—Tú me vas a escuchar…
—Lo que tengas que decir, dilo rápido. No quiero perder mi valioso tiempo contigo —hablo con total indiferencia.
Carlota es la típica chica con un cuerpo envidiable: cabello rubio larguísimo, de ese que parece comprado; ojos azul claro; piel tan blanca que parece que jamás ha visto el sol. Tiene, igual que yo, diecisiete años, pero está muy bien dotada en todas partes. En fin, bonita como una Barbie… una Barbie con complejo de superioridad.
—Conmigo nadie pierde el tiempo —responde egocéntrica, con esa sonrisa típica de “ja, soy mejor que todo el mundo”, mientras que la mía dice claramente “ja, eres la mayor idiota existente”.
—¿Qué quieres? —pregunto de nuevo, cada vez más impaciente.
—Quiero que dejes en paz a mi novio, ¿entendido? —su voz chillona ya me está sacando dolor de cabeza.
—¿Qué yo deje en paz a tu novio? —repito con burla, y una risa se me escapa sin permiso.
—¿Con quién más estoy perdiendo mi tiempo? Obvio que contigo —dice como si fuera la revelación más lógica del universo.
—Tu novio es quien me fastidia. Yo solo existo —me cruzo de brazos.
—Claro que no. Mi hermoso novio no perdería el tiempo en alguien como tú —me escanea de arriba abajo, y en su mirada veo asco… y un poquito de inseguridad.
—¿Y qué se supone que es ese “alguien como yo”? —pregunto, elevando una ceja.
—Una resbalosa —responde sin pensarlo dos veces.
—¿Resbalosa yo? —mi indignación casi retumba en las paredes del pasillo.
—Sí, tú.
—Discúlpame, pero… —tomo aire— yo no soy la idiota que anda vestida como si esto fuera un bar de mala muerte. La que se ve resbalosa eres tú, y aunque tu novio fuera el último hombre sobre la Tierra, no le haría caso. Me importaría una mierda que la humanidad se quedara sin existencia; prefiero eso antes que estar con alguien como él.
El silencio que sigue es tan fuerte que casi puedo escucharlo gritar. Todos nos miran con la boca abierta.
—Eres una maldita perra —escupe ella, con la cara en mil colores de la rabia.
—La más maldita, sí. Pero no de las perras. Ese puesto es lo único que tienes, y no quiero arrebatártelo —digo con una sonrisa que casi podría registrarse como arma letal.
Tomo del brazo a Sharlot —que sigue en shock— y la arrastro fuera. Dios, me siento poderosa. Le dije la verdad en su cara. Siento que puedo conquistar el maldito mundo.
Ya afuera, en el estacionamiento semivacío, Sharlot por fin reacciona.
—Tú la insultaste —dice aún sorprendida.
—Yo no la insulté. Solo dije la verdad —me encojo de hombros.
—Dios… aún no lo creo —se pasa una mano por el cabello.
—Vamos a comer, tengo hambre —anuncio. Regresamos y noto algunas miradas: unas de alegría, otras de orgullo, otras de odio y unas pocas solo de puro chisme.
Con nuestros almuerzos en mano, buscamos a los chicos. Allí están Jack y Michael. Nos acercamos y nos sentamos con ellos.
—¿Es cierto lo que dicen? —pregunta Jack.
—Depende —respondo mientras doy el primer bocado.
—Que le dijiste idiota a Carlota.
—Sí —respondo como si fuera lo más normal del mundo.
—¿Y lo dices así tan tranquila? —pregunta Michael.
—En mi defensa, ella me insultó primero —respondo antes de seguir comiendo.
—Wao… eres toda una chica nueva. Llegas, gritas, insultas y golpeas al chico más popular del instituto; luego llamas idiota a su novia. Oye, eres mi ídolo. Eres la primera mujer que veo con unas agallas bien puestas —dice Michael, claramente impresionado.
No sé por qué diablos me sonrojo un poco. Jack se ríe por lo que su amigo acaba de decir.
—Gracias —musito.
—Ya que eres mi ídola, te invito a tomar algo después de clases —dice Michael, como si fuera lo más casual del mundo.
—¿Estás coqueteándome? —pregunto pícara, con una diversión obvia en la voz.
—¿Invitar a una amiga es coquetear? —apoya los codos en la mesa y recarga la cabeza sobre sus manos, fingiendo inocencia.
—Está bien… ¿y en dónde se supone que me llevarás? —lo cuestiono arqueando una ceja.
—Descuida, no pienso raptarte. Confía en mí —dice con burla.
—Nunca dije que me raptarías —suelto una pequeña risa.
—Aunque… —se lleva una mano a la barbilla, pensando dramáticamente— no estaría nada mal.
—Creo que ustedes se olvidan de que existimos —dice Sharlot con una mirada pícara que nos obliga a apartarnos un poco.
—Entonces, ¿aceptas mi invitación? —pregunta él, esta vez más serio.
—Claro —respondo con mucho ánimo, quizá demasiado.
—Hola chicos —Lizz hace su entrada, tímida como siempre.
—Hola, Lizz —decimos al unísono.
—¿De qué hablaban? —pregunta con una sonrisa suave en los labios.
—Jack le proponía salir a no-sé-qué-lugar a Esmeralda —dice Sharlot, y la sonrisa de Lizz simplemente… desaparece.
—Oh… qué bien —fuerza una sonrisa que no le llega a los ojos—. ¿Y entonces cuál es tu respuesta? —pregunta, aunque ya la sabe.
—Le dije que sí —respondo con una pequeña sonrisa.
—Voy a salir con mi ídola —dice Jack riendo de nuevo, como si fuera un niño que acaba de ganar una medalla.
Zack
Todavía no puedo creer lo que la bestia le dijo a Carlota. Todo el mundo quedó en shock. Nadie —absolutamente nadie— le había hablado así antes. Esa chica tiene un demonio dentro o algo.
—¿Por qué dijiste que era tu novio? —me enojo; ella sabe perfectamente que no somos nada. Solo tenemos un acuerdo: divertirnos usando los atributos del otro. Punto.
—Porque me perteneces —responde subiéndose a mi regazo como si estuviera en su trono personal. Estamos en el vestíbulo de los chicos, completamente solos.
—Yo no le pertenezco a nadie —la bajo sin un mínimo de delicadeza.
—Dime la verdad —usa esa voz irritante que tiene desde que nació. Juro que nadie le ha dicho que habla como una alarma de carro—. Algo te traes entre manos con la mosca muerta de la bestia… como tú la llamas —se cruza de brazos, dramática.