— ¿¡Dónde está Esmeralda!? —me congelo en mi lugar; lo único que alcanzo a articular es un torpe—oh… oh.
—Señor, cálmese —dice una de las chicas, pero yo sigo paralizada, incapaz de mover un solo músculo.
—¿¡Dónde diablos está mi hija!? —ruge mi padre, su voz retumbando en las paredes. Está furioso, tan furioso que siento que me encogería si pudiera.
Obligo a mis piernas a reaccionar, a despegarse del piso donde quedaron frizadas. Cuando por fin avanzo, mi padre nota mi presencia.
—Hola, papá —saludo con una voz tan pequeña que ni yo la reconozco.
—Esmeralda Hernández, no sabes en qué problema te has metido —sé que es realmente grave; papá solo me llama por mi nombre completo cuando está al borde de explotar.
—Puedo explicarlo —me apresuro a decir.
—¿¡Qué me vas a explicar!? —grita aún más fuerte. Las chicas de limpieza, entendiendo la tormenta, se marchan discretamente para dejarnos a solas—. ¿Qué hiciste para que tus amigas nos mintieran y tú amanecieras con Zack Black?
Las lágrimas brotan sin permiso, calientes, humillantes. Papá nunca en mi vida me había hablado así. Justo cuando pienso que no puede empeorar, Zayla sale de la cocina con el ceño fruncido y los ojos llenos de indignación.
—Señor, lamento haber escuchado la conversación, pero no tiene derecho a decirle eso a su hija —espeta con valentía.
Papá la mira con dureza.
—¿Ah, sí? ¿Y por qué? —una risa amarga se le escapa, como si nada pudiera sorprenderlo.
—Porque Esmeralda se sentía mal anoche y les pidió a sus amigas que mintieran para que no se preocuparan. Durmió en mi casa.
En parte es verdad: me sentía mal… estaba borracha. La expresión de mi padre cambia en un instante; la furia se desvanece para dar paso al arrepentimiento.
—Hija…
Levanto la mano para detenerlo.
—Estoy muy decepcionada de ti. Creíste en lo que te dijeron antes de escucharme, y eso me dolió mucho. Me dolió demasiado, Eduardo Hernández.
Su rostro se ensombrece. Sabe perfectamente lo que significa que lo llame por su nombre y no “papá”.
—Vámonos, Eduardo. Quiero ir a casa —hablo con tanta frialdad que me lastimo a mí misma.
—Claro… —murmura, y se dirige hacia la puerta con pasos pesados.
—Muchas gracias, Zayla… y perdón por todo esto —agacho la mirada, avergonzada.
—No es nada, Esme. Sé que tú habrías hecho lo mismo por mí —me abraza fuerte antes de irme. Subo al coche y cierro la puerta con más fuerza de la necesaria.
—Hi… —papá intenta hablar, pero no le doy oportunidad.
—Ahora no, Eduardo —mi tono es hielo puro. Él asiente y arranca. El trayecto se hace eterno; un silencio tenso y extraño se instala entre nosotros. Jamás había existido algo así entre papá y yo.
Apenas llegamos, subo los escalones estilo Flash y me encierro en mi habitación. No sé cuánto tiempo pasa hasta que escucho unos suaves golpecitos en la puerta.
—Esme, soy yo —reconozco la voz de Belinda al instante. Le abro, entra, cierro detrás de ella y en el mismo segundo me derrumbo en sus brazos.
—Shhhh… —susurra mientras acaricia mi cabello y mi espalda—. Estoy contigo.
Lloro hasta que no me quedan fuerzas.
—Lo siento… mira cómo dejé tu ropa —digo, avergonzada, con la voz entrecortada.
Ella me abraza más fuerte en lugar de regañarme.
—¿Qué pasó? —pregunta cuando nos sentamos en la cama.
Le cuento todo. No me interrumpe ni una sola vez; simplemente escucha, atenta, paciente… como siempre. Cuando termino, una sonrisa pícara se dibuja en sus labios.
—Y… ¿Zack está bueno? Digo, lo viste salir de la ducha. Apostaría a que se veía muy sexy —hace un gruñido imitando a una tigresa, y yo la fulmino con la mirada.
—¿De verdad crees que me fijaría en su “amiguito” cuando estaba preocupada pensando que quizá había perdido mi virginidad? —Belinda suelta una carcajada explosiva, y yo termino riendo con ella.
—En definitiva, estás completamente loca —dice, secándose una lágrima de risa.
—Eso ya lo sé —respondo, divertida. Ella me da un pequeño golpe en el hombro y ambas terminamos riendo como idiotas, justo lo que necesitaba después de un día tan horrible.
Pasé todo el día con Belinda. Hacía mucho que no nos divertíamos como hoy, y le estoy agradecida porque logró que no pensara ni un segundo en la discusión con mi papá.
Pero llegó otro día… lo que significa que debemos ir al instituto.
Me pongo una falda gris de cuadros negros, no muy corta, una blusa negra ajustada al cuerpo, una coleta alta que estira mis facciones y unos labios rojos que gritan no me toques. Al bajar a desayunar saludo a todos… excepto a mi padre. El silencio cae como un balde de agua fría. Es raro verme peleada con él; solo ocurre cuando se trata de algo verdaderamente grave.
Belinda y yo nos marchamos en su coche nuevo hacia el instituto. Al llegar, varias chicas me lanzan miradas que podrían arrancarme la piel.
—¿Qué les pasa a las idiotas de aquí? Te han mirado mal desde que bajaste del auto —masculla Belinda, molesta.
—No tengo idea —respondo, aunque la tensión en el ambiente empieza a inquietarme.
Apenas entramos, veo a Carlota avanzar hacia mí con esa sonrisa venenosa que suele usar cuando quiere arruinarle el día a alguien.
—Vaya, vaya… miren a quién tenemos aquí. La zorrita de Esmeralda —dice con voz dulce y venenosa al mismo tiempo.
Eso me enciende la sangre.
—La única zorra que se acuesta con hombres que tienen novia eres tú, Carlota —replico sin titubear.
El pasillo entero queda en silencio. Solo se escuchan respiraciones contenidas y teléfonos listos para grabar el drama.
—No te hagas la mosquita muerta conmigo. Ya todos sabemos lo que pasó en casa de Zack. Todos aquí sabemos que te acostaste con Mario… y luego con Zack —su voz resuena y los murmullos comienzan.
Aprieto los puños. Quiero arrancarle el cabello.
—¿Que yo me acosté con Zack? —una risa oscura se me escapa—. Todavía le falta mucho para ser hombre como para compartir cama conmigo.