Sale de la cafetería del instituto y yo me quedo en shock. Esto no estaba en el trato. Ese mal nacido me las va a pagar. Nadie anda por la vida besando a Esmeralda Hernández porque sí; todavía no ha nacido el hombre que pueda hacerlo sin mi permiso. Salgo de mi trance y camino fuera de la cafetería. Lo veo a lo lejos, avanzando con calma hacia el estacionamiento, mientras yo prácticamente corro detrás de él con el corazón reventándome en el pecho.
—¡Black! —grito enojada. Él ni se inmuta, como si fuera sordo. Menudo imbécil. —¡Maldito idiota! —vuelvo a gritar con más rabia.
Acelero el paso, o por lo menos lo que mis piernas me permiten con el enojo consumiéndome. Llego al estacionamiento y lo encuentro recostado en su auto, como si no hubiera hecho absolutamente nada. Camino hacia él hecha una fiera. No le doy tiempo a reaccionar; mi mano impacta contra su mejilla con tal fuerza que deja marcas.
—Que sea la primera y última vez que me besas —escupo, subiendo el tono sin darme cuenta.
—Yo hago lo que quiero —me responde con igual furia.
—El trato era que yo te declaraba mi “amor”, ¡no que me besaras! Menudo idiota, imbécil, payaso estúpido —mi voz ya está temblando. Estoy roja, caliente, furiosa.
—¿Por qué tanto drama por un simple beso? —pregunta como si estuviera hablando del clima.
—Porque soy yo quien elige dónde, cuándo y quién me besa —le digo casi gritando.
—Ni que besaras tan bien —añade con desprecio—. Eres más fría que un hielo, no causas ningún efecto. Son los peores labios que probé alguna vez.
Mi orgullo de mujer se estrella contra el piso, otra vez.
—Vete al diablo. Jódete y deja de joderme la vida —le digo encolerizada.
—Eres tan infantil —se cruza de brazos, como si él fuera la madurez personificada.
—Y tú tan idiota —lo desafío con la mirada, sin parpadear.
—Tengo otra petición —dice de repente.
—¿Cuál? —pregunto desganada, sin ganas de seguir escuchando su voz.
—No me podrás golpear en todo el día —responde mientras me toca la nariz con su dedo índice—. ¿Entiendes?
Asiento apenas, sin quitarle la vista de encima.
—Si no tienes más que decir, me voy —me doy la vuelta, pero él me detiene agarrándome del brazo.
—Aún no termino de hablar.
Regreso a mirarlo, rodando los ojos con fastidio.
—Habla, entonces —respondo de mala gana. Me irrita compartir el mismo oxígeno con él.
—Cuando termine el instituto, te vas conmigo. Te llevaré a lo que tendrás que hacer.
No sé qué significa eso ni quiero saberlo ahora. Hago un gesto de hastío y me largo de ahí. Camino unos metros y me encuentro con varias caras que mezclan sorpresa, enojo y decepción.
—Hola, chicos… —digo, aunque el ambiente está tan tenso que me cuesta respirar.
—¿Qué fue eso, Esmeralda? Tú… ¿cómo es posible que estés enamorada de ese imbécil? —Sharlot me mira como si acabara de traicionarlos a todos.
—Pensé que lo odiabas, no que te gustaba —interviene Jack. ¿Triste? No, tal vez soy yo imaginando cosas que no existen.
—Déjenme explicarles… —hoy sí quería que la tierra me tragara viva.
Ellos asienten.
—Vamos al patio para hablar más a gusto —dice Lizz, y me sorprende que se haya sumado a la conversación; ella suele ser tan tímida.
—Sí, es mejor que quedarse en medio del pasillo —añade Jack.
Caminamos hacia el patio y nos sentamos bajo un árbol, sobre el césped. Todas las miradas se clavan en mí. Tomo un respiro profundo para comenzar.
—Primero que nada, yo odio con todo mi ser al idiota de Black. Todo este enredo viene desde ayer. El director nos llevó al orfanato y allí… bueno, ya saben, nos enseñaron cosas de bebés y todo eso. Cuando salimos de ese lugar, el director llamó a Zack. Le dijo que me llevara a casa y yo estaba tan cansada como para reprochar algo, así que me monté en el auto y él me llevó.
Cuando llegué, mi hermana estaba llorando porque mi cuñado tuvo un accidente —Sharlot se cubre la boca, horrorizada—. Él está bien, gracias a Dios. En fin… no encontrábamos quién pudiera llevarnos al hospital, y mi hermana estaba hecha un mar de lágrimas. Zack no se había marchado todavía y, para que nos llevara, tuve que aceptar un trato —respiro hondo y continúo—. Tendré que hacer lo que él diga el día de hoy. Lo de la cafetería fue solo para inflar su ego, pero el beso no estaba en los planes.
Termino de hablar y todos se quedan mirándome, atentos, procesando cada palabra.
—Es un jodido idiota —su suelta Jack, indignado.
—Y tú, dime… ¿cómo te sientes con ese trato? —pregunta Sharlot, frunciendo el ceño.
—¿Siendo sincera?
—Siendo sincera —responde ella.
—Nada cómoda —admito bajando la mirada.
El timbre suena anunciando el inicio de la próxima clase. El día pasa rápido, como si todo quisiera terminar de una vez, y finalmente la jornada escolar llega a su fin. Belinda me espera en la salida. Avanzo hacia ella, pero de golpe recuerdo que debo irme con Zack.
—¿Nos vamos? —pregunta.
—Eso… adelántate, tengo algunas cosas que hacer —respondo algo apresurada.
—¿Qué cosas, Esme?
—En la casa te cuento todo.
Ella asiente y se marcha. Yo camino hacia el estacionamiento, buscando con la mirada el auto de Zack… o al menos a él. A lo lejos lo veo, besándose con no sé quién. Avanzo hasta donde están, y la chica casi se derrite ahí mismo mientras él le devora la boca. Literalmente.
Llego junto a ellos y me cruzo de brazos.
—Zack, habla. No tengo todo el tiempo.
Mi voz parece sacarlo de su trance. Se separa de la chica, que en cuanto me ve se transforma en pura furia.
Aguántate esa, pienso, disfrutando un poquito.
—Por fin apareces —dice él, molesto—. ¿Dónde diablos te metes?
—Eso no te importa. Habla —le respondo, ya cansada.
—Vamos, sube al auto —ordena. La chica prácticamente está imaginando mil formas de matarme con la mirada.