Era tan tranquilo disfrutarse de una buena mañana, mi café estaba más delicioso que otras mañanas; no hubo interrupción en clases, en el asiento trasero no se sintió el olor a hierba mezclada con loción masculina, no hubo beso, no hubo abrazos, no hubo risitas estúpidas…
—¿Me escuchas, nena? —Y un chasquido de dedos me dejo de interrumpir.
—¿Qué sucede? —Me giré al verlo sentado a mi lado, mientras esperaba mi turno para ir a hacer la prueba con las porristas.
—Que mi hermana, la dejaron suspendida por todo el semestre —Murmuró triste.
—Lo lamento mucho, Gabriele.
«Ojalá y la suspendieran de por vida» dije a mi misma.
—¿Dónde terminará este semestre? —Pregunté preocupada.
—En casa posiblemente.
—Debió ser muy horrible para tus padres.
Suspiró.
—Lo fue —Mordió su labio—. Sé que ella tiene problemas, pero una droga así de fuerte, no lo creo.
—¿Por qué lo dices?
—Porque ella nunca utiliza de esas.
—¿Cómo lo sabes? —Pregunté rápido.
Él se sorprendió al ver mi reacción.
—Solo lo digo porque nunca la vi usar eso.
—Te entiendo, tal vez no.
Nos quedamos en silencio y unos minutos después hice mi prueba de porrista, realicé algunas piruetas que resultaron perfectas. En unos días recibiría los resultados y así fue como me dieron la mejor noticia de aquella semana.
Mi vida con el pasar de los días se volvió más grata, aquel individuo en que se forjo mi odio, se iba disipando con el tiempo porque mientras mi tiempo borraba esos ojos verdes, más se apegaron a los ojos avellanas de mi novio. El mes voló con buenas notas, con subir de categoría ahora ya en un curso de avanzada. Ahora estudio con lo mejor, soy una de las chicas más populares del colegio y cuento con un grupo de amigos grande. Sin embargo, mi ambición iba más allá ya que, al no haber piedras en mi camino, decidí ganar puntos extras para ingresar a una buena universidad.
Tomo tutorías, porque si de algo soy buena es química avanzada. Desde que llegué a este prestigioso colegio siempre supe que valía más, por ello las hago como un extra para mi carta de aceptación y por suerte a mis alumnos le va bien. Lo malo de esto es que las tutorías son en el peor edificio que lograron colocarla, apesta a alcantarilla y su infraestructura es tétrica, casi como si hubieran filmado una película de terror.
—¿con quién tienes ahora? —Me preguntó Gabriele, por encima de mi hombro.
—Tengo tutorías —comenté al jugar con su anillo en su dedo pequeño, encima de su regazo.
Besó mi hombro y yo sonreí.
—Te ves linda con esa falda.
Arqueé las cejas mirándolo por sobre mi hombro.
—No empieces que no provocaras nada.
—Espero con ansias y a la vez paciencia —Reí.
—Te dije que lo nuestro va a ser lento.
—Lo sé —Me arropó con sus brazos causándome una sensación de incomodidad que al poco tiempo se convirtió en paz.
Entrelazó sus dedos por sobre mi vientre y a los segundos, frente a todos sus amigos, siendo discreto apoyó una de sus manos en mi muslo y al instante la sacó, sintiendo ese algo que sé.
—¿Por qué tus piernas están…?
—Mojadas, ocupo base para tapar las cicatrices que tengo, se ven horribles.
—Yo no las he notado.
—Porque las he tapado siempre.
—No deberías.
—Si debo… —Me levanté de su regazo alisando mi falda corta y tomé mi bolso—. Debo irme.
—Te irás conmigo —Acarició mi mano.
Negué.
—El chofer viene por mí —Apreté su mano sutilmente y me alejé—. Bye, chicos.
—Chao, Helen.
Se despidieron y salí de la cafetería con el sol dándome perfectamente en la cara. Crucé por el campus saludando a algunas chicas que fueron mis antiguas alumnas, pasé por toda la cancha de futbol americano, la pista de atletismo y en el fondo divisé el feo edificio.
Aferré mis manos a la correa de mi bolso y abrí ambas puertas, Malcom estaba en el primer piso contando la cantidad de libros de matemáticas que estaban dispuestos para los tutores.
—Hola, Malcom.
—Hola, Helen —Me respondió estresado—. La asistencia.
—Lo sé, no seas malhumorado —Me acerqué a la máquina y puse mi papel sobre ella y esta perforó la hoja.
—¿Está de nuevo con mal humor? —Pedro llegó a mi lado y añadió su asistencia.
—Está peor que antes.
Nos reímos.
—Nunca estudien administración —Nos miramos al escuchar su consejo y negamos.
—Jamás —Hablamos al unísono.
—¿A quién te toca? —Miramos ambos la pizarra de anotación.
—Marley, la chica que olvida sumar y restar —señaló su nombre y tomó su bolso.
—Ella te enamorará.
—No creo ser tan idiota para caer.
—Solo espera el momento y cuando menos lo piensas caerás Negó rotundamente.
—Jamás —Suspiro—. Te veo al rato.
Subió las escaleras hacia el tercer piso donde se imparten matemáticas y castellano.
—Lo hará —comentó Malcom.
—Si lo hará.
—Por cierto, Helen… —Malcom indicó la pizarra—. Tu chico ya llegó.
—¡¿Qué?! —Descontrolada observé mi pizarra, notando que llevaba 30 minutos atrasada.
No debí quedarme tanto tiempo con Gabriele, se supone que Carly siempre llega tarde, pero él dijo…
—¿Que gracioso? Mi alumno es una chica, no un chico.
—Eso no dijo él, Carly te cambio por Harry. —Achiné mis ojos, mujeres.
—¿Por qué todas caen por los Harry´s?
—Porque los Harry´s son guapos.
—Espero que este chico lo sea —Nos reímos y tomé una ficha nueva para anotarlo—. Te veo a la hora de café.
—Té, querida. Soy inglés.
—bien —Rodé los ojos y subí mi meñique—. Un té será.
Soltó una risa y yo solo seguí mi camino hacia las escaleras, escuchándolo por detrás. Los pisos me mataban, aunque entrenara mucho con las chicas, cuatro pisos arriba era un maratón monumental. El ascensor no funcionaba así que era esto y nada más.
#4867 en Thriller
#2580 en Misterio
#20033 en Novela romántica
drogas alcohol y muertes, badboy universidad populares, sexo amor deseo
Editado: 24.06.2022