La habitación estaba vacía cuando Ian entró. Esto era bastante común para alguien que se pasaba horas esperándola. Después le seguía Maggy, y luego Máximus, quien se mantenía ocupado en el trabajo para poder afrontar mejor esta situación tan difícil.
En esta ocasión, Ian se había ausentado para descansar un poco y asearse, pero al notar el frío había decidido ir a casa de Boon para recoger una pequeña manta de color azul echa a mano que su madre había tejido para ella cuando apenas sabía caminar. Se acercó a la cama y la dejó sobre ella estirada. Estiró la manta rápido, esa cama le hacía resurgir sentimientos demasiado intensos y pocas veces era capaz de mirarla o sentarse sobre ella. Con el pulso acelerado se alejó y se sentó en el butacón. Cogió el libro que solía leer en voz alta y, de nuevo, empezó a leer:
—La noche comenzaba a hacerse latente mientras la niña caminaba sola por caminos ruinosos y desamparados. En el último pueblo en el que pasó la noche anterior había logrado que una joven con un futuro poco prometedor le hablase de un nombre que la gente susurraba a veces por el pueblo. Según le comentó, la gente que hablaba de él provenía de las montañas altas del norte, pero que ese no era lugar para niños, pues sólo los hombres más valientes y fuertes eran capaces de atravesar la nieve y las bestias que la custodiaban como su hogar. Pero esa joven no contaba con que la niña no tenía nada que perder, y que desde se había escapado de aquel lugar que no podía llamar hogar, había descubierto que tras la muerte de su madre había muchos secretos que daría la vida por desvelar.
Ian levantó la vista hacia la cama. Una pequeña sonrisa decoró la comisura de sus labios al ver la manta decorar la cama. Era una sonrisa amarga, pero con un eje de esperanza tras la tristeza. Por primera vez desde hacía días, la sentía un poco cerca de él.
—Volverá pronto —dijo una voz dulce.
Ian se sorprendió al ver a Maggy con la mano en el marco de la puerta, mirando con ternura la cama. No había notado su presencia.
—Lo sé —dijo él queriendo creer sus propias palabras.
Maggy lo miró y sonrió con tristeza. Ian sabía que ella podía ver a través de la máscara. No era tan buen actor.
—Debería traer su manta.
—Seguro que le gustaría —dijo Maggy dando un paso adentro—. Ve a por ella, yo cuido el fuerte.
Intenté taparme los oídos con las manos para poder descansar un poco más. Desde mi encuentro con la Sombra ese sonido irritante se había vuelto más intenso y molesto, como si fuese un complot para hacerme perder la poca cordura que tenía. Como siempre, había sido incapaz de conciliar el sueño por la noche, y ahora que se acercaba la mañana para poder descansar un poco antes de la llegada de Ian, ese maldito sonido se hacía presente con tanta fuerza que podía notar como mi cuerpo vibraba.
El cuartucho en el que pasaba las noches no podía considerarse aislado del exterior, tanto en sonido como temperatura. Ahora que el dolor de mi cuerpo empezaba a desaparecer el frío se hacía presente. No ayudaba que mi cuerpo estuviese cubierto por un fino vestido de color blanco que no abrigaba nada. Y, la verdad, es que en mi situación actual el frío era el menor de mis problemas.
La Sombra había seguido tocando el cristal repetidamente toda la noche, y cuando no susurraba la canción, el silencio me taladraba los oídos. No era capaz de mover el cuerpo, y el miedo latía con tanta fuerza en cada músculo de mi cuerpo que ni siquiera era capaz de procesar la sensación de dolor.
Inspiré hondo y pude notar la fragancia de Ian en el ambiente. Siempre olía de forma tenue a serrín y barniz. Tal vez su olor ya había impregnado las paredes de la cabaña, la cesta que traía y hasta mis fosas nasales. Ese olor me hacía pensar en él, volviendo el irritante sonido en un eco lejano. Tenía que limitar aún más mi contacto con Ian. Sin darme cuenta había bajado la guardia, si no le ponía fin pronto él podría estar peligro.
—¡Vamos dormilona, arriba! —bromeó Ian a lo lejos. El olor se intensificó.
Ian no esperó a que yo hiciese acto de presencia ni pidió permiso para entrar. Abrió la puerta, dejó la cesta y salió de nuevo. Ya era habitual, demasiado habitual. Yo no tenía pensado salir en esta ocasión ni probar la comida que había traído. No. Debíamos romper cualquier tipo de contacto.
—¡¿Pero qué mierda?! —escuché a Ian maldecir.
Me sobresaltó el tono desesperado de Ian. Me incorporé rápidamente, estaba preocupada. Sabía que era más seguro quedarse dentro de la habitación, y el miedo que sentía me decía a gritos que no saliese, pero una parte de mí notaba como el nerviosismo y la preocupación por Ian aumentaba.
—¡Bonnie! —dijo sobresaltado—¡Bonnie!
Pude escuchar un fuerte estallido seco acompañado del sonido de algo rodando por el suelo. Antes siquiera de que pudiese reaccionar, un apavorado Ian irrumpió en el cuartucho con la respiración agitada. Giró rápidamente la cabeza, pero en un lugar tan pequeño no le llevó ni un segundo localizarme con su mirada frenética. Se dejó caer a mi lado, sobre el lecho de paja, cerniendo sus manos sobre mis hombros, casi conteniendo el impulso de aplastarme contra su cuerpo.
Editado: 05.05.2020