Runaway

1

Cuando Liz se dispuso a beber su café, al fin, ya estaba frío. Ya le estaba tomando el gusto al café frío, después de tantas veces que lo ha tomado así. Y, es que, siempre que conseguía un rato libre, aprovechaba para leer una novela, en compañía, claro, de una taza de café. Tenía una lista de 100 libros que debía leer durante una año, y solo le faltaban 7. Alya y ella habían hecho esa lista durante la primer semana de enero, pidiendo sugerencias en un grupo de literatura de Facebook al cual pertenecían. Ahora estaban en septiembre, y estaba segura que Alya le llevaba la delantera. Alya era aún más adicta a la lectura que ella. En especial por la literatura erótica.  
Y Liz no es como la mayoría de las personas que leen 5 o 10 páginas por día. Que disfrutan la lectura, como decía su madre, quién siempre le reprochaba el que se leyera la mitad del libro, si era posible, en una sola tarde. Y es que, para Liz, no era sencillo seguir el consejo de  su madre. Era demasiado curiosa para alargar la lectura por semanas, y algo obsesiva cuando le gustaba una historia. No podía dejar de leer, por lo menos, no hasta que le pegaba duro el sueño. Sentía esa necesidad de saber qué continuaba enseguida. Le había sido negado el don de la paciencia, como muchos otros más…. Y se pasó gran parte de su adolescencia escuchando a su madre quejarse por ello. Del tiempo que le dedicaba a la lectura, y no a ordenar su habitación, por ejemplo. 
Claro que, ahora, con 24 años, y viviendo sola (al fin) ya no tenía que preocuparse por ello. Podría pasarse la noche en vela hasta terminar un libro, y nadie le reprocharía nada por ello. 
Llevaba más de la mitad de Jane Eyre, y tenía planeado terminarlo. Era su día de descanso. Pero las cosas no siempre resultan como uno las planea… 
Alya le había enviado un texto, avisándole que pasaría a visitarla al mediodía, así que decidió dejar la lectura justo ahora que había terminado de leer un capítulo. Y es que si comenzara a leer el siguiente, le seguiría hasta terminarlo. Y aún tenía que tomar un baño y preparar la comida, ya que seguro Alya no se esperaba menos. Su lema era Siempre tengo hambre. Probablemente eso jugó un papel importante en su amistad, ya que al ser glotonas ambas, no se están criticando la una a la otra por lo que comen o dejan de comer.  



-Creo que estoy embarazada. 
Alya no se atrevía a mirar a la cara a Liz. Y, es que, ¿ cómo podría? Por Dios. No es un secreto que Liz no tolera imbécil que tiene por novio, y ahora le dice que podría estar esperando un hijo de Marcus. 
No sabe cuánto tiempo ha transcurrido, pero Liz aún no le dice nada. Solo está mirando al vacío. Y, es que, no se le ocurre nada bueno que decir. Y como su madre siempre decía: Si no se tiene algo bueno qué decir, es mejor no decir nada. Aunque Alya y ella habían acordado hablarse siempre honestamente, sin tapujos. 
Y tampoco hay que mal entender. No es que fuera una perra egoísta que no puede sentirse alegre por la felicidad de su mejor amiga, porque, a pesar de que aún no le veía de frente, sabía que estaba feliz. Podía escucharlo en su tono de voz. Además de que no era un secreto que Lisa deseaba tener hijos. Aún más desde que supo que a su prima Kate se le había terminado su periodo de fertilidad. Solo tenía 30 años. Alya tenía ya 26, y creía que pronto terminaría el suyo. Por ese motivo, podría comprender esa felicidad. Pero no podría estar de acuerdo en el hombre con quién iba a compartir esa experiencia. Y eso, si decidía estar presente. 

-Bueno, di algo, Liz.- estaba tan distraída con sus pensamientos, que no se dio cuenta cuando Alya tomó asiento junto a ella. 
-Quizá es mejor que no diga nada, Alya. 
Si. Ahora que podía ver su rostro, sabía que estaba contenta por ello. Ahora se sentía mal por lo que opinaba al respecto. 
-Sabia que te molestarías- se levanta del sofá molesta. Dolida. 
-Alya, espera- se acerca Liz y la toma del brazo.- Es solo que no me lo esperaba. 
-Ya se que Marcus no te agrada… 
Y te quedas corta, piensa Liz

 -...pero lo amo. Y creo que le encantará la noticia- le dice ilusionada. Esto último, Liz lo duda mucho. Pero no hay manera de abrirle los ojos. Lo ama ciegamente. Por desgracia, piensa Liz. -Ya verás que estará igual de feliz que yo cuando se entere. 
-¿Aún no le has dicho? 
- No. Tú eres la primera en saberlo. O bueno, mis sospechas. Ésta tarde tengo cita con mi ginecólogo, y lo sabré con certeza. – pasea de un lado a otro por la sala. Está nerviosa. 
Y cómo no estarlo. La relación entre Alya y Marcus no está bien definida. Marcus es piloto de aerolínea. Cuando está en la ciudad, visita a sus primos, quienes son compañeros de juerga de ellas; y por las noches, visita a Alya. Y por supuesto que no son visitas cordiales, precisamente. En resumen, solo tienen sexo. En ocasiones, Marcus la sorprende llevándola a cenar o al cine, y de ahí, directo a la cama. Pero ella está bien con ello. Liz... No tanto. Sabe que Alya se merece algo más que coger cada dos o tres semanas, incluso a veces tarda más de un mes ,y sin compromiso de exclusividad (el tipo es un mujeriego, en opinión de Liz, y de Jackson), y Alya está de acuerdo con ello. El sexo hace que todo lo valga, en palabras de Alya. Según ella, Marcus es tan bueno en la cama, como ningún otro con quién haya estado antes. Y Alya es muy exigente en cuanto a relaciones, especialmente las relaciones sexuales. Liz había sido testigo de lo satisfecha que Alya estaba con los cortejos de los hombres con quiénes había salido antes. Y de lo insatisfecha que podían dejarla en la cama. Para luego dejarlos sin consideración alguna. A veces, Liz pensaba que Alya no lo amaba, solo creía estarlo. Que lo que la confundía era eso, el sexo. Y se lo había hecho saber varias veces, pero Alya era firme. Lo amaba. 
Como si Liz quisiera saber los detalles, ella le cuenta que la última vez que vio a Marcus el imbécil, fue en el aeropuerto. El vuelo hacia escala en la ciudad, así que sabía que estarían solo unas horas. Así que decidió sorprenderlo. Claro que la sorprendida fue Liz cuando se enteró que habían tenido sexo en los baños. ¿En serio? ¿En los baños?, pensó Liz. ASCO.
-Si, ahora piensas eso. Pero no juzgues hasta no probar- le dice Alya, maliciosamente. Seguro la delató la misma mueca por la que su madre siempre la reprendía. Cambia esa cara, Lizzy. Parece que estuvieras oliendo caca. 
-Paso. 
Era frustrante para Liz el ser tan transparente con sus emociones. Había tenido una jefa que le decía que con solo ver su rostro sabía que estaba pensando. Y le resultaba gracioso cuando le tocaba lidiar con las quejas de los clientes. Podría hablarles con toda la amabilidad del mundo, pero su cara siempre la delataba. A Liz… no tanto. No es nada agradable saber que no puedes ocultar tus emociones y sentimientos a los demás. Peor aún era el sonrojarse. Solía ponerse roja como un tomate cuando le llamaban la atención, cuando cometía un error, cuando la felicitaban, cuando le hacían un cumplido. Por todo. 

Hacia ya un par de horas que se había ido Alya, y Liz aún no digería bien la noticia del embarazo. O posible embarazo. No lo sabría con seguridad hasta que le llamara para informarle sobre su cita con el médico. Pero para Alya, era seguro. Debido a la prisa que tenían, no contaban con protección. Y no pudieron contenerse, así que optaron por el método del ritmo. Claro que no les funcionó. Marcus no pudo resistirse a terminar dentro de ella.  
Para Liz era incomprensible el que no pudieran resistirse a tener sexo en los baños, o a terminar dentro de ella. Claro que, para Liz, todo lo relacionado con el sexo era incomprensible.  
Aún no había descubierto lo que era el sexo. Lo que podía llegar a sentirse, o a conectarse con una persona. Como podía alguien perderse en las sensaciones y el placer que produce el sexo. El buen sexo, según Alya. Aún era virgen. Lo había intentado, claro. Cuando se sentía algo presionada por el hecho de que sus amigas del bachillerato ya lo habían hecho, y ella era la única del grupo que no. Solían dejarla fuera de sus charlas porque, como ella no sabía, no tenía caso que las escuchara. O que siquiera opinara. Así que cuando Melissa hizo una fiesta en su casa, aprovechando que sus padres estaban de viaje y le dieron la confianza para quedarse en casa, aceptó subir a una habitación con Alex. Alex… su primer amor.  O cuando, envalentonada con los ocho vasos que tomó luego de una ronda de beer pong, se encerró en el baño con Adam, compañero de trabajo de Alya, y, luego de una sesión de besos, se arrepintió y lo dejó con una dolorosa erección. El tipo no volvió a tratarla igual. Era cortés, pero no amable. Y no lo culpaba. Hasta le agradecía el no comentarlo con nadie, o inventar lo contrario y jactarse de ello.  
Tenía una lista de víctimas, hombres dejados a medio juego previo, en su conciencia. Una de ellas más presente que las demás. Y es que, según leyó en una publicación de Facebook, para los hombres era incómodo, e incluso doloroso, el dejarlos así. Blue balls era el término que usaban para referirse a ello. Se sentía mal de dejarlos excitados, para luego huir de ellos, pero no podía evitarlo. El hecho de exponerse así ante alguien más le aterraba. A pesar de ser tímida, una vez que la trataban notaban una seguridad en ella. Nada más lejos de la verdad. Había crecido con complejos acerca de su cuerpo, y otros aspectos físicos y personales más, y no se sentía bien consigo misma.  

Se encontraba a punto de llamar a Alya, pues no sé había comunicado aún, cuando escuchó el timbre. Sin dejar el teléfono, se dirigió a abrir la puerta. Hablando de sus víctimas… 
-Jackson.  
 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.