Capítulo 1
Dedicado a Pili
Las afueras del colegio estaban oscuras. El viento soplaba con fuerza causando que una palmera se curve hacia un lado. Dos preceptores se encontraban parados en el patio de entrada. Sus ropas se movían bruscamente por el gran soplido.
—Mal clima, ¿eh?
A lo lejos se escuchaban bocinazos de autos y camiones. Estaban todos amontonados creando un gran tráfico. Un hombre bajó del auto y corrió en la dirección contraria. Así sucedió con todos los conductores y pasajeros de los vehículos.
— ¿Qué está pasando?
—No sé. Voy a averiguar.
— ¿Seguro?
Asintió y se dispuso a caminar hacia delante pero el otro preceptor lo detuvo agarrándolo por el hombro y mirándolo con ojos preocupados.
—Voy y vuelvo —aseguró.
Asintió y lo soltó. Lo vio caminar hasta la reja abierta del patio. Entrecerró lo ojos al verlo desaparecer por esta. Estaba seguro de que había un ligero humo a su alrededor. Pero lo que más le sorprendió fue que, por un solo segundo, juraría que la imagen de las personas corriendo desapareció y fue reemplazada por autos estacionados y andando a velocidad normal, sin nadie desesperado por ayuda.
Varios minutos pasaron desde que se fue. El preceptor estaba intranquilo. Pensó en seguirlo, ver qué le pasó, pero sabía que no podía dejar a los estudiantes completamente solos en el colegio... Se armó de valor y siguió el mismo camino por el que el otro se había ido, seguro de que estaba haciendo lo correcto, total, era beneficio para todos, ¿no?
No volvió.
⭒†††⭒
— ¡CALLENSE!
— ¡CALLATE VOS!
4°A, el curso, más revoltoso del colegio, el típico grupo del que todos los profesores se quejan, estaban en un aula castigados.
Hace unas horas, ofendieron y colmaron la paciencia de la directora, quien decidió obligarlos a quedarse una hora más haciendo tareas. Obviamente, todos se quejaron, pero ella no cambió para nada su decisión.
El aula era medianamente grande para que entren los 27 alumnos. Las paredes pintadas de amarillo agrio y el piso de losa, al igual que el resto de las clases, fue un gran tema de discusión con la directora y los estudiantes. Ellos querían decorar las paredes pero ella les decía que los distraería de sus deberes y que sólo los de sexto año tenían el derecho de hacerlo por ser su último año de colegio. Los bancos y sillas que deberían estar en filas prolijas, se encontraban desparramados por toda la habitación.
En el aburrimiento, formaron grupos: algunos jugaban a las cartas, otros usaban los celulares, cuatro chicas dibujaban en el pizarrón, unos cuantos alumnos charlaban reunidos en circulo... cualquiera que los viera creería que son tranquilos. ¡JA! Se gritan, contestan, acotan, son irrespetuosos. La pesadilla de cualquier profesor o profesora...
Pero estos pequeños grupos no duraron lo suficiente. A los que usaban los celulares se les acabó la batería y empezaron a molestar borrando los dibujos en el pizarrón. Una chica se enojó jugando a las cartas y las revoleó todas, lo que causó que el resto de los jugadores la putearan. Un grupo en el fondo gritó que bajaran la voz, lo que llevó a que les gritaran que se callen ellos, lo que fue un acompañado por un "cierren el orto", a lo que le siguió otro grito. Esto duró 10 minutos completos.
Hicieron tanto ruido que algún preceptor tuvo que haber subido para decirles algo, pero no pasó.
— ¡CALLENSE!
— ¡CALLATE VOS!
— ¡No, posta! ¡Es importante! ¿Dónde están los preceptores?
—Qué sé yo.
—Tendrían que haber venido, ¿no?
—Sí...
—Pero ya pasó una hora. Nos tendríamos que ir.
—No subieron a decirnos nada.
—Esperemos un rato, quizá se olvidaron.
En silencio, esperaron 20 minutos más. Los pasaron charlando en voz baja entre ellos; qué tarea había para el otro día, pruebas, trabajos prácticos...
— ¡Ya fue! Yo me voy. —Gritó uno.
Todos votaron por esa opción y guardaron las cosas en sus mochilas. Salieron del aula juntos. Habían apagado las luces y el pasillo estaba completamente vacío. Una chica guió al grupo hacia las escaleras con la linterna del celular, bajaron lentamente. Abajo, tampoco se veía mucho. Al ser un lunes de invierno a las cuatro de la tarde, y que el cielo estaba un poco oscuro, más el hecho de que había tormenta, no entraba ni un rayito de luz por las ventanas.
Llegaron a la entrada principal. Apretaron el botón para abrir la puerta, pero no se pudo. Buscaron las llaves, pero no estaban. Llamaron a gritos a los únicos dos adultos con los que los dejaron, pero no contestaron. Trataron de prender la luz, pero no iluminaba.
Corriendo, gritando y asustados, subieron al aula de vuelta, ya que solo esa tenía las luces prendidas. Imaginar que, durante este suceso, más de cinco chicos se tropezaron y rasparon sus rodillas o codos.
Ya dentro, discutieron.
— ¿Qué hacemos?
—Yo me quiero ir.
—No me digas. Yo pensaba en quedarme acá completamente a oscuras.
—Basta. Lo digo en serio.
—Yo también...
— ¿Y si llamamos a alguien?
—No creo que funcione. A ver, no hay luz ni electricidad, de seguro no hay señal.
—Probemos.
—Sí, todos saquen sus celulares... ¡AH! Cierto. El grupito de allá se quedó sin batería por estar paveando.
— ¡Uh! ¡Callate!
— ¡Estábamos aburridos!
Todos los que tenían batería llamaron a sus padres, madres, tíos, abuelos, incluso hermanos y primos...
—A mí me manda al buzón
—A mí me dice que está en otra llamada.
—Yo ni puedo llamar.
— ¿Qué hacemos entonces? Ni en pedo salgo...
—Como que no podemos salir...
–Me refiero abajo o en el patio.
— ¿Por qué irías al patio?
— ¡Mi punto es que no saldría!
Editado: 26.02.2021