesitamos un hospital.
Yo digo que frenemos el disentimiento.
-Tonterías, estuvieron expuestos a malas condiciones y al sol.
Lily agitó su mano, descartando mi argumento.
-Quién conoce su verdadera condición. Sabes que las apariencias externas engañan.
Escuchar esas palabras me hace mirar a Immanuel.
-Estamos aquí.
Las palabras de Tony me traen de vuelta, y miro al frente. Viendo una ciudad que empecé a dudar que volvería a ver.
-Deja que te ayude.
Tony dice, ofreciéndome su mano para que pueda salir del barco. Aceptando su mano y miro a Immanuel, que mira hacia otro lado.
Así que todo es igual. ¿Realmente esperaba que las cosas fueran diferentes?
Es obvio que ambos no sabemos cómo lidiar con la situación recién creada, pero al menos podría mostrar un poco de caballerosidad.
-Podemos continuar desde aquí.
Digo, mirando a Tony y Lily.
-Sí, no queremos molestar más.
-No ha sido nada.
-Muchas gracias.
Digo abrumada, abrazándolos tan sorprendida como estaban ellos por mi acto espontáneo.
Me alejo e Immanuel y yo nos despedimos.
Mi llegada al hospital se convirtió en un verdadero drama cuando nos reconocieron.
Immanuel y yo fuimos inmediatamente admitidos y llevados a las habitaciones para chequeos.
Una hora después oigo gritos en el pasillo y un momento después mi puerta está abierta:
-Bebé.
Veo a mi madre correr desde la puerta hacia mí.
-Mamá.
Me abraza fuertemente.
-¿Estás bien, pequeña?
Pregunta mi padre besándome la cabeza.
-Sí.
Respondo, empezando a llorar como ellos.
-Realmente no puedo creer que no me buscaron.
Las palabras se me salieron sin que las pudiera controlar.
-La policía dijo que no había sobrevivientes.
-Buenos días.
Mi cabeza va al médico que nos saludó entrando.
-Espero no estar interrumpiendo, estoy aquí para informarle sobre los resultados.
-Aparte de la leve deshidratación, usted está bien. Por supuesto, debe comer un poco mejor en estos días para mejorar su estado.
-Gracias, doc.
-Pero no puede comer.
Mi madre dice y mi padre reprocha:
-¡Eulisa!
-¿Qué? Ella es perfecta así.
-Vivía de cocos y frutas.
Informo, tratando de aclarar las peticiones del médico.
-Y estás perfecta.
Mamá asegura.
Lo dejé pasar sabiendo que, en la primera oportunidad que tendré, voy a comer todo lo que extrañe.
-Te hemos traído ropa.
Papá dijo, levantando la bolsa.
Estaba en el pasillo, vestida en leggings y jersey después de que me dieron de alta y lista para irme con mis padres.
-Génesis.
-Isaura.
Pronuncio al oír y ver a mi amiga desde lejos mientras corre hacia mí.
-No pude esperar cuando me enteré.
Ella explicó.
-Dios, te echaba de menos.
Digo honestamente, aun abrazándola.
Las voces de la habitación de al lado me llaman la atención:
-Estoy bien, mamá.
Immanuel se lo está diciendo a su madre.
-Pensé que te había perdido, no voy a dejarte.
-Cálmate, Teresa.
Miro a la familia interactuar, él viste pantalones de chándal y chamarra. Mi mirada se encuentra con la de Immanuel, el cerebro se nubla sin saber si sería bueno despedirme.
Se detienen en frente de nosotros y por primera vez oigo palabras que no tienen nada que ver con la hostilidad:
-Me da gusto por ti.
Dice Teresa Santiana.
-A mí también, no sabes cuánto.
Mama responde.
No soy la única sorprendida y lo veo en los rostros de Immanuel y Isaura.
Los Santiana continúan por el pasillo hasta la salida.
-Voy a pedirte una sopa.
Mamá dice antes de salir de mi habitación.
-Todavía no puedo creer que estés aquí.
Isaura dijo cuando quedamos solas.
-Para ser honesta, yo tampoco. Realmente estaba empezando a creer que me voy a quedar allí para siempre.
-Y con Immanuel.
Dice, sacudiendo su cuerpo con asco.
-En realidad no es tan malo.
Confieso tímidamente sabiendo que ella va a querer saber más si empiezo a defenderlo.
-No es tan malo.
Ella repitió con asombro.
-¿Qué te pasó allí?
Pregunto, sentandose a mi lado en la cama.
-Nada. Solo que sobreviví el tiempo allí.
-Sí, no me lo creo. Vi cómo se miraban. ¿Pasó algo?
Pregunta, mirándome a los ojos.
Ella me conoce bien. ¿Pero realmente quiero que lo sepa? Solo puedo imaginar cómo va a reaccionar. También podría darme algún consejo si se lo digo.
¿Qué hago?
-No. ¿Qué podría pasar?
Hago mi mejor acto negándolo...
-No lo sé, dímelo tú.
-¿Podemos dejar de hablar de esto?
Le pregunto, no queriendo confundirme aún más.
-Está bien, pero esto no ha terminado.
Ella acepta, advirtiéndome.
-Aquí está tu sopa.
Dice mama que entra en la habitación con la criada.
Ellas salen de mi habitación y empiezo a comer mientras Isaura se ríe:
-No puedo creer que estés comiendo sopa.
-Esto es solamente el comienzo.
Digo, terminando la sopa y saliendo de la cama.
-Ahora vas a ver lo que soy capaz de comer.
Digo, yendo a mi armario.
Saco un completo color crema hecho de shorts, top deportivo y blazer.
-¿Y a dónde vas?
-A comer.
La informo.
-¿Tú vas o qué?
La pregunto.
-No te dejo sola en tu primer día de regreso.
-De acuerdo, vamos.