Me arrastró escaleras arriba, y cuando digo arrastró es literalmente. Al llegar al segundo piso veo varias puertas; deben ser habitaciones y baños. Sigo caminando —o dejando que Zayla me arrastre— hasta que nos detenemos frente a una puerta rosa. Dios, esta mujer ama ese color.
Entramos, y su habitación es gigantesca. Las paredes son rosa con blanco, todo está perfectamente decorado; la cama en el centro, su clóset enorme que seguramente guarda miles de vestidos, un escritorio con una laptop encima y varios detalles que gritan “soy una princesa moderna”. Todo luce bonito y absurdamente ordenado. Al lado del clóset veo una puerta, supongo que es el baño.
—Siéntate —me invita Zayla. Me hace señas para que me siente en la cama. Lo hago. Es tan suave y cómoda que casi caigo rendida, pero ninguna supera a mi bella cama.
—¿Cómo estás? —me adelanto a preguntar; sé que si la dejo, no me permitirá hablar mucho. Con Zayla una tiene que aprovechar cada segundo de silencio.
—Muy bien, en serio te extrañé —dice otra vez.
—Yo también, extrañaba a mi loca extrovertida —sonrío y apoyo mis manos en la colcha.
—Y dime, ¿cómo estás? ¿Cómo está tu familia? ¿Y Esperanza? ¿Cómo vas en el Instituto? ¿Tienes novio? ¿Mi hermano y tú tienen algo? ¿Son amigos? ¡Pero habla! —suelta todo de un solo golpe. Habla tan rápido que no sé ni cómo logré descifrar todas las preguntas.
—Hey, hey, hey… más despacio, una pregunta por momento —le digo. Ella sonríe, emocionada.
—Está bien —respira profundo—. Primero: ¿cómo estás? —se acomoda en un hermoso mueble pegado a la pared frente a mí.
—Estoy muy bien. Siguiente pregunta.
—¿Cómo está tu familia?
—De maravilla. Mi madre y mi padre son incondicionales el uno con el otro.
—¿Y Esperanza?
—Feliz con su novio Tomás.
—¿Cómo te va en el Instituto?
—Bien. Tengo muchos amigos, me llevo bien con algunos profesores y mal con otros. Odio ciertas materias con mi alma, y amo otras con el corazón.
—¿Tienes novio?
—No —respondo. Ella parece sorprendida. A estas alturas, en pleno siglo XXI, es raro para ella que alguien no tenga novio; pero bueno, todos saben la respuesta: yo.
—¿Por qué? —frunce el ceño.
—Después de Derek no he querido salir con nadie —suspiro—. Claro que no me voy a quedar solterona para siempre, pero por ahora quiero estar sola.
—¿Y qué relación hay entre mi hermano y tú? —me mira con una picardía que me irrita. Recuerdo lo que pasó durante el día y la rabia me sube de golpe al acordarme del beso.
—Nada —respondo, molesta. Ella me mira incrédula.
—Eso no es lo que dice este video —me muestra su celular.
—¿Qué video? —lo tomo y lo reproduzco. Es mi confesión… y el maldito beso que ese bastardo me dio.
—¡Lo mato! —grito, indignada.
—Calma, Esmeralda…
Respiro hondo, pero mi cuerpo exige que mi puño aterrice en la nariz de Zack. Esta me la paga ese imbécil. Mi mente formula varias maneras de ocasionar su muerte, pero soy demasiado joven para ir a la cárcel. Tanta belleza como la mía no se puede desperdiciar… y menos por alguien como Zack Black.
—¿Por qué diablos publicó ese maldito video en las redes sociales? —y cuando digo redes, son todas las redes: Facebook, YouTube, TikTok… ¡hasta en lugares donde yo ni sabía que tenía cuenta! Maldito idiota. ¿Y quieren saber cómo se llama el video? Se llama “CÓMO DESPRECIAR UNA CONFESIÓN DE AMOR”. ¡Por Dios! Cuando lo único que siento por él ahora mismo son ganas de matarlo.
Respiro hondo e intento contar.
Uno.
Dos.
Tres.
Cuatro.
Cinco.
Seis.
Siete.
Ocho.
Nue…
Justo cuando estoy llegando al nueve, entra la persona que menos debería ver en este momento. No le doy tiempo a reaccionar: me lanzo encima de él como si fuera una bestia salvaje y empiezo a golpearlo sin piedad. Él intenta defenderse, pero en la posición en la que está es incómodo y casi imposible para él.
—¡Eres un jodido idiota! —le grito mientras mis puños siguen cayendo sobre su pecho.
—¡Estás loca! ¡Bájate de encima de mí! —chilla él, pero lo ignoro completamente. Yo sigo… esto es casi terapéutico.
—No lo voy a hacer —digo entre dientes. Pero cometí el error de descuidarme un segundo, uno nada más, y él lo aprovecha. En menos de lo que tardo en maldecir, termina encima de mi cuerpo pequeño, inmovilizándome como si yo fuera una muñeca de trapo.
Y ahí estamos: en una posición más que comprometedora. Yo debajo, él encima, sus manos sujetando mis muñecas por encima de mi cabeza, sus piernas atrapando las mías para evitar que me mueva. Nos quedamos respirando agitados, porque hace apenas unos segundos nos estábamos comportando como dos completos desquiciados. Qué vergüenza… y Zayla de público.
—¿En serio?
—¿En serio, Esmeralda? Eres tan oportuna —dice con sarcasmo mi subconsciente.
—Cállate —respondo mentalmente.
—Eres tan oportuna —insiste. Y ahí es cuando empiezo a preocuparme. ¿Quién demonios discute con su propio subconsciente? Pues yo, al parecer.
—¿Ya te calmaste? —la voz de Zack me arranca de mi pelea interna.
—Sí, pero estaría mejor si me dejas libre.
—No te soltaré hasta que me respondas mis preguntas… o mi pregunta —dice con tono firme.
—No responderé nada, y me vas a soltar —respondo con aire amenazante, aunque mi situación no favorece mi credibilidad.
—¿¡Por qué eres tan terca!? —grita frustrado.
—¿¡Por qué eres tan idiota!? —le respondo sin pensarlo.
—¿Por qué me golpeaste y actuaste como una loca? —pregunta finalmente, y esta vez no grita. Sus ojos azules se clavan en los míos, intensos, demasiado hermosos para alguien tan irritante. Son, honestamente, los ojos más azules que he visto en mi vida. Y desgraciadamente, tan cerca de mí que no puedo escapar de ellos.