Quiero su amor

Introducción

Grafton Castle, finales de julio de 1725, año de nuestro Señor.

Lord Grafton estaba en la puerta de la habitación de su duquesa. Acababa de recibir las felicitaciones de su madre por la buena nueva. Un hijo. Su esposa iba a darle un hijo. El corazón le había brincado emocionado por la noticia, sin embargo, la emoción pasó a segundo plano en el momento que recordó la manera en que fue concebido.

¿Lo querría Amelie? ¿Lo despreciaría por ser producto de… de…? Dios, no quería siquiera pensar que lo ocurrido ahí semanas atrás hubiera sido… No, él no la había forzado. ¡Por amor al Señor, ella era su esposa! ¡Tenía todo el derecho de reclamarle sus deberes conyugales!

«Por favor, no quiero. No me obligues», evocó en su mente la voz de la duquesa. Apretó las manos en puños, el recuerdo del rostro mojado por las lágrimas de su esposa acrecentó el dolor en el pecho que lo había acompañado desde esa noche.

—Nos casamos hace dos meses y no hemos consumado nuestra unión. ¿¡Qué clase de matrimonio somos!? —le contestó él en aquel momento, casi a gritos.

—No me obligues, por favor.

—¿Tienes miedo? ¿Es eso? —Había preguntado, buscando una justificación a su negativa.

Un gesto afirmativo de ella fue todo lo que necesitó para calmarse, no obstante, no claudicó en su intención de consumar su matrimonio en ese instante. Puso todo su empeño en llevarla a ese punto en que la mente dejaba de funcionar y el cuerpo actuaba por instinto, sin embargo, para su mala fortuna su mente lo consiguió antes que ella. Ver que comenzaba a ser receptiva a sus avances y que incluso disfrutaba con estos azuzó su pasión, olvidando que estaba tratando con una dama inocente. Su instinto tomó posesión de sus acciones, cerró ojos y oídos al llanto de su esposa y no atendió sus súplicas cuando transgredió esa parte de su ser en la que nadie estuvo antes y el dolor la desgarró por dentro.

Cuando la nube de deseo no era más que una débil neblina, vio con horror el rostro bañado en llanto de su esposa. Tambaleante se había retirado, liberándola de su peso. El rastro de sangre en su propio cuerpo le abrió los ojos a la atrocidad que acababa de cometer con la mujer que amaba.

—Amelie, mi vida… —Había intentado tocarla, brindarle un poco de consuelo, pero ella no se lo permitió.

—Déjame sola, por favor —pidió ella.

Y él lo hizo. Al día siguiente había regresado a Londres. Antes de irse intentó hablar con ella, disculparse, quería arreglar la situación, explicarle que lo ocurrido no sucedería jamás otra vez, pero ella no se lo permitió.

—Ruegue al Señor que haya quedado encinta anoche, excelencia —le dijo ella, estaba sentada en el mismo lugar que ahora, también con la mirada fija en el paisaje tras la ventana.

El trato de cortesía usado por ella lo hirió.

—Amelie, cariño. —Dio un par de pasos dentro de la habitación, tragándose el dolor que le causó la frialdad de ella—. Perdóname, por favor —insistió, parándose en medio de la alcoba, sin atreverse a ir más allá.

—Déjeme sola, por favor.

Esa fue su despedida. Lo último que hablaron hasta ese momento en que iba a buscarla a causa de su estado de gravidez. Tenía ya poco más de un mes en el castillo, sin embargo, ella se había entregado a la tarea de evitarlo recluyéndose en su alcoba, abandonando cualquier estancia en la que él estuviera presente. Y, por supuesto, todavía no intentaba buscarla en el lecho. Se maldecía mil veces por haberse dejado arrastrar, por no haber sido más delicado, por no darle una maravillosa primera experiencia. Negó con la cabeza. Debía enmendarse, encontrar la manera de que ella lo perdonara, de vencer sus más que justificados temores.  Avanzó a través de la estancia hasta el sillón donde ella estaba sentada.

—Ruegue al Señor que sea un niño, excelencia —habló ella, sorprendiéndolo.

—Amelie…

—Porque no tendrá otra oportunidad de tener un heredero —continuó lady Grafton sin desviar su atención de las gotas de lluvia que golpeaban el cristal de la ventana.

—¿Cómo te sientes? —preguntó en lugar de responder a su afirmación.

—¿En verdad quiere saber la respuesta, su gracia? —cuestionó ella con un tinte irónico que le escoció el pecho al duque.

—Mi vida, por favor. —Lord Grafton se agachó a su lado sin llegar a arrodillarse—. Cometí un error, debí ser más delicado, pero te prometo que…

—No necesito sus promesas, excelencia.

—Yo quiero dártelas —insistió él—, eres mi esposa, mi duquesa y…

Lady Grafton movió la cabeza para mirarlo, silenciándolo un instante. Sus ojos carecían de esa chispa coqueta que lo atrajo desde que se volvieran a ver en Londres. Parecía desvalida, sin rumbo.

—¿De qué me sirve todo eso ahora? —cuestionó antes de regresar la mirada a la ventana.

—Y te amo —continuó él, obviando sus palabras, tomándola de las manos.

—Pero yo a ti no.




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