Una mente tan perdida, muchas veces tiende a divagar entre que es real y que no es. Personas como yo tenemos que ver, sentir las cosas para entender que no es una fantasía, que no es nada de lo que nuestra cabeza quiere recrear. Cuando ese psicólogo me fue a visitar mi última vez en el confinamiento, el nombre “Regian Marchant” fue una de las fantasías que pensé tener, porque se supone que una persona así no sería capaz de decirlo a eso a un paciente. Creí ciegamente que esto era una fantasía, hasta que escuché su nombre y ahora lo volví a reafirmar con Gabriele.
Cree rostros tan horribles en mi mente y sueños como si se trataran del peor monstro que debo haber imaginado, pero este momento era muy distinto a la apariencia angelical y tractiva que ese sujeto posee. Era estúpido pensar que el primer chico que me gustó, es el primero que quiero matar.
—Necesito irme —Susurré para mí.
Me levanté de la mesa, un poco despabilada, casi sin rumbo que salí de esa cafetería. Caminé siendo golpeada por todas las personas que atropellaba. Caminé hasta el edificio 9 donde ayer simplemente fue el día en que lo complicó todo. Subí las escaleras sin darme cuenta de nada y solo llegué a esta ese piso 5 donde mi respiración se acumulaba como si tuviera una especie de atoramiento en la garganta.
—Tranquila —Me dije a mi misma para evitar colapsar y que me regresarán de nuevo a un lugar que no quiero volver.
Las cosas que viví en el hospital son pocas buenas y varias malas, me aterran, pero de mis demonios ya no corro, los enfrento y esto haré, no huiré de nada. Si tengo que sacar esa roca de mi camino lo haré sin cobardía, me han dicho todo lo que pasé para no atormentarme de sucesos que ya pasaron.
—¿Estas bien?
Me giré con sorpresa, notando el mismo color de zapatillas pegadas al suelo. Estaba apoyada en una ventana con las manos en las rodillas y mis ojos pegados en sus zapatillas. Tranquila. Alcé la vista, comprobando que si esa sinceridad en sus ojos rojos era real… Seguramente es una mentira cruel. Maldito desgraciado.
—Así que tu nombre es Regian… Regian Marchant —Alineé mis labios, no sé si enojada de mi misma por no preguntar antes o ser la estúpida que aún le habla.
Retrocedió unos pasos hacia atrás y se apoyó en la baranda.
—¿Qué? ¿Ahora quieres saber que en verdad soy? —Se cruzó de brazos—. Debiste preguntar antes, tal vez me ahorraría llevarte a enfermería o subir las escaleras corriendo.
La cólera palpitaba en mis venas.
—Tú fuiste el culpable de enviarme así que no te hagas el imbécil —Gruñí fuerte y avancé con fuerza, tomándolo de la camiseta—. No creas que esto pasara desapercibido, si creíste que, con enviarme a ese lugar, sanaría, estas mal porque haré que tu vida sea el maldito infierno si es que no quieres que la termine ahora.
Lo empujé hacia el suelo, pero se inmuto.
—No creas que soy una piedra muy fácil de mover, Ele.
—Cállate… —Golpeé su pecho y de mi sweater saqué esa navaja que me regaló papá. La apunté hacia su pecho logrando que sus ojos se abrieran, pero luego tomo esa postura tranquila. Maldito. Mi respiración vacilaba y mi pensamiento solo se enrojecía—. No me subestimes de lo que puedo hacer. No soy la tonta que pensaste conocer.
—No lo eres, pero también sé que no eres una puta asesina… ¡Así que para! —Se acercó de un movimiento que no vi venir. Me arrebató la navaja de mi mano y arrastrándome hacia la ventana en donde golpee mi espalda. Quise moverme, golpearlo fuerte, pero me retuvo lo suficiente para que mi nariz oliera el olor a yerba—. Rosa, hules mejor que antes.
—¡Cállate! —Exclamé furiosa y se comprimió más sobre mí—. ¡suéltame!
—¿Qué? Ahora que lanzas la piedra quieres esconder la mano, Helen —Arrugó la frente y desde el pequeño, pero tenso espacio que tenemos, noté el piercing alrededor de una de sus fosas nasales—. ¿Sigues odiándome, Helen?
Se inclinó más hacia mí y aspiró mi aroma.
—Ya lo sé, ya sé que me enviaste a ese lugar. No sé por qué, pero juro que las pagaras, ¡Maldita seas! —Mis labios tiritaban de la cólera que me daba tenerlo a mi lado, siendo la peor persona que he conocido—. No sabes que mierda tuve que pasar, así que olvida que algún día seguiré odiarte, porque lo haré hasta que muera.
Se soltó a reír y eso me llevó a perder la cabeza de la peor forma. Echaba aire por la boca, furiosa. Levanté mi rodilla y esperé el tiempo preciso en que tranquilizara el agarre. En solo un instante, levanté la pierna y lo golpeé dejando que callera sobre mis muslos hasta revolcarse en el suelo con ambas manos sobre su aparato.
—Y así, ¿cómo mierda después quieres tener hijos? —Gruñó mientras se revolcaba en el piso con un dolor insoportable en las bolas.
Pisé su mano que llevaba mi navaja, presioné con fuerza y mi taco se enterró sobre el centro de su muñeca. Con ambos dolores al borde del colapso, logró soltar el regalo de papá que levanté con orgullo. Pero eso no me basto así que regresé y le pegué en el mismo lugar.
—No olvides mi cara, Regian Marchant porque haré que lo que más amas sufra de la peor forma. Y tú, pedazo de mierda lo lamentarás al ver mi cara siempre —Me agaché para ver esos ojos verdes arrepentidos, pero no fue así. Brillaban de una manera única y esa sonrisa de guasón en la cara que no lo bastó con mis golpes. Miré mis anillos y una sensación de enojo me invadió que con toda la fuerza que tuve que golpeé su mandíbula—. Esto es por la cogida que tuve que verte. Te vuelvo a ver de nuevo así y te corto los huevos.
—Eso me lo merezco —Gruñó con los dientes apretados mientras entre el robadillo de sus labios se asomaba la sangre.
Me enderecé alisando mi falda, porque ante todo el aspecto es lo que más cuido. Guardé mi regalo en el suéter y con el sonido de mis zapatos levemente altos, regresé por donde venía, entendiendo que después de clase tendría que hacer una llamada importante.
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Editado: 24.06.2022