Después de asearme salgo de la habitación y, desgraciadamente, en este mismo momento la puerta de al lado se abre. A través de mi visión periférica noto una enorme silueta oscura. Mi corazón da un vuelco.
¿Por qué justo ahora?..
Presiono la tarjeta-llave contra la cerradura y empujo la puerta, prefiero volver a la habitación para que no me vea. Estoy actuando como una estúpida, yo misma lo reconozco. Es algo instintivo. No quiero ver a Salvaje ahora. No puedo verlo después de todo lo de anoche.
–Buenos días –la voz de Karímov hace que me estremezca y me dé la vuelta.
–Buenos días –respondo a su saludo.
–No sabía que dormías en la habitación de al lado –dice sombríamente.
Una chica sale volando al pasillo. Su pelo está alborotado. Ella irradia felicidad. Frenéticamente baja su minifalda que se subió casi hasta el cinturón. Sin darme cuenta, miro las hinchazones en sus rodillas. Ella intenta entregar a Karímov un trocito de papel. Pero él ni siquiera le hace caso. Es como si no le importara.
–Salvaje va a volver pronto –dice–. Nos veremos en el restaurante de enfrente.
–De acuerdo.
La chica le agarra de la mano.
–Aquí tienes mi número de teléfono...
Se calla y retira su mano cuando Karímov por fin da la vuelta y la mira detenidamente.
–Pero tú… –murmura la chica y se calla de nuevo.
–Puedes irte –fríamente responde Karímov a la chica y, antes de dirigirse al ascensor, me dice–: Te estaré esperando abajo, Katya.
+++
El alivio me cubre como una ola caliente. Cuando me doy cuenta de que fue el amigo de Salvaje el que se estaba divirtiendo en su habitación esta noche, incluso se me hace más fácil respirar.
Qué estúpida fui...
¿Y acaso ahora no me comporto como una estúpida?
Frunzo el ceño y miro mi propio reflejo en la pared del ascensor.
¿Por qué ahora me veo tan feliz? ¿Qué me importa cómo Salvaje se divierte en su tiempo libre? Es un hombre extraño para mí. A decir la verdad, es igual como Karímov. Por algo serán tan amigos; los dos se comportan como unos animales.
–No –exhalo casi ininteligible.
Salvaje es diferente. Es completamente diferente. Lo presiento.
Basta. ¿A quién le importa? ¿Por qué estoy siquiera pensando en esto?
Las puertas de acero se abren, y salgo del ascensor al pasillo. Karímov se dirige hacia mí apagando el cigarrillo. Guarda su teléfono móvil en el bolsillo de su pantalón.
–Salvaje acaba de llegar –dice–. ¿Estás lista para ir a cenar?
–Sí.
Entramos al restaurante que está medio vacío. El local acaba de abrirse, todavía es demasiado temprano. Sólo unas pocas mesas están ocupadas por los visitantes.
Salvaje aparta la mirada de la pantalla de su teléfono móvil y se levanta cuando nos acercamos hacia la mesa. Me mira directamente a los ojos y corre una silla hacia atrás. Me invita a que me siente cómodamente.
No me gusta para nada cómo late mi corazón cuando él me mira.
–Buenos días, Katya –su voz ronca me hace temblar.
Lo saludo con un movimiento de cabeza. Me acomodo en el asiento evitando mirarle a los ojos.
–Los desayunos de aquí son buenísimos –continúa Salvaje pasándome la carta–. Elige lo que quieras.
–Voy a echar un vistazo ahora.
Pero no puedo concentrarme en la elección de los platos. Mi mirada, en contra de mi propio deseo, sube desde el menú con coloridas fotos de platos sabrosos hacia la cara de Salvaje.
Sus ojos están rojos. Obviamente se le ve muy cansado. Unas sombras oscuras aparecen debajo de sus ojos. Se le nota la barba incipiente; al parecer no se ha afeitado desde ayer. Aunque normalmente no suele descuidar su apariencia.
Al parecer no durmió en toda la noche. ¿Qué estaba haciendo?
No quiero ni imaginarme qué tipo de trabajo podría haber tenido después de medianoche. Pienso que nada que le impedía regresar a aquel club nocturno o...
Basta con estos pensamientos estúpidos. Debo recomponerme.
–¿Todo está bien? –pregunta Salvaje interceptando mi mirada.
–Sí, ya he elegido lo que voy a pedir –digo dejando el menú a un lado.
Él de inmediato llama a un camarero para que nos tome el pedido. Сonfundida, pido el primer plato que me viene a la memoria. Simplemente no tengo ganas de comer.
Me siento molesta, porque no puedo sacar de mi cabeza todas estas tonterías.
¿Por qué Salvaje no deja de mirarme?
Saco mi teléfono móvil, le echo un vistazo a la pantalla. La conversación entre los dos hombres ahora gira en torno de los asuntos en los que no se requiere mi participación. Le estoy enviando un mensaje a mi mamá. Automáticamente reviso la correspondencia y el chat de la universidad.