El mundo en sí estaba corrompido. Ahí donde antes había vegetación densa y fauna prospera, ahora son eriales gigantescos de tierra árida y palos secos. Una cosa que llena de desahucio a quienes alcanzaron a ver lo buena que era la vida antes de toda la locura. Los animales escasos, puesto las situaciones actuales, que son anormales a la vida, les cambiaron el hábitat, la manera de obtener agua y comida, por lo que muchos no supieron adaptarse y murieron; los terrenos se habían vuelto insípidos y silenciosos.
Por otro lado, otra cosa que deprime el panorama, son las estelas oscuras que cubren el cielo, producto de los aquelarres que la archicofradía lleva a cabo para desatar aún más la locura en el mundo. Cada que el sol pasa sus rayos por una de esas estelas, las sombras llegan a oscurecer decenas de kilómetros, ensombreciendo ciudades enteras y toda obra social humana. Se dice que es en esos momentos, donde impera la penumbra, cuando los demonios y los monstruos de los avernos están más activos.
Noemí no tiene miedo de esas tinieblas, llanamente porque no pude verlas. Su vida han sido tinieblas desde que era pequeña, luego de aquel fortuito accidente el mismo día en que la locura se desató.
Mientras ella estaba absorta en la suavidad de los pétalos de las amapolas que están en sus manos, el mundo a su alrededor se había sumido en una tiniebla por culpa de una estela oscura. Está agachada, con la venda cubriéndole los ojos, la capucha de tela gruesa para protegerse del sol. Viste una túnica larga de lino, atada a la cintura por una cuerda de cáñamo. Los bordes del dobladillo están raídos y deshilados, sucios, al igual que sus sandalias de cuero.
No parece que se haya dado cuenta del cambio a su alrededor, pero eso es mentira, sabe lo que pasa. Es lo mismo de siempre: el sol deja de picarle ahí donde la piel está expuesta, y los sonidos de la ciudad enmudecen. Sabe lo que dicen de la sombra, mas no le importa. Permanece inmutable, manteniendo esa expresión alicaída y catatónica.
Reacciona. Toma el balde vacío que había usado para regar las flores y se da la vuelta, encaminó sus pasos hacia el interior de la casa. A pesar de que no tenía posibilidad de ver dónde pisaba, no había necesidad, ha pisado ese sendero tantas veces que piensa que la tierra ya habrá grabado la suela de sus sandalias en las piedras.
—Ya estaba por irte a buscar.
—Descuida.
La voz perteneció a su hermana menor, una muchachita menuda como ella, pero más chica dada su tierna edad, apenas trece años. Algunos dicen que ellas se parecen mucho, incluso dicen que son gemelas con edades diferentes; Noemí no puede corroborarlo, nunca la ha visto.
Para cuando su hermana nació, ella tenía poco más de dos años de ser ciega. La escuchó berrear el día que nació, ayudó a sus padres en todo lo que podía, y, aunque en un principio no esperaban mucho de Noemí, ella les demostró que era capaz de cuidar de un bebé siempre y cuando las cosas dentro de la casa mantuviesen un orden, y, si eran cambiados de lugar, se lo hicieran saber.
Esto hizo que, dadas las circunstancias y que no había demasiadas labores que ella pudiera hacer por causa de su condición, aprovecharon que al crecer Noemí era de buen pecho y le indujeron la lactancia, así los padres promovieron los servicios de nodriza de su hija. Al principio muchas madres rechazaron la idea, ¿cómo podrían confiar en una nodriza ciega?, hasta que una rica mujer desesperada aceptó, aunque bajo amenaza de que si su hijo perecía iba a matar a toda la familia. Cuando los demás vieron que aquel neonato engordaba y se mantenía tranquilo en los brazos de la invidente, sus servicios se popularizaron por el sector.
Rumores se esparcieron diciendo que Noemí era algo parecido a una madre milagrosa, imagen encarnada de la Madre de Madres, dotada de habilidades inhumanas que compensaban su ceguera. Sus vecinos decían que las moscas desaparecían de las casas circundantes a Noemí. Otros aseguran que Noemí tenía un sexto sentido y veía más que cuando tenía ojos. Allegados llegaron a decir que era una bruja que practicaba magia blanca en silencio para cuidar de sus protegidos. Algunos aseveran que vieron a Noemí paseando a los niños bajo el sol mañanero fuera del pueblo, cantándoles canciones de cuna mientras caminaba con una seguridad impresionante, como si los caminos no fueran escarpados, pedregosos y llenos de obstáculos. La familia negó todo aquello, agradeciendo que confiaran tanto en Noemí como para inventar y creerse narrativas tan maravillosas.
La propia Noemí desea que muchas de esas cosas fuesen reales.
—¿Podrías servirme, Mara?
Su hermana enseguida fue hasta el fogón y saca un poco de guiso en un cuenco, tomó dos hogazas de pan y las llevó ambas en balance en una mano hasta la mesa. Al tiempo, Noemí dejaba el balde en su sitio, abajo de la encimera que da al patio, y se dirigió a la mesa, apenas tanteando la pared con las yema de los dedos para guiarse.
Mientras buscaba por la silla de madera, Noemí escuchó algo caerse cerca de ella. Se acomodó en la silla y se sentó. Mara puso el plato y los panes delante de ella.
—Deberías cambiarme ese pan.
Aún después de tantos años viviendo con su hermana mayor, de convivir con ella desde el día en que nació, Mara no se acostumbra a la manera en como Noemí se da cuenta de las cosas más imposibles. Y, por otro lado, es también consciente de que es imposible engañar a su hermana mayor, por lo que recoge el pan que se le había caído y va a por otro trozo.
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Editado: 06.12.2024