Riley, Rumbo a la locura.

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En aquel momento y con martillo en mano pude sentir como poco a poco mi sangre comenzaba a hervir. Apreté aquella herramienta con toda la fuerza que de mi podía emanar, noté de pronto el sudor correr por mi frente, todos mis sentidos estaban en su punto más alto, podía escuchar la voz de mi melliza tras de mí, cada vez más cerca y fue entonces en ese momento que sentí era el instante idóneo una oportunidad como aquella probablemente no se me volvería a presentar. Me gire bruscamente y alcé el martillo con rapidez para luego golpear con él la cabeza de mi melliza, pude ver como sus ojos se pusieron en blanco por un segundo cayendo así después al suelo, asustada y dándose cuenta con horror de lo que acababa de pasar comenzó a llorar, jadeando con dificultad mientras me miraba perpleja. Me subí encima de ella y acaricie sus castaños cabellos.

 

—Ambas sabemos que tú me orillaste a esto. —dije mientras veía como brotaba algo de sangre de su cabeza. La sentí tan débil y frágil bajo mi yugo.

 

—Soy tu hermana ¿Por qué Riley? — preguntó con un tono de voz lleno de angustia, asombro, incredulidad y dolor.

 

En ese momento, enfurecí. Apoye mis manos a los lados de Rachel. — ¡¿En verdad me estas preguntando por qué?! ¡Me lo arrebataste todo! Y ahora yo les arrebataré todo a aquellos quienes te aman. —dije mientras acercaba mi rostro al suyo, notar el terror en sus pupilas me hacía sentir un exquisito cosquilleo por el cuerpo.

 

— ¡Yo te quiero Riley! ¡Hermana, déjame ayudarte! —exclamo Rachel con dolor, tratando de sujetar mis manos lo cual no permití. —siempre dijiste que me protegerías de todos, pero nada me podrá proteger de ti. ¿No es cierto?

 

—Ya no hables ¡Ayúdame muriéndote! ¡Muere, muere, muere ya! Yo te quería Rachel, yo hubiera dado mi vida por ti, pero ahora solo estoy llena de rencor por tu culpa. ¡Quiero que mueras! ¡Me estorbas! —exclame llena de rabia y tristeza, entonces comencé a golpear a Rachel con aquel martillo en el rostro una y otra y otra y otra vez y con cada golpe las fuerzas de mi melliza se extinguían poco a poco y su sangre salpicaba mi rostro, trataba débil e inútilmente de apartarme de ella y de pronto solo vi sus manos caer al piso y yo me sentí victoriosa cuando noté que no se movía más, me quité de encima de ella sentándome a un lado y todo aquel enojo, aquella rabia se comenzó a aquietar y cuando mi respiración volvió a la normalidad caí en cuenta con horror de lo que acababa de hacer. Había asesinado a mi melliza.

 

 




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