Rompiendo las reglas de Black

Capítulo 19

Zack

La fiesta está en su punto máximo y yo solo hago una cosa: disfrutar. La idea de mi hermana fue genial. Ni siquiera tenía pensado armar una fiesta, sin embargo aquí estoy, bailando, bebiendo y gozando del momento. Todos están ebrios, algunos casi arrastrándose, pero yo no me emborracho tan rápido.

Cuando empieza a sonar Work de Rihanna, me mezclo entre la masa de cuerpos que se mueven como si el mundo fuera a acabarse esta noche. Al rato la veo. Una chica bailando… no sensual, no provocativa: demasiado perfecta. Me acerco, la tomo por la cintura y la pego a mí. Ella ni siquiera se inmuta; sigue bailando de arriba abajo, y de abajo arriba como si el ritmo fuera dueño de su cuerpo.

Cuando la canción termina, se da la vuelta. La sorpresa nos invade a ambos. No me deja decir nada: simplemente desaparece entre la gente, y yo hago lo mismo, con el corazón latiéndome más rápido de lo que debería.

Encuentro a los hermanos León sentados, besándose con dos morenas acomodadas sobre sus regazos.

—Muñecas, lo siento, tengo que hablar con ellos. Vuelvan más tarde —murmuro.

Las dos me miran con molestia, pero cuando reconocen quién soy, sonríen tímidas y se marchan.

—¿Qué diablos te pasa? ¡Estaban buenísimas! —reclama Julio. Ruedo los ojos.

—La salvaje está aquí —anuncio. Sus expresiones cambian de inmediato.

—¿Qué piensas hacer? —pregunta Mario, más serio.

—Tengo pensado que tú —lo señalo— la invites a bailar, luego le ofrezcas algo de tomar. Cuando tengas las bebidas, vas a echarle esto. No le harás nada. Solo un pequeño susto. —No entiendo por qué demonios me molesta imaginarlo tocándola.

Julio frunce el ceño.

—¿No crees que estás llegando demasiado lejos?

—Está bien —cedo—. Solo la drogas, la llevas a una habitación, se duermen juntitos y ya.

Asienten y Mario va directo a buscarla. Los observo bailar. Cada vez que él se acerca más de lo necesario, siento un impulso irracional por romperle la cara. ¿Qué demonios me pasa? ¿Efecto del alcohol? ¿O será que me gustó cómo bailó… y quiero que lo haga solo conmigo?

Me distraigo cuando Carlota aparece con su ropa de marca, moviendo las caderas como si la pista fuera suya. Se sienta sobre mi regazo, acomoda su cuerpo para quedar a la altura de mis labios y me besa con pasión. Le respondo, pero mi mente está en cualquier sitio menos aquí.

Pasa un rato hasta que su mano baja por mi muslo. La detengo de golpe.

—¿¡Qué te pasa!? —chilla, confundida.

—No tengo ganas contigo. Estoy ocupado.

No le doy oportunidad de responder y me largo. Carlota, ofendida, se va al escenario y empieza a cantar algo que no escucho. Yo solo camino hacia la barra. Pido una cerveza tras otra, y entonces la veo: Esmeralda y sus amigas suben al escenario. Cantan, bailan, y el público se rinde a sus pies. No lo hacen nada mal, maldita sea.

Luego la veo hablando con esos nerds feos que siempre la siguen, pero eventualmente se queda sola. Va a la barra, pide un trago fuerte. Antes de que el barman se lo entregue, echo la sustancia sin que el idiota lo note. Ella bebe sin sospechar y se dirige al baño.

Cuando sale, la tomo por la cintura y la llevo hacia mi habitación. Apenas llegamos se desmaya. La acuesto en mi cama con cuidado, le quito las Converse y la chaqueta de cuero.

Esta niña se va a arrepentir de haberse metido conmigo.

Respiro hondo. La tengo rendida ante mí… y maldita sea, su cuerpo es hermoso. Mis dedos la rozan con suavidad: sus mejillas, cálidas por el alcohol, su cabello desordenado cubriéndole el rostro. Se lo aparto. Está simplemente… hermosa.

Pero no puedo quitarle lo último. No quiero que piense que soy un degenerado sin remedio. Soy Zack Black, sí, pero incluso yo tengo un límite. Le quito las últimas prendas solo lo suficiente para cubrirla después con la sábana. No vi más que una Esmeralda vulnerable, medio dormida.

Salgo de la habitación porque la tentación es demasiado fuerte. Bebo hasta quedar casi inconsciente. Cuando veo la hora —5:34 a. m.— todavía hay gente por ahí, pero subo a mi cuarto y me acuesto a su lado. Antes de caer dormido, su aroma me llena las fosas nasales y me rindo al sueño.

Un sonido horrible me despierta. La resaca me parte la cabeza. Busco el aparato que no deja de sonar. Es su celular: 370 llamadas perdidas, 500 mensajes. Sus amigas no tienen vida social.

Me levanto como puedo, entro al baño, busco analgésicos y me meto en la ducha.

Esmeralda

Me despierto con los párpados pesados, como si tuviera arena dentro. Intento abrir los ojos, pero un dolor punzante atraviesa mi cabeza al instante. Respiro hondo, me obligo a intentarlo de nuevo y, lentamente, el mundo se enfoca.

Pero no estoy en mi habitación. Tampoco en la de mis amigas.

Mi corazón se acelera. Me incorporo y lo primero que veo es que estoy completamente desnuda bajo las sábanas. Un pánico helado me recorre de pies a cabeza. Me envuelvo con la tela mientras mi mente intenta recordar algo, cualquier cosa… pero solo hay sombras y un vacío inquietante.

El agua de la ducha deja de sonar. Mi respiración se corta.

La puerta del baño se abre.

Zack.

Si pudiera desmayarme de nuevo para evitar esto, lo haría. Trágame, tierra. Mátenme. Que baje un rayo ahora mismo.

Perdí mi virginidad con él.

Con el maldito de Zack.

Él sonríe apenas me ve al borde de un colapso.

—Hola… amor —dice, cargado de burla.

Aprieto los dientes.

—¿Qué diablos pasó anoche? —mi voz tiembla de miedo, y su sonrisa se amplía, como si disfrutara verlo.

—¿De verdad quieres saberlo? —pregunta con calma irritante.

Me siento en la cama, dándole la espalda.

—Si no quisiera saberlo, no lo preguntaría —bufé.

—¿Verte desnuda no te da una idea? —responde, irónico.

—Yo no pude acostarme contigo —digo, intentando sonar más segura de lo que me siento.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.