Entramos a la mansión de Zack empujando la enorme masa de personas que se atravesaban en nuestro camino. La música estaba tan fuerte que las paredes vibraban, y las luces de neón iluminaban rostros sudorosos y emocionados. Caminamos entre el bullicio hasta llegar a la barra donde estaban sirviendo los tragos. Sabía muy bien que mi hermosa amiga estaría allí.
—Una cerveza —pide Belinda apenas me ve acercarme.
—Dos cervezas —corrijo al chico que estaba atendiendo. Era guapo, sí, pero tenía esa mirada de depredador sexual que te hace dudar de sus intenciones.
—Que sean tres —dice Sharlot sentándose al lado de Belinda. El chico nos lanza una mirada molesta, pero aun así nos sirve las cervezas.
—Qué bien que no quisieron ser unas aguafiestas —comenta Belinda, tomando un largo trago de su bebida.
—Por hoy voy a disfrutar la fiesta, está excelente —añade Sharlot, moviéndose un poco sobre su silla. Ambas me miran esperando mi respuesta.
—Yo también —digo finalmente, bebiendo de mi vaso. Las chicas sonríen satisfechas, como si hubiera aprobado un examen importante.
Termino mi segunda cerveza cuando de pronto suena Work de Rihanna en toda la mansión. El ambiente se enciende aún más.
—Chicas, vamos a bailar —digo sin pensarlo dos veces.
Nos adentramos en la multitud, perdiéndonos entre cuerpos que se movían al mismo ritmo. Muevo mis caderas sensualmente, y les diré un secreto: sé bailar muy bien. A mitad de la canción siento unas manos firmes sujetándome de las caderas, acercándome a un cuerpo masculino. No hago caso; estoy disfrutando demasiado. Sigo moviéndome, bajando despacio, subiendo con ritmo, sintiendo la música en cada parte de mi cuerpo.
La persona detrás de mí me acompaña, más pegado, más intenso. Y justo antes de que la canción termine, me doy vuelta… y me encuentro con Zack.
Sí, Zack.
Por eso no bailo seguido.
Él también parece sorprendido, con los ojos ligeramente abiertos y los labios entreabiertos como si no encontrara palabras. Yo no le doy oportunidad de decir nada: me escabullo entre la masa de personas como si tuviera superpoderes.
En una esquina veo a mis amigas y me acerco.
—¡Hey, Esmeralda! —me gritan, acompañadas por los chicos: Jack, Michael y, para mi sorpresa, Lizz también había venido.
—Hola, chicos —los abrazo a todos uno por uno.
—¿Qué tal la fiesta? —pregunta Michael, bebiendo de su vaso. Por la mueca que hace, adivino que es algo demasiado fuerte.
—Está bien, pero… ¿qué hacen ustedes aquí? —pregunto señalando a Michael, Lizz y Jack.
—Vinimos a divertirnos. Aunque no soportemos a Zack, sus fiestas son las mejores, y hay que disfrutarlas —responde Lizz, dejándonos a todos sorprendidos por su sinceridad.
—Vengan, vamos a bailar —los empujo hacia la pista, ignorando sus protestas.
Bailamos durante mucho tiempo. Tanto, que uno a uno se fueron cansando, dejándome sola en el centro, moviéndome al ritmo de la música. No me importó. Estaba disfrutando.
De pronto, uno de los hermanos León se me acerca.
—¿Podemos bailar? —me grita para que pueda escucharlo por encima de la música. Sé muy bien que él trama algo, siempre lo hace.
—Claro —respondo, y comenzamos a mover nuestros cuerpos al compás del beat hasta que la sed nos venció y decidimos volver a la barra.
—Voy por algo de beber, ya vengo —dice él antes de desaparecer entre la multitud.
Regresa después de un rato con dos vasos llenos de cerveza. Me entrega el mío y lo miro con una sonrisa fingida.
—¿Me buscas una servilleta, por favor? —pido con voz dulce.
Él acepta sin sospechar nada, coloca ambas bebidas sobre una mesa cercana, y en cuanto se da la vuelta, cambio mi vaso por el suyo. Me bebo la cerveza de un solo trago antes de que regrese.
—Gracias —le digo cuando vuelve con la servilleta.
Él asiente y toma su cerveza… sin saber que está bebiendo lo que yo no quise. Pasan unos minutos y me lleva hacia una de las habitaciones del pasillo. Allí intenta besarme sin permiso, y en cuanto su boca roza la mía, le doy un golpe directo a su “pequeño amigo”. Se dobla del dolor, soltando un gemido ahogado.
Cuando al fin logra recuperar el aliento, vomita todo lo que ha comido en el suelo. Yo solo doy un paso atrás para no mancharme. Tambaleándose, se quita la ropa, entra al baño y se encierra un buen rato. Sale completamente bañado, con una toalla colgando de la cintura, y se deja caer en la cama, desplomándose como un saco de papas. En segundos, queda dormido.
Tengo que aprovechar esto, pienso mientras lo observo inconsciente.
Salgo de la habitación y empiezo la búsqueda de una persona en particular. Camino hasta el patio, evitando bebidas derramadas, risas y empujones. Y ahí lo veo.
—Jonn —lo llamo.
Él gira hacia mí y sonríe con esa mezcla de picardía y cariño que siempre muestra conmigo.
—Hola, preciosa. ¿Qué necesitas? —pregunta, cruzándose de brazos. A pesar de que no llevamos mucho tiempo conociéndonos, él sabe mucho más de mí que la mayoría.
—Un favor —respondo, sonriendo con un toque de travesura.
—¿Y qué gano yo? —arquea una ceja divertido.
—Ya verás, te va a encantar —le guiño.
Sin hacer más preguntas, me sigue de vuelta a la habitación donde dejé al idiota de Mario León profundamente dormido. Entramos, y cuando Jonn lo ve, frunce el ceño confundido.
—¿Qué es esto? —pregunta acercándose al borde de la cama. Cuando reconoce a Mario, sus ojos se oscurecen.
—Quiero que te tomes fotos con él —le digo en voz baja, como si compartiéramos un secreto.
Jonn me mira… y sonríe. Una sonrisa que dice más que cualquier palabra. Porque Jonn es gay. Y hace meses se armó de valor para confesarle sus sentimientos a Mario. Y Mario lo humilló delante de todo el mundo. Jonn juró que algún día se vengaría.