–¿Qué te ha pasado? –Salvaje me pregunta sin rodeos cuando estamos de vuelta en el coche.
No le respondo. Estoy llamando a mi mamá. Oigo los pitidos, pero ella no responde. La ansiedad que allana mi corazón es cada vez más fuerte. Hoy es su día libre. Más precisamente, hoy tiene la tarde libre después de turno de noche. No creo que esté durmiendo. Por supuesto, ya es tarde, pero no puedo imaginarme a mi madre quedándose dormida en vez de esperar a que yo llegue a casa.
Mi papá aún está trabajando. Me muerdo los labios, tratando de calmar las emociones. Le llamo a él. Pero su teléfono está apagado. ¿Y eso por qué? Es que él encuentra a los clientes a través de una aplicación móvil. Es cierto que a veces se queda fuera de la cobertura cuando sale fuera de la ciudad.
No, algo no está bien. Tengo un mal presentimiento. Mi corazón se pone a latir de una manera irregular.
Me doy la vuelta y me topo con la mirada de Salvaje dirigida hacia mí. De nuevo echo una ojeadita a la pantalla del teléfono. Escribo rápidamente un mensaje para mi madre, presiono "enviar".
Noto por el camino una señal que indica cuantos kilómetros aún nos quedan para llegar a la ciudad. Suspiro angustiosamente. Todavía tenemos un largo camino por recorrer.
–Katya –Salvaje de nuevo se voltea hacia mí–. Cuéntame qué pasa.
–No puedo comunicarme con mis padres –le explico–. Les he enviado unos mensajes antes de la reunión diciendo que hoy llegaría tarde. Y ahora veo que hasta ahora no han leído mis mensajes. Normalmente siempre estamos en contacto constantemente. Nos escribimos o nos llamamos varias veces al día.
Reviso mi teléfono móvil de nuevo. El mensaje fue entregado, pero no aparece la marca de que fue leído.
Vuelvo a llamar a mi papá. Una voz automática me dice que él se encuentra fuera del área de cobertura de la red. Mi ansiedad va en aumento.
Él no suele trabajar sin la aplicación. Sí, es posible que la conexión se pierda durante un par de minutos. Pero no más. El papá nunca apagaría su teléfono a propósito. De lo contrario, ¿cómo va a encontrar clientes?
–¿Dónde trabaja tu padre? –su voz ronca hace me estremezca.
Parece como si yo estuviera hablando en voz alta, o me ha leído los pensamientos.
Respiro profundamente.
–Es taxista.
Actualizo el historial de correspondencia con mi madre. Mi último mensaje aún no se ha leído.
–Pensé que era un contador.
–Sí, lo fue antes –respondo–. Pero ahora no puede trabajar como tal.
De repente una llamada entrante hace que la pantalla de mí teléfono se encienda.
–Sí, mamá –de inmediato respondo la llamada.
–Katya, ¿dónde estás ahora? –escucho su voz cansada.
–Ya me voy a casa –digo apretando el teléfono con mucha fuerza–. Tuve que quedarme después de las clases. Te escribo, pero veo que no lees mis mensajes.
–Lo siento, hija, no los vi hasta ahora –dice la mamá–. La abuela pensó que venías conmigo. Y solo ahora acabo de enterarme...
Todo está más claro que el agua. Mi abuela pensó que yo estaba con mi madre, y mi madre pensaba que yo estaba con la abuela.
–¿Dónde estás, mamá? –pregunto.
–En el hospital.
–¿Te han llamado desde tu trabajo?
Hace una pausa.
–¿Mamá? –me pongo impaciente.
–Él papá fue agredido –me dice al fin–. Se quedará en el hospital hasta mañana. Bajo el control médico. Y mañana lo darán de baja.
–¿Qué? –se me comprime la garganta–. ¿Cómo pudo pasar? Mamá...
–Todo está bien, Katya –continúa–. Pudo ser mucho peor. Había gente allí, de inmediato llamaron a una ambulancia. Pronto podrá volver a casa.
–¿Quién o quienes lo atacaron?
El silencio es desgarrador.
–La policía está investigando –por fin dice la mamá en voz baja–. Le dije que no hiciera turnos de noche. Es tan peligroso. ¿Recuerdas aquella historia reciente?
Sí, la semana pasada asaltaron a un taxista. Lo golpearon en la cabeza y se llevaron todo su dinero. Pero él estaba trabajando por su cuenta, no formaba parte de ninguna empresa.
–¿En qué hospital está? –toso aclarando la garganta–. ¿En el tuyo? Voy para allá.
–Hija, ya es de noche –responde–. Será mejor que te vayas directamente a casa. La abuela está preocupada. Yo también estaré allí pronto.
–Mamá, por favor –insisto–. Un amigo mío me llevará.
Al terminar la conversación, guardo mi teléfono en el bolso.
–¿Necesitas ayuda? –me pregunta Salvaje.
–No, gracias –sacudo la cabeza–. Solo llévame al hospital, por favor.
Le doy la dirección.
–¿Por qué tu padre no puede trabajar de contador?
–Es una larga historia –suspiro–. A veces suceden cosas...