Simplemente Sangre | El Último Cazador

Prólogo

Más de cien años antes...

Corrieron a través del bosque, la pálida luz de la luna iluminando sus pasos. 
Ambos llevaban alforjas con sus pocas pertenencias. -Déjalo!- le dijo el muchacho mientras se la arrebataba, y la arrojaba lejos para tomarla de la mano.

Ella no necesitaba que la guiara, conocía bien éstas tierras, aún así dejó que lo hiciera, dejándose llevar entre la espesura de los árboles, por un momento olvidó que estaban siendo perseguidos, y recordó cuando eran niños, y jugaban cerca del desfiladero, ella se había resbalado y quedó pendiendo de una roca; el se había asomado y estirado sus brazos intentando alcanzarla. Pero no era suficiente,  para llegar a el, ella debía soltarse de la roca. «confía en mi» le había pedido y ella había tomado su mano y no la había soltando desde entonces, nisiquiera cuando todos se habían levantado contra él; ella había permanecido junto a él, incluso ahora, pero tal vez era hora de dejarlo ir.

-Espera!-le gritó aminorando el paso. Él se fue deteniendo conforme ella lo hacia, aún la sujetaba de la mano y no la soltó hasta que se hubieron detenido.

-Es mejor que nos separemos-le dijo la chica recuperando el aliento tras su precipitada carrera, enfilando en dirección contraria.
-No, no, no -se apresuró a tomarla del brazo impidiendo que se alejara -debemos permanecer juntos! -le aseguró, recordando que así es como habían salido de problemas cientos de veces de pequeños, pero ya no eran niños, y el problema que enfrentaban era el más grande que habían conocido.
-¡Tendremos más posibilidades si nos separamos! -argumentó la joven, apelando a la razón por sobre sus sentimientos.
-No... —negó, tan obstinado como solo el podía ser.
-Escucha -lo interrumpió -tomaré el camino del norte, cerca de las colinas, allí los perderé -el muchacho negó claramente en desacuerdo. 
Entonces ella levantó su mano libre hacia su mejilla -confía en mí -le pidió.

Él no quería dejarla ir, pero tal vez tenía razón, quizá ésta era su mejor oportunidad o hasta su única oportunidad. Además, nadie conocía mejor el terreno que ella y desde luego, el no dudaba de sus habilidades de combate, si había alguien que pudiera salir airoso de esta situación, era ella. Lentamente su agarre se fue aflojando y antes de que la hubiera soltando completamente, la chica se safó de su agarre y corrio. Él la vio alejarse y supo que jamás se perdonaría si algo le pasaba por su culpa. Quiso decirle algo, pero ella ya había desaparecido entre la espesura del bosque, perdiéndose en la oscuridad de la noche.

Algo plateado brilló entre la maleza a sus pies. Lo tomó y lo colocó en la palma de su mano, era un fino cordel de cuero, del que colgaba un pequeño dije en forma de luna que había sido tallado a mano en metal y lo sabía porque el mismo había pasado horas puliendo y afinando los bordes para que luciera perfecto, al final lo había logrado. A la chica, se le debía haber caido en algún momento de su discusión.

Un ruido entre los árboles término con el momento de contemplación; debían estar cerca. Guardó el preciado dije en su chaqueta antes de correr en dirección contraria a dónde había desaparecido la chica hace solo un momento.

El follaje en ese lado del bosque era menos denso e incluso comenzaba a desaparecer unos metros más adelante rumbo a Camino Real. Aún así parte de su ropa como su pálida piel habían sido rasgados por la espiga que crecía en esos páramos. 
Corriendo era uno de los más rápidos, pero no podía correr por siempre, y sus perseguidores no se rendirian, volver sin él supondría la muerte para ellos. 
Perderlos como había supuesto su compañera era una ilusión, y ella lo sabía, ya que eran rastreadores expertos. Evaluó sus posibilidades y tomó una decisión.

Él no huiria, no de los rastreadores al menos. Se detuvo tratando de recuperar el aliento. Luego cerró sus ojos para agudizar su audición, y los escuchó, se acercaban rápido pero sigilosamente entre los árboles, y de repente fue el silencio. Abrió los ojos y se encontró frente a ellos, eran tres y estaban armados. Eso significaba que solo dos habían ido tras su compañera, ella estaría bien.

Sonrió. Cinco para atrapar a dos, sonaba bastante ventajoso, de no ser porque habían pasado por alto de quienes se trataba. No era la primera vez que lo subestimaban y ésta vez ese detalle jugaba en su favor.

Dejó que se acercarán, que creyeran que lo tenian. 
-Será mejor si no te resistes...muchacho- le advirtió él que se encontraba a su izquierda. 
-No pienso regresar - hubo un momento de tenso silencio -...jamás! -sentenció, justo a tiempo para esquivar el agarre del rastreador que hábilmente se había colocado casi detrás suyo con la intención de inmovilizarlo. Lo atrapó con la guardia baja tomandolo por el brazo y girando para usarlo como escudo mientras retorcia dolorosamente su brazo. El de la derecha, que llevaba un hacha corta a modo de arma, se apresuró a atacar pero él joven reaccionó lanzandole con él hombre que usaba de escudo, ambos cayeron y en la confusión él primero terminó hiriendo mortalmente a su compañero. En tanto el joven forcejeaba con el otro rastreador.

La pelea se extendió, y el tiempo pareció estirarse infinitamente pero en realidad solo habían pasado unos minutos cuando el muchacho levantó la ensangrentada espada corta con sus manos; «lo siento» pensó ante la penetrante mirada del hombre que yacía a sus pies. -tarde o temprano...te encontrarán -logró balbucear. 
-Lo sé -respondió el joven antes de asestar el golpe final.

Pensó en regresar por su compañera, pero él no sabía si ella seguía cerca de las colinas, si habría tomado otro camino o si habría luchado con los rastreadores como lo había hecho él o si habría huido, y el amanecer estaba cerca, si quería sobrevivir su mejor opción era seguir adelante y con suerte encontrar un transporte.

El Camino real no era tan imponente como sonaba, más bien se trataba de un sendero habitualmente transitado que llevaba al pueblo; llamado así por ser el elegido de distinguidos dignatarios de la realeza a la hora de viajar.




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