Eliana nunca había recorrido por el otro extremo de la ciudad en la que se encontraba. Era más vigorosa, pulcra y fina, en sus libros de historia esta parte de la ciudad había permanecido intacta ante la Guerra Amandita y la otra mitad de la cuidad en la que era parte, sentían celos por eso.
Fijó su mirada en una cafetería llamada "La Gloria", aceleró sus pasos con el corazón saliendo de su boca y abrió la puerta. La campana tocó ante su llegada, su cuerpo vibró de la familiaridad. La estancia se sentía acogedora, de fondo se escuchaba el blue & Jazz, los asientos caobas se veían cómodos, las mesas rústicas impecables, con las paredes decoradas como si hubieran sido hecha por grandes artistas de la era, fotos en blanco y negros de clientes alegres del pasado junto con nuevas imágenes coloridas de la actualidad.
Eliana cambió su vista a la clientela. Se veían tranquilos, alegres, charlando de cosas que no la incumbían, mientras tomaban sus bebidas y se deleitaban en sus dulces y salados postres. Deslizó su mirada hacia la barra donde atendía una animada señorita conversando con la figura joven de un hombre, de chaqueta marrón, y de piernas largas descansando en el piso, retraídas a la búsqueda de un espacio más amplio, la espalda del chico estaba encorvado, mientras bebía al parecer su café de la tarde, soplando y bebiendo con delicadeza de la taza de loza blanca.
Eliana suspiró y empezó a dar pasos hacia la barra, pensando en lo que debía de decir y pedir de comer. Sin embargo, cada paso que daba era como acercarse a un lugar lejano, como si sus pisadas se fueran a caer cuesta abajo hacia el abismo. Cuando reaccionó de su inquietante pensamiento, una gota de sudor cayó sobre su frente. No entendía sus nervios, ella era segura y que reaccionase de tal forma la desconcertaba aún más.
Finalmente se sentó en el asiento de la barra, la señorita le sonrió. Su aura era todo menos oscura. Emitía felicidad, y eso hizo que su confianza saliera a flote.
— ¡Buenos tardes señorita! ¿Puedo atender su pedido? —saludó la amable moza.
— ¡Bueno tardes! —saludó Eliana con el mismo tono de alegría—. ¿Me puede dar un té de manzanilla y dos rollos de canela, por favor?
La señorita alzó una de sus cejas, ladeó una sonrisa y asintió.
— Claro que sí, ahora mismo sale su orden —concluyó y con una delicadeza inaudible se retiró para la cocina.
Eliana sacó su celular y al no ver mensaje alguno de sus amigos lo guardó en el bolsillo delantero de su mochila. Observó la barra y tomó un anunció color verde que decía como título principal "Se busca Moza". Su mente se iluminó, siempre había querido trabajar en sus días libres en una cafetería con un ambiente tan familiar y cálido como el que experimentaba en esos instantes. Recordando a la vez, que ya no quería trabajar como ayudante en un almacén frío y con personas indiferentes.
Preparándose mentalmente para pedirle trabajo a la señora del lugar, Eliana escuchó un fuerte estornudo a lado de ella.
— ¡Salud! —dijo automáticamente al chico a un metro de ella.
— Gracias —agradeció él, girando su cabeza para verla.
Sus ojos pardos hicieron contacto con los oscuros ojos caoba de Eli, y una ventisca extraña la sacudió. Debió de traer una bufanda, pensó Eli. El invierno a penas estaba empezando.
— ¿Disculpa? ¿Estás llorando? —le preguntó él preocupado, sus labios casualmente sorprendidos y lastimeros mirando el rostro redondo de Eliana quien frunció su ceño extrañada. Y con incertidumbre se tocó sus propias mejillas.
Ciertamente no estaba queriendo llorar, sin embargo, sus ojos le daban la contraria. Y efectivamente, un par de lágrimas caían sobre sus mejillas.
Sintió como si su cuerpo había reaccionado involuntariamente hacia algo o alguien.
— No entiendo, creo que es una alergia —respondió, apartando la vista de los ojos de él.
En los últimos días, Eliana había visto y sentido las auras de las personas a su alrededor, no les había comentado a sus amigos, porque ya no quería que pensaran que estaba mal, o peor aun, lo que les sucedían a ellos estaba cada vez empeorando.
Ahora, ese poder escondido y no comentado, le hacía recordar lo que poseía, tendiéndole a hacérselo recordar más aun al observar la singular aura del chico frente a ella.
— ¿Sucede algo? —preguntó él con un tono notablemente preocupado.
Al ver que Eliana había fijado sus ojos otra vez en su persona, volvió su mirada al frente.
— Nada —fingió ella, mientras jugaba y doblaba el anuncio entre sus manos.
El silencio se sumió y sin darse cuenta había hecho un origami de un ave. Ella parpadeó de la sorpresa, no recordaba saber hacer el origami de una grulla. A las justas y sabía cómo hacer un avión.
Dio un pequeño chillido y alejó el objeto lejos de ella como si le fuera a hacer daño.
El chico escuchó su reacción y la volvió a mirar con curiosidad.
— Es una grulla fantástica —la alagó ante la incierta ave de papel.
Eliana se volvió en un tono colorado, ocultando su emoción bajo su ondeante y descuidada cabellera.
Nunca se había permitido amar, mas algo en su interior le gritaba que no sintiera ese tipo de sentimientos dulces hacia extraños, aun así, se sintió tentada y cohibida, castigándose mentalmente por sentirse de esa forma, y por un extraño chico que acababa de conocer en una maravillosa cafetería. Sí, ciertamente las cosas no estaban a su favor.
— Gracias, creo...—dijo ella dudosa al fijar otra vez sus ojos en el origami de grulla.
El pedido llegó y empezó a beber de su té.
— Es raro tomar café por las tardes —dijo Eliana inconscientemente al colocar la taza en el platito para luego posar su mirada en el café caliente del chico.
Al darse cuenta de lo que había dicho, se dio una palmada imaginaria en el rostro, queriendo desaparecer en ese mismo instante. A caso ¿estaba loca? Bueno, eso Eliana sí lo sabía, pero tenía un límite, entonces ¿qué demonios le ocurría?