Miro el reloj, respiro profundamente. Es mi primer día de trabajo, y no quiero llegar atrasada.
Quiero que mi cabello se vea perfectamente arreglado. Normalmente, me peino rápido, pero hoy todo me sale mal. No puedo recoger todo mi pelo en un moño bien arreglado, siempre aparecen unos mechones sueltos.
Mi pelo es tan largo que me llega a la cintura. A veces pienso que sería bueno cortarlo. Pero mi madre siempre me dice que no me lo corte.
–Bueno, por fin –murmuro terminando de peinarme.
Cojo mi bolso, salgo volando al pasillo y casi me tropiezo, porque mis pantalones se quedan enganchados con la manija de la puerta. Los desengancho frenéticamente.
Soy tan torpe que siempre me pasan esas cosas.
Echo una mirada rápida en el espejo acicalándome los pantalones. Hoy voy vestida de traje hermoso. Elegante. Y bastante decente. Exactamente lo que se necesita para trabajar en una oficina. Está compuesto de una chaqueta de color azul marino y un pantalón que le hace juego. Debajo de la chaqueta llevo una camiseta ligera con escote barco. Justo para trabajar.
Salgo de mi apartamento, cierro la puerta.
Mi corazón late intensamente no solo por la prisa que tengo, sino también por la emoción.
Llego al edificio de negocios unos quince minutos antes de que empiece la jornada laboral. Pero la secretaria de Salvaje me saluda con tanto desprecio como si yo me hubiera retrasado como mínimo por un par de horas. Estoy tratando de hacer las paces con ella.
–Buenos días, Valentina Yurievna –le envío una sonrisa.
–¿Ya te has familiarizado con tus funciones?
–Aún no. Yo...
Ella me señala un escritorio que se encuentra al frente del suyo.
–Este será tu lugar de trabajo –me dice con frialdad.
Asiento con la cabeza, me dirijo a mi lugar.
Es mejor estar aquí que compartir el mismo despacho con Salvaje.
–Es algo temporal –continúa la secretaria–. Mientras estén arreglando el despacho. Te contrataron para que seas asistente personal. Debes estar siempre al lado del jefe.
Y yo que me puse tan feliz en el principio...
Ocupo mi lugar detrás del escritorio, y casi de inmediato una carpeta pesada aparece frente a mí.
–Hablaremos de tus obligaciones –dice la secretaria.
¿Hablaremos? ¡No! Ella es la única quien habla. Ni siquiera puedo decir una palabra. Solo intento memorizar todo lo que dice ella.
–¿Alguna pregunta? –concluye Valentina en tono helado al terminar su explicación.
–Sí –respondo.
La expresión de su cara permanece inmutable, pero ella responde mis preguntas; incluso me parece que poco a poco su rostro se suaviza. ¿O simplemente me voy acostumbrando a su comportamiento?
Al aprender los puntos clave, me pongo manos a la obra.
Salvaje no tiene prisa por llegar al trabajo. ¿O es que ya está aquí?
Echo una mirada rápida en dirección de su despacho. ¡Ojalá tenga suerte y no nos encontremos hoy!
Enseguida oigo unos pasos pesados.
Me doy la vuelta. Mis dedos se quedan congelados sobre el teclado.
Salvaje entra a la recepción.
–¿Los informes? –inmediatamente pregunta a Valentina.
–Ya se los he enviado –responde ella–. Hubo una llamada importante. Acerca de la exportación.
–Comprendo. ¿Qué pasa con el nuevo inversor?
No puedo evitar escuchar su conversación. Tal parece que trabajan juntos desde hace mucho tiempo.
Salvaje de repente se dirige a mí.
–¿Entendiste que es lo que tienes que hacer? –me pregunta sombríamente.
–Sí, gracias a Valentina Yurievna. Ella me ha ayudado y...
Entra a su despacho sin siquiera esperar a que termine de hablar. Cierra la puerta de un portazo. Y yo simplemente me quedo paralizada.
Bueno. Ni siquiera quería continuar con la conversación.
En la recepción pronto aparece un visitante. Es un hombre de unos cincuenta años.
Valentina le sonríe ampliamente mientras lo invita a pasar al despacho del jefe.
Es un día común de trabajo. Pero pronto me espera una sorpresa.
–Hoy tengo que irme más temprano, ya le he pedido permiso al jefe –de repente dice la secretaria–. Si habrá algún problema, llámame.
Y me deja su número de teléfono.
Sale de la recepción. Dentro de unos minutos se abre la puerta del despacho de Salvaje. El visitante ya está de salida.
–Hasta luego –me dice el hombre.
También me despido con él automáticamente. Me pongo tensa al darme cuenta de que otra vez me quedo a solas con Salvaje. Aparte de él y yo no hay nadie más en la oficina.