Mientras estamos de camino al hotel, intento reprogramar las reuniones perdidas para los próximos días. El horario es apretado, pero una vez terminado todo, por fin vamos a volver a casa.
Echo en falta a mi familia. Quiero hablar con mi hermano lo antes posible. Por fin tenemos conexión, así que le envío unos mensajes a mi madre y luego reviso mi correo personal. Automáticamente borro unos correos promocionales enviados por la universidad sobre unos eventos próximos. Y luego de repente mis ojos se fijan en un correo escrito en inglés. Mi dedo se cierne sobre la pantalla, y en mi garganta aparece un nudo de tanta emoción.
Reconozco el correo de una organización internacional a la que envié una solicitud de beca para pasar un semestre en el Reino Unido.
¿Qué dice ahí? ¿Me han rechazado? Es que la respuesta llega demasiado pronto.
Casi no puedo respirar, estoy temblando mientras abro el correo. Empiezo a leer, y mi corazón se pone a latir frenéticamente. Mis labios se estiran en una sonrisa.
He pasado la primera etapa. La decisión final se dará dentro de un mes, pero por ahora mi solicitud ha pasado al siguiente turno.
–¿Son buenas las noticias? –una voz ronca me obliga a levantar la mirada de la pantalla.
Salvaje da la vuelta y me mira inquisitivamente.
–Sí –respondo guardando mi teléfono móvil–. He podido reprogramar casi todas las reuniones con nuestros proveedores. Excepto uno. Era prácticamente imposible comunicarme con él. Le mandé un correo y he recibido una respuesta dónde decía que su empresa no suele dar segundas oportunidades. Así que cómo nuestra reunión fracasó, ya no quieren trabajar con nosotros.
–¿Qué empresa es? –sonríe irónicamente.
Digo el nombre de la empresa, y noto cómo Salvaje se intercambia de miradas expresivas con Karimov. No dicen nada, así que me aclaro la garganta y pregunto:
–¿Debería volver a escribirles?
–No es necesario, yo resolveré el problema –sacude la cabeza y entrecierra los ojos–. No planees nada para la noche.
–Pero ya es de noche.
Llagamos a la ciudad cuando ya está oscureciendo. Ya no llueve tan terriblemente como cuando estábamos en el medio del camino. Sólo está lloviznando un poco.
–Puedes descansar unas horas –dice Salvaje–. Y luego nos ocuparemos de los negocios.
–¿A las once de la noche? –mis cejas se arquean.
–Tendremos una reunión –confirma mirándome con una mirada absolutamente tranquila.
Ni siquiera sé que decirle. Gracias a Dios que mi teléfono móvil vibra, y puedo distraerme. Miro qué es y, al ver el nombre de mi curadora, abro el mensaje. Ella me felicita por pasar la primera etapa.
Al principio me quedo sorprendida, pero luego me acuerdo de que yo misma puse su correo electrónico al rellenar la solicitud, así que no hay nada extraño en esto.
Lo que sí es muy extraño es que tengamos que ir una reunión de trabajo a mitad de la noche. Es algo que no me agrada. Incluso la buena noticia ya no me da tanta alegría. Pero ya no puedo hacerle ninguna pregunta a Salvaje, porque está ocupado hablando con Karimov; y falta poco para llegar pronto al hotel.
–Vendré a recogerlos a las once de la noche –dice Ramíl sacudiendo la cabeza–. Hasta pronto.
¿Él también irá con nosotros? Me alegro mucho de que no me voy a quedar a solas con Salvaje, pero me parece sospechosa una reunión a las horas de la noche; sin importar quién más estará con nosotros.
Nos registramos en el hotel sin problemas, Salvaje me acompaña a la habitación ayudándome con mi maleta. Las puertas del ascensor se cierran, suena una corta melodía. El ascensor comienza a subir.
Envío un mensaje a la curadora, ahora solo puedo pensar en una cosa: si me dan la beca o no.
Si me la dan, tendré que viajar al Reino Unido por un periodo de seis meses. Justo después de la fiesta del Año Nuevo. Por supuesto, es demasiado pronto para pensar en eso, pero... tendré que dejar mi trabajo.
Nadie me dará vacaciones por seis meses. ¿Tal vez será mejor así? A decir la verdad, aun no entiendo cómo me apunté a esa aventura de la beca. Supongo que mi mente estaba nublada.
Me imagino la reacción de Salvaje cuando le cuente sobre la beca, y me pongo preocupada. Espero que en los próximos meses Salvaje comprenda que entre nosotros no hay nada, y que empiece a salir con otra persona.
La luz de repente se apaga. Se me corta la respiración.
¿Qué está…?
Me arrimo contra la pared de acero, mis dedos temblorosos se aferran a una barandilla.
Pero no me da tiempo de entrar en pánico, porque la lámpara parpadea iluminando la cabina del ascensor que continúa subiendo sin problemas.
–¿Tenías miedo de quedarte atrapada conmigo de nuevo? –sonríe Salvaje interceptando mi mirada.
–No es gracioso.
Él no responde, pero unas chispas traviesas que brillan en sus ojos azules me enfurecen. Y también la forma en que intenta tocarme como si fuese algo inconsciente, aunque hay suficiente espacio para los dos en la cabina del ascensor.