No sé cómo, pero he logrado dormir tranquilamente esta noche. Probablemente,por el cansancio. Estaba tan exhausta que ni siquiera la presencia del Salvaje en la habitación pudo ponerme nerviosa.
En la mañana siguiente él se despertó temprano y salió da la habitación dándome una oportunidad de ducharme en paz. Dijo que me esperaría en el restaurante.
–Buenos días –le saludo acercándome a nuestra mesa.
–Buenos –me responde sombríamente.
Aparta la mirada de la pantalla de su teléfono por unos segundos. Me escanea con sus penetrantes ojos y de inmediato vuelve a lo suyo.
A pesar de que Salvaje esté ocupado con sus asuntos, él no se olvida de la comida y de mi capuchino favorito. Todo esto aparece frente a mí en una bandeja.
Su teléfono móvil suena.
–Nos veremos en una hora –me dice Salvaje en voz ronca y se levanta de la mesa. Acepta la llamada diciendo bruscamente–: ¿Sí?
El cambio repentino del tono de su voz hace que me estremezca involuntariamente. Me imagino cómo debe sentirse su interlocutor. Sacudo la cabeza instintivamente.
Me siento en la mesa y saco mi propio teléfono. Quiero llamar a mi mamá.
–Hola, hija –enseguida responde ella.
–Hola –sonrío–. ¿Qué tal estás?
–Todo está bien –dice después de una breve pausa–. Ahora estamos desayunando. ¿Y tú qué tal?
Algo me suena mal. No puedo explicarlo. Simplemente lo siento por el tono de su voz, por las palabras que dice.
–Mamá –agarro mi teléfono móvil con más fuerza–. ¿Qué ha pasado?
Su silencio me parece demasiado largo.
–¿Mamá?
–Sí, Katya, es una larga historia –por fin responde–. Y tú tienes una reunión importante de trabajo. Mejor hablaremos más tarde...
–Todavía me falta una hora para la reunión.
De nuevo se calla. Seguramente no quiere que me preocupe por ellos. ¿Pero cómo puedo mantener la calma en tal situación? Es obvio que me doy cuenta de que algo serio haya pasado. Aunque me parece extraño, ya que hablamos ayer por la noche, y todo estuvo bien.
–Mamá, dímelo por favor.
–Está noche los patrulleros arrestaron a Serguei.
–¿Qué? –exclamo totalmente pasmada.
Por supuesto, mi hermano es un chico problemático. No quiere estudiar. Pierde las clases en el colegio. Pero que lo lleven los policías... No podía imaginar esto ni en mis peores pesadillas.
Tiene catorce años. Es sólo un niño. ¿Qué ha hecho que fuese tan grave?
–Ya está en casa, Katya –continúa la mamá–. Recibimos una llamada de la comisaría a las altas horas de la noche. Gracias a Dima, él nos ayudó mucho. Si no fuera por él, ni siquiera sé qué habríamos hecho.
–Espera –exclamo–. ¿Cómo Dima se enteró de eso?
–Nos encontramos casualmente en la comisaría.
Mi madre me cuenta que Serguei les había mentido a nuestros padres. Les dijo que iba a pasar la noche con un amigo, pero en realidad se fue a reunirse con un grupo de adolescentes. Tuvieron una discusión. Mi hermano perdió la apuesta, así que tuvo que hacer lo que le ordenarían sus compañeros. Y ellos le impusieron un castigo: asaltar una tienda de comestibles.
Pero sonó la alarma. Al lugar de los hechos llegaron unos patrulleros. El resto de los chicos solo estaban mirando desde una distancia, así que rápidamente huyeron, y mi hermano fue atrapado en el acto.
Podría haber terminado muy mal. Fue una suerte que Lebedev tuviera un amigo en aquella comisaría que justo estaba de turno. De lo contrario… no quiero ni pensar que pasaría con mi hermano.
Un escalofrío recorre mi piel cuando me pongo a pensar.
¿Cómo es que Serguei acepto ese juego? ¿Qué le pasó?
–¡Quiero ponerme el vestido de Katya! –oigo la voz de mi hermanita Zlata.
–Es grande para ti –dice la mamá–. Regrésalo en el armario.
–No, no –exclama mi hermana–. ¡Es hermoso!
Hoy ella tiene una obra de teatro escolar.
–Seguimos eligiendo un atuendo para ella –comenta la mamá en voz baja–. Aunque ayer ella aceptó ir vestida de su disfraz de princesa.
Intercambiamos unas frases más y nos despedimos hasta la noche.
Siento un peso en mi corazón. Como anhelo volver a casa. Ver a mi hermano. Hablar con él. Descubrir que pasó en realidad.
Me quedo durante un rato más mirando la pantalla apagada de mi teléfono, y luego decido llamar a Lebedev.
Él responde casi de inmediato.
–Hola, Katya.
–Gracias –digo–. Por mi hermano... Dima, tú...
Tartamudeo porque tengo un nudo en la garganta de tanta emoción. Las emociones me llenan por dentro en este momento.
–Todo está bien, Katya –me asegura Lebedev–. Tu hermano no tendrá ningún problema.