Capítulo 2
Dedicado a Feli
– ¿Seguros que no los dejaron así por casualidad?
–No, boluda.
–Vos fuiste el ultimo, decime que no los dejaste así para hacernos una joda.
– ¡No! Les juro que no... ¡Hay algo ahí afuera!
–Pero ¿qué?
–Y qué sé yo. Alguien salga y vea.
–Quizá es amigable...
– ¿Y si es un chabón con máscara blanca? Como en las películas...
–Que quieren matar al protagonista, o sea, en este caso, nosotros.
–El lado bueno es que somos los principales...
–Bueno, ¿y? ¿Quién se anima?
–Ahre.
–Nop.
–Prefiero una semana seguida de pruebas de matemáticas.
–... no, yo prefiero salir en ese caso.
–Sí, yo también.
–Entonces salgan.
–Digo que prefiero la semana de pruebas, nada más.
–Vayan ustedes dos.
–Pe-pero ¿no tendríamos que ser 3? Si uno se lastima, uno se queda y el otro busca ayuda.
–No les va a pasar nada. Lleven las tijeras.
–Ehh, tenemos un problema con eso. –Los ojos viajaron a la cara avergonzada de Bauti.– Con el apuro se me cayeron todas y nos las busqué. Deben de estar tiradas por el pasillo...
– ¡Pelotudo sos!
–Okey, okey. No importa. Entonces vamos Jaz y yo.
–Pero...
–No te va a pasar nada porque estás conmigo, El Patrón.
–Ahhhhh, cierto, sí. Qué bien, Felipe.
Los dos salieron del aula. Como él se quedó sin batería, ella dirigía. Primero fueron a las aulas del fondo. Como todas, estaban sin luz o ventanas abiertas. Prefirieron no entrar, así que, miraron por las ventanitas de las puertas. No había nada fuera de lo normal. Revisaron el resto y la sala de preceptores. Bajaron una trama de escalera y entraron al baño ubicado en el descanso. Buscaron cada uno por su parte.
–Tendríamos que haberles dicho sobre el baño de acá –dijo Felipe.
–Sí. Fuimos unos idiotas.
–Eso lo sabes bien vos, eh. Nunca entendí por qué te quejas tanto, si te cagas de risa en las clases.
–Yo nunca dije que no sean graciosos. Lo que pasa es que son irrespetuosos muchas veces. Y no se puede dar una clase tranquila con ustedes. Hay profesores que son muy buenos y tratan de enseñar, pero están ustedes gritando mientras hablan. No está bien.
–Bue, te acostumbrás con el tiempo.
–Eso sí. Ya aprendí a ignorar a muchos.
Siguieron bajando y pararon en una puerta al final de la escalera. Tenía una placa dorada que decía "Señor Cura". Se miraron y ambos supieron que debían entrar. Jamás lo habían hecho, solo veían entrar y salir al cura por ahí. Pocas veces llegaron a echar un vistacito y lo único que veían era un escritorio.
Abrieron lentamente la puerta e iluminaron. Era un pequeño cuarto con un escritorio de madera y dos sillas enfrente a éste. Las paredes eran bordó y tenían dos bibliotecas altas hasta el techo llenas de libros. Una mesita ratona se encontraba al derecho de la puerta con una versión de la biblia en tapa dura y letras doradas. Ninguno se sorprendió.
Siguieron su camino. Decidieron no entrar a la iglesia porque al ser un lugar sagrado creyeron que nada malo podría suceder ahí... Aunque la verdadera razón era que la puerta estaba cerrada con llave.
Dejaron las aulas de los entrepisos para lo último. Abajo de la primera aula había un desnivel con un escritorio y tres habitaciones: una para la directora, otra para la psicopedagoga y otra para las reuniones. En ninguna de ellas había algo extraño. Caminaron por el pasillo dirigido a primaria. En ambos costados estaban los patios de recreo de secundaria con puertas dobles en medio del pasillo enfrentadas para salir a ellos. Las paredes del pasillo estaban recubiertas por ventanas y se podía ver la oscuridad de la noche.
– ¿Qué hora es? –preguntó Jaz cerrando por las dudas las puertas que daban a los patios, empezando por la de la izquierda.
–Las siete, me parece.
– ¿Ya? ¡Pasó re rapido! –dijo volviéndose para cerrar la del patio derecho.
– ¿Qué?
–El día. Uno esperaría que dentro del colegio las horas pasan lento...
–Che.
–...pero parece que no –se agachó para trabar la parte de abajo olvidándose de cerrar bien la de arriba, lo que causó que no pudiera unir.
–Mirá allá.
–Mi tía de seguro dice que es según cómo pasas el tiempo...
– ¡Mirá!
–..., ella es...
Felipe la agarró del brazo y le tiró para arriba así se levantaba. Luego, señaló hacia afuera. A través de la ventana, se veía una sombra de tamaño humano. Parecía como si los estuviera mirando. Ellos retrocedieron un poco y, al instante, la figura corrió a una velocidad impresionante hacia ellos. Los alumnos gritaron y corrieron en la misma dirección por la que habían llegado y doblando en la izquierda, con dirección al salón parroquial.
Al llegar, a una pequeña habitación con dos puertas, descubrieron que la del salón estaba cerrada. Con el corazón en la garganta, se metieron en un armario oculto tras la pared, cerrando la puerta detrás de ellos. El lugar era pequeño y estaba repleto de material que utilizaban los de jardín para hacer educación física.
La chica acercó su oreja a la puerta. Se escuchaban unos pasos. No los suficientemente fuertes para ser de un adulto ni suaves para ser de un niño. Tampoco tenían el ritmo de un andar común; estos hacían: tac, tac, tac-tac, tac, tac, tac-tac.
Jaz se alejó lentamente de la puerta y se sentó junto a su compañero. Ella buscó a tientas la muñeca de él y se aferró a ella, necesitaba la sensación de que no estaba sola. Él ni se molestó en quitarla. Despacio, una lágrima recorrió por el cachete de ella. Tenían miedo de lo que pudiera estar afuera. Querían estar en sus casas de vuelta. Querían ver a sus familias.
Estaban desesperados por irse.
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Editado: 26.02.2021