Relatos de un corazón roto

||CAPITULO UNO||

Capítulo Uno

KASSIA

En las películas suelen pintarse sobre que la adolescencia es el momento más hermoso de nuestras vidas, la etapa donde más socializamos, nos fugamos a fiestas y vivimos nuestro primer amor. La realidad era otra y descubrir a mis diecisiete años que esos clichés no eran más que ficción… fue más que decepcionante.

Mi adolescencia en esos días no estaba muy lejos de terminarse, se había tratado de desvelarme hasta tarde estudiando, un amplio repertorio de películas y series, ignorar los malos comentarios que opinaban sobre mi vida y trabajar por las tardes en el negocio familiar. Ni un pedacito de la acción que mostraban en la televisión se presentaba en mi vida.

Era normal, era una adolescente del Siglo XXI.

Para mí, en ese entonces era tan monótono, sentía que me estaba perdiendo de un mundo de posibilidades y entretenimiento que quería conocer. Buscaba tener una vida más emocionante como de esas películas que tanto me gustaban: Quería tener una mejor amiga que fuese para toda la vida a la que pudiera confiarle mis más profundos secretos y ser su confidente, casi podía verme escapándome a una fiesta a hurtadillas sin que me pillarán y teniendo un romance único que pareciese una novela rosa sobre dos personas que pareciesen haber sido creadas para estar juntas.

Sí, las hormonas jugaban con mis neuronas haciéndome creer que podía ser posible tener un final feliz.

Aun después de una larga lista de decepciones y traiciones, seguía manteniendo las esperanzas de que solo había sido una racha con un poco de mala suerte. Era joven, aún quedaba un buen tiempo para socializar y encontrar un grupo de amistades leales, aunque seguía con la idea de que podía acelerarse un poco el proceso.

Quizás por eso llegó en medio de mi tormenta, para calmar mi vida un instante y dame fuerzas para seguir hacia adelante… aunque sin él.

Aún mi memoria se mantiene fresca en el recuerdo del día que nos conocimos.

El cielo azul estaba oculto detrás de las nubes grisáceas que anunciaban una tormenta de nieve, la temperatura lo confirmaba, sentía mis dientes castañar por el frío mientras esperaba la ruta que me llevaría a casa. Estaba malhumorada por el estrés de los exámenes parciales, además de tener que estar soportando el clima hostil sin más que una chaqueta. No ayudaba que iba con la horrible falda que nos obligaban a usar en el uniforme del instituto y ese día la odiaba más al sentir el aire frío colarse entre mis piernas.

No sabría decir si fue alguna casualidad cómo mi mirada terminó encontrándose con su figura, pero lo vi de pie a unos metros, bien abrigado a diferencia de mí, aún así pude ver los mechones rubios que se escapaban de su gorro siendo despeinados por el viento, mientras su mirada oscura reflejaba indiferencia, a pesar de que para muchos podría ser uno más del montón, a mí me despertó mi lado curioso. Sobre todo al notar que el suéter que cubría su uniforme lo llevaba al revés.

—¿Quieres una foto? —soltó con un tono burlón.

¿Había durado más tiempo de lo necesario mirándole? Diría que sí, me había pillado.

—¿Qué? —dije sorprendida.

—Digo, por si quieres llevarte un recuerdito a casa.

Sentí mi rostro calentarse al captar la indirecta y dirigí mi mirada a la vía suplicando que el próximo transporte que pasará fuera de mi ruta. No hubo suerte, la carretera estaba despejada, pocos vehículos particulares pasaban frente a nosotros de vez en cuando, sin rastros del transporte público que iba retrasado por el clima.

—No es lo que piensas… —me adelanté a decir.

—¿Ah, no?

Negué con la cabeza aguantándome la sonrisita nerviosa que quería formarse en mis labios. Estaba nerviosa, por lo que mi lengua se las arreglaría para enredarse y hacerme quedar mal… en un intento de decirle lo del suéter.

—Te lo aseguro.

—A ver, te escuchó.

Suspiré.

—Pues… no sabía como decirte…

Agarré coraje para mirarle, ahí seguía expuesta la etiqueta.

Sus cejas espesas se alzaron como animándome a continuar.

—...de que tienes el suéter al revés… —fui directa, sin rodeos.

Él ni pestañó.

—Imposible. —confesó incrédulo.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

—Vengo de la prepa y te aseguro que no me hubieran dejado ir sin burlarse.

—Quizás no lo notaron, pero yo sí.

—Créeme, ellos no dejarían pasar una oportunidad así.

Solté una carcajada por lo bajo, mientras le echaba un ojo a la etiqueta que se exhibía en su pecho. Una idea se formó en mi mente y era muy buena para dejarla escapar.

—¿A que no adivinas que fue hecho en Taiwán, es setenta por ciento algodón y… —no pude terminar porque me interrumpió.

—¡Ya, ya, capté, gracias! —dijo avergonzado.

Se apresuró a ponerse la mochila adelante para cubrir la etiqueta.

Me reí sin poder evitarlo.

—De nada, ¿ves que tenía razón?

—No vi la etiqueta… —confesó apenado aún.

—Fue más divertido así.

—Como digas, acosadora.

Me llevé una mano al pecho ofendida.

—¿Disculpa?

Una sonrisita traviesa se formó en sus labios. Esa que no sabía en ese momento que sería mi favorita.

—Tuviste suerte, acosadora, igual no me olvido que me estabas mirando.

—De haber sabido que seguirías así, me quedaba callada. —comenté apenada.

—¿Y dejarme haciendo el ridículo? —negó aún sonriendo. — No, gracias, asi estoy mejor.

Nos quedamos en un silencio cómodo observando como los copos de nieve iban descendiendo del cielo cubriendo de blanco nuestro alrededor. Era un espectáculo agradable, además de afortunado, en esta ciudad no suele haber tormentas de nieves seguido… y por culpa del calentamiento global, era más difícil verlo, así que me alegró verlo con el rubio.

Le eché un vistazo viendo su mirada perdida en la nieve.

─¿Es bonita, no? ─comenté, buscando seguir conversando.

─Si.. ─susurró, aún sin mirarme.




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