Desde siempre he sido curiosa.
No importa la situación necesitaba saber que ocurría.
Me sentía atrapada en ese misterio aventurado. Lo que despertaba mi curiosidad o más bien “quien” tenía nombre: Elián Yendo en la misma escuela, mismo salón.
Comencé a observarlo, nunca le dirigía la palabra a nadie. Algo en él despertaba mi curiosidad. Mis ganas por saber que hacía que actuara así. A veces hasta daba la impresión de ser un niño enfermo. T
enía un aura triste y melancólica. Yo con 7 años me preguntaba, ¿Por qué éramos diferentes? ¿Por qué él nunca hablaba? Definitivamente, existíamos en mundos desiguales.
Claramente, teníamos actividades muy diferentes. Revelo que en ese entonces, algunas veces me molestaba en ir hasta la puerta de su casa, a pesar de tener siempre la misma respuesta. Ni siquiera había una respuesta, ya que nadie nunca se encontraba en su casa.
De esta manera mi curiosidad no acababa. Dicen “la curiosidad mato al gato” pero el gato murió sabiendo. No me rendiría hasta saber que ocultaba. A veces pensaba que no existía y que yo sola lo veía porque todo el mundo lo ignoraba o de esta forma había sido desde tercer año Tras años pasados al iniciar la secundaria dejé de verlo. Era como si hubiese desaparecido. Creía que mi curiosidad hacia él había terminado.
Hasta que volvio al instituto.
Editado: 10.01.2022