Relatos Quimericos

La última noche - La Ciguapa

“La seguí muy de cerca hasta el interior de la cueva, fue la noche más clara que
jamás había visto. No sentía miedo de ella, era apenas un joven enamorado, amarrado a
tanta belleza. Navegaba bajo la luna llena sobre la arena blanca y el agua salada, siguiendo
la silueta difusa de su imagen bajo el agua hasta el interior de la cueva. Las golondrinas ya
dormían, dejándonos en total intimidad ni siquiera la majestuosa luna podría saber lo que
podíamos hacer aquella noche. En el interior de aquel lugar, ella se acercó al bote y
extendió su mano, traté de subirla mientras que su cuerpo desnudo alimentaba el morbo y
las fantasías. Cuando ya estuvo a mi lado y vi todo lo que tenia para mostrar, me acerqué a
su rostro apenado, idiotizado por la profundidad de sus ojos. Los reflejos de luz lunar
revotaban en vaivén de la marea y su boca gritaba ser comida.
Me acerqué un poco más y posó su mano en mi pecho y luego apretó fuerte mi camisa,
cruzó sus pies torcidos entre mis piernas y saltó al agua llevándome con ella y despertando
el aleteo del zumbador. Era aun más hermosa bajo el agua, quería llevarme junto a ella
quizás a su hogar pero no fui capaz de soportar la falta de aire y no quería soltarme, así que
le golpeé fuerte en el vientre y me saque la camisa para subir a la superficie, cuando traté
de subir al bote me tomó de la pierna y me llevó al fondo en cuestiones de segundos, la
presión del agua era insoportable y sentía que mi cabeza explotaría así que rápidamente
tome el puñal de mi cintura y le di una estocada en el costado. Me soltó para atender la
herida y nade hacia la superficie, el mar embravecía y las golondrinas cantaban una tonada
fúnebre, por lo que escape de ahí más rápido de lo que canta un gallo. No la he vuelto a ver
y no la culpo. Me arrepiento de haberla herido” – Así terminó el viaje en lancha guiado por
el tío Fabio, alrededor de la costa de nagua, cerca de la cueva de las golondrinas, uno de los
destinos turísticos mas populares de esta ciudad.
Junto con mi familia he regresado a las raíces de mi familia paterna, no porque quise mi
opinión fue más que inútil cuando decidieron que debíamos mudarnos aquí. Se han hartado
de la ciudad y ahora quieren una vida tranquila y cerca de la naturaleza. ¡Qué bobadas!
La vida en la ciudad es alucinante, todo estaba a la mano. Podía ir al cine sin que nadie me
acompañara, podía salir a todos lados. No es que me prohíban salir ¿pero donde voy? Si el
centro comercial más cercano a casa esta a treinta minutos en auto. Me voy a la cama a las
nueve ya que ni servicio de internet tenemos, estoy harto, ya quisiera tener edad suficiente
para trabajar y regresar a la vida que estoy acostumbrado.
La nueva casa es enorme, con tendencia campestre, tejado color ladrillo un amplio jardín al
igual que el patio. Esta cerca un río, de una laguna y la playa, realmente todo en este pueblo

queda cerca de esas tres cosas, ya que el río cruza por debajo de la ciudad. Así que  ́pueden
imaginar la cantidad de mosquitos que debo soportar.
Don Fabio es hermano de mi padre, un hijo que mi abuelo engendró fuera del matrimonio
cuando mi padre apenas tenía seis años. Jura que tuvo una aventura fascinante con una
mujer que solo él conoció en el pueblo, la cual podía hacer cosas que ningún ser humano
podría como respirar bajo el agua, nadar tan rápido como pez y ahogar personas, algo así
como una sirena pero sin cola para hacerla más real la invento con los pies hacia atrás. Se
ha dado la tarea de contar su absurda y confusa historia. La verdad es que es un señor
desagradable y podría apostar a que es esquizofrénico. Hace años que el tío Fabio (Don
Fabio, como se hace llamar) vive frente cerca de la laguna entre los manglares, en una casa
echa de madera, cartón, cinc y al parecer todo lo que encuentra en los basureros.
Nos ha acompañado todo el día, nos llevó a conocer la cueva de las golondrinas y nos
conto su tanta historia, a pesar de sus buenas intenciones su hedor es fatal y no veo la hora
de poder apartarme de él, apenas puedo tragar mi...
- ¿no te vas a comer eso? –pregunta don Fabio, tomando la carne de mi plato antes de que
le contestara.
- No, la verdad es que ya no tengo hambre – aparto el plato y trato de respirar lo menos que
pueda para no vomitar.
- ¡Erick apenas has tocado tu comida! – reprocha mi madre irritada, haciendo ese odioso
gesto con su rostro, frunciendo el seño y entre cerrando los ojos, como diciendo “veras lo
que te va a pasar sí sigues así”
- ¡Sabes que odio que toquen mi comida! – le replique sin importar que Don Fabio me
escuchara.
Mi madre abrió los ojos e inhalo fuerte, sorprendida – ¡Erick! Deja de ser tan insoportable.
Don Fabio seguía comiendo sin levantar la cabeza, como si no le importara la discusión.
- ¿insoportable? Mamá, me trajeron aquí la a la fuerza, debería estar en la capital
estudiando, trabajando y no aquí en medio de la nada donde aun no se conoce la televisión
o internet por satélite.
- Ya hemos hablado de eso Erick, podrás irte en seis meses cuando seas mayor.
- No mamá ya estoy cansado de...

- Tenía tu edad – dijo Don Fabio aun con grasa y comida desde la comisura de la boca hasta
la protuberancia del mentón –cuando la conocí hace veinte años.
- A quien? De que hablas?
- A ella, mi mujer – dijo mirando hacia la distancia, con sus ojos vacios, su piel sobre
bronceada y forrada de suciedad hablaban de su estilo de vida, me quede mirando sus
cabellos finos y enredados que bajan a sus hombros en una coleta atada con una banda de
goma, que atrapaba pequeñas hojas y granos de arroz.
- ¿Siquiera sabes su nombre? – le pregunte sin evitar reírme en su cara
- Si, risitas, risitas. Si risitas, risitas – se levanto de su silla y se fue casi corriendo a su vieja
lancha, aun gritándome “risitas, risitas”.
- ¿Ves? Si me quedo aquí terminare como el ¿eso quieres mamá?
- Cuando puedas trabajar, ve donde se te venga en ganas. Por ahora ya no vuelvas a
mencionar que te quieres o no ir a la ciudad.
Regresamos a la nueva casa, eran apenas las seis de la tarde y estaba oscuro. La cena estuvo
lista antes de las siete, a la mesa esta mi hermana menor y mi padre. Mi madre aun seguía
en la cocina cuando tome asiento, luego llega con una gran olla de asopao, un platillo muy
tradicional hecho principalmente de con arroz y carne, dentro de un guiso, cosa la cual
detesto.
- Sabes que no como esta cosa, además con el calor que hay. ¿Es mi castigo por lo de hoy?
- ¿Qué pasó hoy? – preguntó mi padre. Mi madre me mira esperando que fuera yo quien le
contara. Me levanto de la silla y prefiero retirarme de la mesa antes de escuchar un sermón
de dos horas de parte de mi padre.
Salgo de la casa a escondidas, las luces de la entrada están apagadas por lo que debo
sostenerme del barandal para no dar un paso en falso. Me gusta caminar solo, pensar en el
futuro que me espera, ver la plenitud del mundo y sí estuviera en la ciudad en este instante
estaría con una muchacha cualquiera, dejando respirar partes del cuerpo donde el sol rara
vez llega.
Creí haber deambulado por horas, hasta que vi el reloj y apenas han pasado veinte minutos.
Estoy lejos de casa, aun así no quiero regresar aun. Recibo una llamada de mi madre al
celular y comienza a gritarme histérica, le colgué antes de atreverme a ofender a la mujer
que me trajo al mundo. Corrí hacia la playa entre calles y matorrales. Este lugar no es
campo, ni es ciudad. Es como si estuviera atrapado entre dos mundos.




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