El lunes por la tarde Albert se dirigía velozmente hacia el bosque, como alma perseguida por el diablo. Los lugareños afirmaban que en su espesura habitaba un ente que tomaba la forma de todo aquel que se atrevía a entrar. Albert no daba lugar a ideas disparatadas. Para él la ciencia lo dirimía y lo argumentaba todo.
Cuando llego al pie del sendero se percató que casi daban las tres de la tarde. Aun le quedaban cuatro horas aproximadamente de luz. Inicio su camino por el estrecho sendero, que, más bien, se asemejaba a una brecha olvidada por el bosque.
Mientras penetraba a pasos resueltos de zancada grande, hacia memoria de toda la avalancha de sucesos que culminaron en su reciente domiciliación en ese pueblo al que él llamaba pueblucho. Todavía retumbaban en sus oídos las violentas palabras de su novia y de su madre.
Cuatro meses atrás se encontraba resolviendo algunas ecuaciones diferenciales en la biblioteca de la Superior de matemáticas cuando, repente, una dulce voz lo trajo de vuelta, del mundo de las variables al mundo de lo concreto.
- ¿Conoces al profesor Bernabé? - le preguntaba la vocecita, que parecía, por su timbre, al de una adolescente. Levanto su mirada para encontrarse con unos ojos que, desde el primer instante, le parecieron arrobadores. Tartamudeo un poco sin atinar la respuesta de la pregunta. Al darse cuenta que estaba actuando como un bobo soltó la primera frase que broto en su mente:
-El profesor Bernabé está en el salón C.
- ¿Puedes indicarme dónde queda? - le respondió la cautivadora vocecita.
- Por supuesto, sígueme.
Avanzaron unos cuantos pasos cuando noto que no traía su solucionario. Rápidamente recorrió los pasos andados para tomar el solucionario que desde hace varios meses venia estructurando. Al retornar su mirada vio que esos ojos amielados lo observaban detenidamente. Continuaron con su ruta en un silencio que él encontraba ciertamente incómodo.
Después de unos minutos llegaron al frente de una puerta disímil a las de la facultad. Su ornato era como el de una puerta de estudiante, por no decir de puberto. Albert toco levemente con los nudillos esperando que el profesor Bernabé estuviera dentro. Casi perdía la esperanza cuando una voz resollante dijo:
-¿Quién osa despertarme?
En ese instante Albert recordó que no sabía el nombre de la chica, así que le dijo:
-¿Cuál es tu nombre?
-Mi nombre es Samantha.
Se despidió de ella asegurándole que el profesor saldría en un momento, recibiendo en respuesta una tierna mirada y un encantador mohín de labios.