Yo trato de disimular las ganas que tengo de matar a Zack en este momento, pero la sed por su sangre y su cabeza la siento retorcerse dentro de mi ser.
—¿En serio, Esmeralda? —pregunta emocionada Paola. Odio ver su cara porque me hace sentir una mala persona.
—Bueno… ¿me das un momento a solas con tu primo? —le advierto, para que entienda que lo que viene no será bonito.
—Claro, vengo en un momento —sube las escaleras, ajena al infierno que estoy a punto de desatar, y le doy el frente al fenómeno de Zack.
—¿En qué diablos están pensando? ¡No voy a ser ninguna dama ni nada! No puedes decirle eso a tu prima. ¿En qué maldito momento pensaste que sería buena idea? —prácticamente le grité.
—Primero que nada, no me grites. Pareces una histérica con esas alaridos. Tenemos un trato: por hoy haces lo que yo diga. Y quiero que seas dama en los quince de mi prima —se levanta del mueble y se cruza de brazos como si fuera el dueño del universo.
—¡No me digas histérica! Y si no quiero participar, no lo haré —me levanto y me cruzo de brazos igual que él, imitando su postura arrogante.
Paola regresa a la sala sin notar que quiero asesinar a su primo. Pasa de largo y se sienta.
—Me da gusto que quieras estar en mis quince —dice, con una emoción que no entiendo. Me siento a su lado para mirarla de frente.
—Paola, ¿por qué te emociona tanto que esté en tus quince?
—¿Te digo la verdad? —baja la cabeza y mira el suelo.
—Sí.
—Es que… no soy muy amigable. Soy una persona muy tímida —le levanto la cara suavemente por la barbilla.
—Pero debes tener amigas que estarían felices de ser tus damas —le digo, aunque su expresión me desarma.
—No tengo amigas —ok, esa no era la respuesta que esperaba. Pensé que diría que estaba peleada con alguna, o que sus amigas no podían. Pero “no tengo amigas” me descoloca. La miro con ternura.
—¿Te caigo bien? —pregunta confundida ante mi silencio.
—La verdad, me caes súper. Eres la mejor novia que mi primo ha tenido. Las otras me molestaban, en cambio tú eres buena… y ahora mi amiga. No hablo con chicas de mi edad, solo con Zayla, así que eres como mi amiga, aunque tú y ella sean mayores que yo —me regala una sonrisa dulce.
—Claro que ahora soy tu amiga —le devuelvo la sonrisa—, pero no soy la novia de este —señalo a Zack—Y tú también me caes bien.
—Deberían ser novios, hacen linda pareja —dice Paola con una voz risueña. Solo de pensarlo me dan ganas de vomitar.
—Eso ni en tus más bonitos sueños. Ni siquiera te lo imagines —me señala Zack.
—Eso te digo yo a ti. Ni en tus sueños más preciados seré tu novia.
—Estaría loco si quisiera ser tu novio —me responde, y ruedo mis ojos.
—Se ven tan lindos —dice Paola, soñadora. En ese instante se me ocurre algo.
—Oye, Paola, ¿puedo preguntarte algo? —me siento otra vez a su lado.
—Sí, dime —me presta toda su atención.
—¿Por qué tu primo no es chambelán? —veo de reojo cómo Zack pone cara de pocos amigos.
—¡Es verdad! ¡Primitooooo! —canta Paola.
—No lo haré —responde Zack, claramente molesto.
—Pero…
—Nada de peros, Paola. No lo haré y punto —le grita y sale de la casa, dejándola triste.
—Voy a hablar con él —le digo, y salgo tras él. Lo encuentro en el asiento del piloto, molesto, con la mandíbula tensa. Abro la puerta del copiloto y me siento sin pedir permiso.
—No tenías que ser tan rudo con Paola —le reclamo, enojada.
—Si no quiero, no lo voy a hacer —golpea el volante con fuerza.
—¿Por qué te pones así? Es solo ser el chambelán en unos quince —cruzo las piernas y los brazos, esperando una explicación que nunca llega, porque Zack es, por definición, un misterio malhumorado con piernas.
—No me da la gana. Ya deja de molestar.
—¿Molestar? Si mal no recuerdo, fuiste tú quien me trajo aquí para ser dama en unos quince que ni siquiera conocía.
—Porque me dio la real gana. Tú vas a hacer lo que yo quiera por todo el día —refunfuña, baja del auto y da un portazo.
—Pero mira algo… —digo mientras bajo del coche también. Lo rodeo hasta quedar frente a él, obligándolo a mirarme—. Hazlo por tu prima. Es ella la que está triste allá dentro —señalo la casa, donde sé que Paola probablemente esté luchando por no llorar—. Ve, te espero aquí.
Por alguna razón que tampoco entiendo, es la primera vez que le sonrío a Zack. Una sonrisa sincera, limpia, nada sarcástica ni hipócrita. Él se queda unos segundos mirándome como si no supiera cómo procesarlo, como si verlo me hubiera desconfigurado toda su mala actitud.
Finalmente suspira, me da la espalda y va hacia la casa sin decir una sola palabra.
Yo camino de regreso al coche con la satisfacción de haber ganado una batalla pequeña pero importante, me siento en el asiento de copiloto y cierro la puerta con suavidad. El interior del auto está silencioso, pero por primera vez desde que lo conozco… ese silencio no me molesta.
Zack
La verdad es que todo esto me trae recuerdos que preferiría arrancarme de la cabeza. Cuando tenía catorce años, una amiga muy cercana cumplía quince y me pidió que fuera su chambelán. Yo, emocionado por ella, acepté sin dudar. Pero mi padre se enteró… y lo arruinó todo. No me dejó cancelarlo de una forma normal: me obligó a dejarla plantada. Desde ese día, ella me odia.
Mi padre decía que eso era “afeminado”, que su hijo jamás haría algo así, que sería una vergüenza para él. Por eso le tengo fobia a ser chambelán. Aunque él ya no esté, sigo sin querer que sienta vergüenza de mí. Qué ironía, ¿no? Un fantasma que sigue controlándome.
Entro a la casa y veo a Paola llorando. La culpa me cae encima como un balde de agua fría. Me acerco y la abrazo sin pensarlo. Ella se sobresalta, pero en cuanto nota que soy yo, me rodea con sus brazos.
—Disculpa, pequeña —le limpio las lágrimas con el dedo.
—Soy yo quien debe pedir disculpas, Zack. No sabía que ibas a reaccionar de ese modo —dice con la voz entrecortada.